¡Violencia, Maldita Violencia!

 

¡Violencia, Maldita Violencia!

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/


Nuestra historia, la historia de todos los humanos, se comprime en un recuento persistente y eterno de tantas guerras y de tanta violencia. Es una historia resaltada y enmarcada como hazañas de combatientes ganadores, exaltados a la condición de héroes nacionales, y de mártires a los derrotados y muertos. Unos y otros edificados sobre la inexcusable sed infinita de ver y sentir sangre derramada.

Las guerras han sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad. Desde la edad de piedra han sido miles de miles los conflictos armados. Resulta difícil de contabilizarlos para consolidar una cifra exacta. En la historia humana, reducida a relatos de guerras, se puede destacar, desde las más antiguas civilizaciones, batallas, violencia y conquistas por, entre otros, el imperio persa, y el de Carlomagno. Grecia y Roma abundaron en guerras entre ciudades - Estados y en conflictos para conquistar, someter y esclavizar a la población en muchos territorios. También se pueden recordar las Cruzadas, la guerra de las rosas, la guerra de los 100 años, la guerra civil española, la guerra civil en los Estados Unidos, la guerra de Corea, la de Japón con China, la de Vietnam, la de Rusia y Ucrania, y con muy alta visibilidad, las dos guerras mundiales y la Guerra Fría. Todas acompañadas de genocidios. Se pueden agregar las guerras napoleónicas, la de Irán – Irak, la sino - tibetana, la de México con Estados Unidos, y hasta la guerra del fútbol (entre El Salvador y Honduras).

En Europa, en los últimos dos siglos, se han contabilizado al menos 300 conflictos armados. Europa ha sido un continente de inseguridad, de ausencia de vida tranquila y pacífica. La historia universal es una historia de guerras, como se anotó, feroces, caracterizadas por la voracidad, por la violencia y la sed de dominación, igualmente violenta, de los pueblos conquistados y avasallados.

Los pueblos precolombinos, en particular los Aztecas, Mayas e Incas, constituyeron imperios avasalladores, esclavizantes y crueles en sus guerras de dominación de tribus y territorios. En África, se recuerdan las guerras de dominación de los faraones, y los imperios de Mali, de Sosso, de Songhai, de Ghana y Axu; todos, feroces y crueles conquistadores y esclavizadores de tribus rivales. Cuando llegaron los europeos, las tribus dominadas sólo cambiaron de dominador y muchos de los esclavizadores acabaron, por ingente ironía del destino, como esclavos en las Américas.

El «Uppsala Conflict Data Program» reporta que entre 1989 y 2024 se han producido cerca de cuatro millones de muertos en distintos conflictos violentos en el mundo; en ese mismo período, existieron 55 conflictos armados. En sus páginas, se presentan registros por cada uno de los países.  (https://shorturl.at/k04gK, https://ucdp.uu.se/exploratory). 

En este planeta tan azul, se ha vivido para derramar la roja sangre. Se ha existido para combatir y matar al otro, para el cultivo de la violencia, fertilizada con tanta sangre derramada. Ha existido una coexistencia adobada con el desprecio permanente por el dolor de todos los que sufren la insensata e inexplicable pérdida de millones de vidas en actos cotidianos de guerras y en variadas formas de violencia sanguinaria.

Los humanos desprecian la vida. «La vida no vale nada», ha cantado Luis Alfredo Jiménez.

No vale nada la vida

La vida no vale nada.

Comienza siempre llorando

y así llorando se acaba.

Por eso es que en este mundo,

la vida no vale nada. (Claro que no).

 

(La canción completa aquí: https://tinyurl.com/435vmh9c).  

Se han alzado e izado, en ceremonias que ya nadie cree, las banderas blancas, mientras que, a manera de ritos de expiación, en variedad de ritos, se exaltan y se exhiben rifles y cañones. Infinidad de palomas blancas, mensajeras de la esperanza y de la reconciliación, han sido lanzadas a los aires, para luego ellas caer muertas ante el horror incurable del desangre entre los humanos.

Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016, en su canto «Blowin' in the Wind» («Soplando en el Viento»), en una magistral combinación de figuras literarias como preguntas retóricas, anáfora, metáfora, símil y oxímoron, da respuestas dolorosas a las incesantes preguntas, persistentes e inquisidoras, como si fuese reflejo de la desesperanza o una tenue invitación a no abandonar la fe en una vida pacífica frente a la insistencia humana de amar la violencia. Dice Dylan en su composición de 1962:

¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre?

¿Antes de que lo llames hombre?

¿Cuántos mares debe navegar una paloma blanca?

¿Antes de que duerma en la arena?

 

Sí, y cuántas veces deben volar las balas de cañón

¿antes de que estén prohibidos para siempre?

La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento.

La respuesta está soplando en el viento.

 

(Aquí toda la canción, con subtítulos en español: https://shorturl.at/e5X6w).

El incesante clamor se lo ha llevado el viento siempre. No se puede llamar hombre o ser humano a quien ame y cultive la violencia. Las insistentes invocaciones se la lleva el viento, mientras que las arenas de las riberas de los ríos, y de todos los mares, se seguirán llenando de las muertas palomas blancas, otras víctimas de la incesante violencia.

Algún día seremos capaces de detener el viento y dejar que las palomas blancas revivan para llenar de paz a todos los hombres de buena voluntad y para alejar a la violencia, la maldita violencia que corroe todo, y así poder decir, por siempre, que maldita sea la violencia. Sí, mal decir de toda acción o pensamiento que instigue y justifique la violencia, convertida ésta en un hecho que permea y daña las que deben ser las acciones y costumbres de paz y concordia.

La violencia se expresa en eventos cotidianos que se han tomado como connaturales, manifestada en actitudes de individuos y en acciones de las naciones que han consolidado el ideario de que el conflicto y la violencia son inevitables. La violencia, la maldita violencia, puede ser el detonante precursor de una extinción masiva.  Esa violencia no la envió Dios, no es parte de su designio para nosotros. El eximio compositor colombiano José Barros, en la canción «Violencia, Maldita Violencia», interpretada con brillo magistral por el cantor Gabriel Romero, clamó con incesante reclamo:

 

Oigo un llanto que atraviesa el espacio para llegar a Dios,

es el llanto de los niños que sufren, que lloran de terror.

Es el llanto de las madres que tiemblan con desesperación,

es el llanto, es el llanto de Dios

 

Violencia, maldita violencia

¿Por qué te empeñas en teñir de sangre la tierra de Dios?

¿Por qué no dejas que en el campo nazca nueva floración?

Violencia

¿Por qué no permites que reine la paz, que reine el amor?

Que puedan los niños dormir en cunas sonriendo de amor.

Violencia

¿Por qué no permites que reine la paz?

¡No más guerra, no más violencia!

 

(La canción completa aquí: https://shorturl.at/tZLbE).

Que reine la paz y la justicia, con seres humanos libres, plenos de felicidad. Alejar a los niños y jóvenes de los conflictos y de la violencia extendida, es tarea de todos, para que no se tiña de sangre la tierra de Dios, para que reine la paz, para que reine el amor.

 

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