Reformas de la Educación Superior para el Desempleo de los Jóvenes
Reformas de la Educación
Superior para el Desempleo de los Jóvenes
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Si algunas de las metas sociales de la educación son la de
promover la calidad de vida de todos, de mejorar las posibilidades de desempeño
personal y social y formar para un trabajo digno y estable, las
universidades, agravadas por la reciente crisis sanitaria mundial, por la
automatización de muchas profesiones y por la sustitución o cambio sustancial
de muchas de estas, han tocado fondo: Están formando jóvenes para el desempleo
y la indignidad.
¿Reformar las leyes de educación superior o transformar la
educación superior? Esa es la pregunta, diría el conocido dramaturgo inglés. O
la gran oportunidad perdida por la ceguera frente a hechos tozudos que afectan
la vida presente y futura de los jóvenes, de la sociedad y de sus sistemas
productivos en general. Los diccionarios etimológicos nos dicen que reformar es «regresar a», «darle forma a
algo»; el prefijo «re», connota «hacia atrás», mientras que transformar es cambiar de forma,
desencajar, innovar, evolucionar, transmutar. (https://rb.gy/a6lxi).
La insistencia en reformar
las leyes de educación superior es un esfuerzo vacuo y fútil, hacia atrás.
Futileza que se asienta sobre el bien explicado y reconocido hecho de la
extrema resistencia a la innovación en educación, a la vez que las normas
legales, especialmente en el campo educativo, siempre están a la saga de los
avances científicos, culturales y tecnológicos. Para algunos, reformar es
retocar, asumir que la educación superior sólo requiere algunos cambios, con
frecuencia cosméticos, pero olvidan el hecho fundamental de que el futuro de la
sociedad y de los sistemas productivos está en jóvenes bien formados para el
trabajo gratificante, para ser ciudadanos y llevar una vida personal y
profesional próspera, digna y productiva. Este foco se pierde en las
propuestas de reforma a la educación superior, porque se asume que a los
jóvenes le sigue cabiendo la idea de que con el título se les abrirán, con
pensamiento mágico, y más con el deseo, las puertas para el éxito personal y
social.
El hecho cierto es que se impulsan cambios hacia atrás y se congela
la concepción misma de la educación superior, la que, como se ha resaltado en
muchas publicaciones recientes, representa un modelo que no funciona para las
realidades económicas, políticas, sociales, culturales y tampoco para las
necesidades de los diversos sectores productivos en el mundo. Se insiste en las
propuestas de re - formas en el
desconocimiento de que la educación superior, como institución social, requiere
transformación e innovación y el abandono y ruptura con el viejo modelo.
Es iluso pensar que, con reformas que tocan, modifican o
agregan artículos a las ya muy inadecuadas leyes, las universidades se
convertirán en instituciones sociales consonantes con las realidades del siglo
XXI. Más bien, son esfuerzos, nada productivos, para congelarlas en el tiempo,
criogenizarlas, para ver si décadas, o aun siglos después, ya descongeladas,
siguen vivas a pesar de que hayan perdido su valor social y pertinencia frente
a las exigencias que la sociedad misma les impone. Se ha sostenido con reiterada
evidencia e insistencia, entre ellas las que expresan los jóvenes con sus
distintas formas de manifestación, que el modelo de educación superior se
transforma o las universidades se extinguirán para ser sustituidas por otras
opciones educativas socialmente más adecuadas.
El modelo de universidades en el mundo acrecienta a grandes
pasos sus posibilidades de fracaso para cumplir las renovadas exigencias que se
les hacen a ellas desde fuera. Un modelo transformador concibe una formación de
seres recorridos de humanidad, éticos y amante de la democracia, con
conocimientos y habilidades en los campos de las ciencias, el arte, la cultura
y las tecnologías. No es cierta la mencionada ilusión de los títulos como
garantes inmediatos de desempeño profesional exitoso, con ingresos altos y
estabilidad laboral por siempre. Así se les ha presentado a los jóvenes
la ilusión del título universitario, salvador de desigualdades, promotor del
ascenso social y asegurador de un futuro personal, profesional, familiar y
económico próspero. Es explicable por qué los jóvenes se indagan a sí mismos: ¿Para qué ir a la universidad? Es la
tragedia, para ellos, de la ilusión perdida, en muchos casos agravada por
costos de matrícula en extremo altos y préstamos educativos impagables.
Alrededor del mundo se ha señalado que los graduados
universitarios «sufren el peor mercado de
trabajo en años», con menos vacantes abiertas, salarios mucho más bajos, lo
que ha estado acompañado por las severas afectaciones en sus conocimientos y
habilidades resultantes de los negativos efectos que sobre ellas se dieron con
la crisis del coronavirus. En el Reino Unido, el número de vacantes para
egresados es 40% menor que en 2018. Se comprueba que los nuevos egresados no
tienen el mismo nivel de formación que aquellos anteriores a la pandemia y que
muchos jóvenes graduados universitarios han cesado en sus esfuerzos de
conseguir trabajo en el campo para el que supuestamente fueron formados. A la
vez, el número de personas entre 18 y 24 años con impedimentos de salud para
trabajar se ha duplicado en la última década. Es decir, hay un problema de
salud mental entre los jóvenes asociado con la frustración que les genera la
ilusa formación y el mundo de dichas que se les ofreció con la adquisición de
un título universitario. (https://rb.gy/71yyf).
China, un país con una tasa de desempleo de jóvenes hasta los
24 años de 24.4%, graduará en un año 12 millones en las universidades, en un
mercado laboral que no les ofrece trabajo acorde con la formación recibida. Se
acrecienta la frustración de ellos y de sus familiares que, tras inversión de
gran cantidad de tiempo y de dinero, encuentran que el diploma universitario ya
no tiene el valor esperado, lo cual los lleva también a continuar en
dependencia de sus padres y a posponer casi que de manera indefinida cualquiera
ocupación, decisión de marital o a adquirir una residencia. (https://shorturl.at/cAGSZ, https://shorturl.at/mzQW3). En Estados Unidos, los jóvenes graduados universitarios
enfrentan un mercado laboral más difícil, con un desempleo de aquellos entre 22
y 27 años que tienen un título de pregrado más alto que el promedio de las
personas en el país. (https://shorturl.at/kLO69). La
tasa de cobertura bruta en el mundo ha crecido, pero, como anota el profesor Rafael
Orduz «ofrecer más y más cupos en las
universidades no tiene sentido si no mejoran sustancialmente las oportunidades
de empleo. El drama de los graduandos de
la educación superior está en el enorme desempleo. Los esfuerzos de las
familias y los estudiantes se estrellan contra la realidad: un título en
Colombia no garantiza empleo. De todos los colombianos que componen la fuerza
de trabajo (24,7 millones), el 27 % son aquellos que han alcanzado graduarse de
la educación superior». Se pregunta este autor si es mejor Uber para
los graduados universitarios sin empleo. (https://rb.gy/izqng).
Para muchos desempeños en variados campos ocupacionales de la
actual revolución industrial, las denominadas «reformas» a la educación superior carecen de consideración sobre el
impacto de las tecnologías disruptivas sobre los trabajos, los requerimientos
específicos de fuerza laboral, la obsolescencia de diversos campos
profesionales, la eliminación de trabajos actuales y la aparición de nuevos,
en un mundo en donde se sabe que las personas cambiarán muchas veces de
frente de trabajo durante su vida laboral y que mucha de las ocupaciones que
encontrarán los estudiantes universitarios actuales, en el corto plazo, todavía
no existen. Entonces, está el hecho muy visible de que los egresados
universitarios esculcan hoy puestos de trabajo con credenciales académicas que
no se acompañan con lo requerido en el mundo laboral, situación que podría ser
sustancialmente más grave con prontitud impensada. A tal situación, se agrega
que ellos hoy compiten, y lo harán con mayor intensidad en el futuro, con
aquellos que obtienen una formación más pertinente, más corta, más barata y más
adecuada a los requerimientos del mundo laboral, quienes, a la vez, logran
mayores ingresos salariales (https://rb.gy/ry1tv).
En el caso de la propuesta conocida en el segundo semestre de
2023 para reformar la ley de la educación superior en Colombia, esta se ha
caracterizado en el Observatorio de
la Universidad Colombiana como una que genera: «Más preocupaciones y dudas que certezas y
avances; … se quedó en un simple remiendo … con muchos asuntos que se presentan
más como un listado de acciones a realizar en un futuro, sin indicadores,
objetivos precisos ni concreciones que permitan ser realmente medidas y
orientadoras para el sistema, y sin claridad si serán o no determinantes en los
procesos de inspección, calidad y fomento de la educación superior». (https://rb.gy/8426f).
Más que los débiles brochazos de retoque a
disposiciones legales sobre la educación superior, lo que se requiere en
todo el mundo es un modelo de universidad que permita alcanzar los altos fines
sociales de paz, convivencia ciudadana y con la naturaleza,
solidaridad, progreso colectivo y vivir en un país democrático en donde
los jóvenes tengan oportunidades ciertas de desarrollar todos sus potenciales
para el bien de sí mismo y también para el bien común.
Es necesario dejar atrás lo que ya está probado que no
funciona y que más bien hace daño. Esa no es la función de una institución
social como lo es la universidad. Muchos deben abandonar la obsesión infecunda,
ya probada como muy inútil (el «hacia
atrás», mencionado arriba), que cada vez más lo será, de perseguir los
vanos e improductivos rankings y, en paralelo, lograr que la denominada
acreditación de alta calidad no esté acreditando el pasado y condenando
a los jóvenes al desempleo y a la frustración propia frente a sí mismos y
al conjunto social global.
Se precisan opciones que impacten positivamente la vida de
los jóvenes, que hoy, en desesperación y frustración frente a lo que le ofrece
la sociedad, llevan al incremento de las tasas de suicidio y al abandono
del propósito de construir un futuro promisorio para ellos y para todos. (https://shorturl.at/tAEH5, https://shorturl.at/pDEIJ).
A los jóvenes no se les forma para el desempleo, la
indigencia, la informalidad laboral y mucho menos para la indignidad.
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