La Resistencia a la Innovación en Educación


La Resistencia a la Innovación en Educación

Enrique E. Batista J., Ph. D.

Una revolución no se da cuando la sociedad acoge nuevas tecnologías, sino cuando la sociedad adopta nuevos comportamientos. Clay Shirky

Es redundante decir que la educación es un asunto de progreso y cambios. En las puertas de propuestas y elecciones para el Congreso y Presidencia de la Republica es necesario insistir, con reincidencia, en que corresponderá al nuevo gobierno y a los legisladores impulsar un modelo educativo innovador basado en una ley estatuaria que con amplia participación ciudadana garantice una educación inclusiva y equitativa de calidad y que promueva oportunidades de aprendizaje permanente para todos como bien acordó Colombia al acoger los Objetivos de Desarrollo Sostenible liderados por la UNESCO (http://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/) .

Cambiar, transformar e innovar no ha sido regla en las prácticas educativas mundiales. Abundan experiencias que pudieron producir cambios positivos en logros y formación de los estudiantes que no llegaron a implementarse por la resistencia de miembros de las comunidades educativas, alumnos y sus padres, maestros y directivos escolares.

La mayoría de las veces la innovación no ha procedido por falta de liderazgo de las autoridades educativas o por negativa a las mismas, ausencia de participación de los maestros, y también por la simple imposición desde arriba sin que a quienes les toca implementarla la conozcan, participen en su formulación y la puedan poner a prueba con su experiencia y convencimiento cierto. Con frecuencia no es resistencia al cambio sino desconocimiento de éste, de sus fundamentos y sustentación social y pedagógica.

Cambiar lo modos de trabajo que han producido resultado, o al menos que se presume que lo han producido, genera rechazo y niveles de incertidumbre. Si hay nuevas concepciones del aprendizaje, una nueva visión y roles del alumno y del maestro, una concepción diferente de la enseñanza, del papel de los nuevos medios educativos, la naturaleza de la relación pedagógica y de los modos de valorar el aprendizaje y la enseñanza, es obvio que se requiere un trabajo intenso de información y apoyo. Genera disonancia cognitiva cambiar el dictado de información por el uso de recursos de aprendizaje situado o distribuido, de medios como la realidad aumentada, el uso del dispositivo móvil en el aula en lugar de ordenar que lo apaguen, asumir al estudiante como activo y autónomo en el papel de aprendiz, reconocer que existen diversas rutas formativas para alcanzar los mismos fines educativos, o que el estudiante aprende a formular preguntas, no sólo a responderlas pasivamente en exámenes. Disonancia cognitiva que causa angustia frente a la novedad que el maestro puede no conocer y que, con algún grado seguridad, mostrará rechazo o resistencia pasiva.

Hoy es el estudiante quien se resiste a aprender cómo se aprendió y se enseñó en el pasado. En curso hay una nueva manera de aprender que los estudiantes, de modo crítico y en uso de su autonomía, aplican por encima del tradicionalismo pedagógico. Llegó el momento de abrir el camino a la innovación en las prácticas escolares de consuno con los maestros, alumnos y directivos escolares. La resistencia a la innovación educativa no se refiere sólo a reticencias frente al cambio tecnológico, tampoco se trata de un borrón y cuenta nueva olvidando las muy valiosas experiencias y modelos didácticos que han probado ser efectivos para motivar a los alumnos y promoverlos a niveles mayores de logros educativos y de desarrollo tanto cognitivo como afectivo.

Entre los humanos hay la tendencia a la estabilidad de comportamientos, actitudes, valores y motivaciones. No es de la naturaleza humana, pero sí un aprendizaje. De ahí surge la resistencia al cambio. Cabe parafrasear aquí al profesor Clay Shirky, mencionado en el epígrafe, cuando afirma que una revolución no se da cuando la sociedad acoge nuevas tecnologías, sino cuando la sociedad adopta nuevos comportamientos.  (https://goo.gl/XF7eXl).

Frente a buenas propuestas innovadoras en educación siempre ha habido opositores, renuentes y entusiastas. Se ha mencionado una variedad de razones para la resistencia al cambio. Una de ella es la preservación de los beneficios propios por encima de los colectivos; a muchos opositores les preocupan mucho más los beneficios de su situación individual que el colectivo. Otros temen salir del área que los abriga y les da seguridad, niegan la necesidad del cambio y buscan encontrar en la innovación algo que le falta para poder distraer la atención y desvalorizar la conveniencia, importancia y solidez de ésta. Algunos salen de sus propias zonas de reclusión sólo cuando les llega la jubilación, sin que hayan dejado atrás nada que recuerde una sola realización o aporte valioso para el bien de todos o de la respectiva institución. (https://goo.gl/XF7eXl).

Para combatir esta resistencia es importante que todos entiendan la naturaleza esencial del cambio y la innovación. Con frecuencia se da la tendencia a contextualizar la innovación desde las propias perspectivas pedagógicas o sobre la supuesta efectividad de las prácticas consuetudinarias que, en sus conceptos, no necesitan ser cambiadas. Otros, gobernantes incluidos, confundirán innovación con la introducción de nuevas tecnologías o recursos didácticos, sin importar que la vieja práctica escolar continúe vigente. Es un cambiar sin cambo o un cambio sin cambiar.  Con paradoja, entre algunos enseñantes también hay resistencia a aprender. Hay quienes temen perder su liderazgo frente a la emergencia de nuevos líderes o formas de gestión. La innovación no procederá si se promueve sólo bajo el principio de la autoridad, ya sea por la vía de teóricos en pedagogía o de la autoridad estatal.

De otra parte, frente a la resistencia a la innovación educativa están los problemas en la comunicación, lo cual ocurre cuando la propuesta se formula sin el apoyo o participación de quienes pueden aportar ideas para su enriquecimiento. La experiencia ha mostrado que es iluso asumir que la innovación es buena per se y asumir que los demás, en especial a quienes les toca ejecutarlas, la acatarán y pondrán en práctica con el mismo entusiasmo de los creadores. El trabajo colaborativo en equipo y la participación permanente es un remedio para evitar o reducir esta clase de resistencia a la innovación.

La resistencia a la innovación educativa ocurre también cuando la mil veces llamada “revolución educativa” sale de un sanedrín tradicionalista o sectario en concepciones educativas, pedagógicas ideológicas o sociales, y se impone por la vía de un decreto ministerial o una ley sin participación de las comunidades educativas, con la consecuencia de que escrito se quedará y que la deseada “revolución educativa” esperará una sana oportunidad en el futuro.

Para el éxito de la acción educativa nacional las “revoluciones educativas” no pueden ser saltos al vacío. Una innovación es cambio, es un cambio, con tautología permitida, para cambiar. No se cambia e innova con decretos, sino con liderazgo en ambientes participativos, en especial con aquellos a quienes les toca la puesta en marcha de la innovación, el trabajo y experimentación de campo. O sea, no hay innovación sin maestros y sin directivos escolares formados y entusiastas, y tampoco sin la comprensión y participación de los alumnos y padres de familia.

Otra aversión al cambio se debe a que la innovación introduce variaciones de fondo en los modos habituales e improductivos de enseñar, por los cambios en la ecología laboral o la incorporación de otras perspectivas educativas diferentes. Con frecuencia es la condición de quienes se han “adueñado” de su puesto de trabajo, con el convencimiento de que el mundo de las prácticas educativas les pertenece, lo dominan y es inmutable.
A las resistencias anteriores se puede agregar la incompatibilidad entre las estrategias pedagógicas que el maestro ya tiene probadas con los desarrollos permanentes de muy variadas tecnologías y con las nuevas concepciones de aprendizaje como los derivados de los avances en neurociencias.

Una innovación educativa no puede imponer una tendencia o una determinada escuela pedagógica, como tampoco limitar la posibilidad de los maestros para introducir sus propias creaciones didácticas, acordes con la naturaleza de la población con la que trabaja y las muy variadas realidades de contexto geográfico, étnico y cultural.  No puede existir una innovación educativa prescriptiva de un modelo exclusivo de enseñanza o de aprendizaje.  Se requiere que el maestro y el directivo escolar tengan la libertad de evaluación, reorientación y enriquecimiento de las propuestas de cambio. De otra parte, ha sido probado que, sin una buena y probada dirección en la institución educativa la innovación no tendrá mucho futuro.

También es cierto que, con mucha frecuencia, bajo la denominación de innovación se han escondido prácticas restrictivas a la libertad de enseñar y de aprender. Mucho de la legislación educativa en el país, bajo la guisa de cambio, ha escondido intenciones restrictivas y limitadoras de la necesaria y permanente creatividad connatural a los procesos de aprendizaje y desarrollo humano.

Innovar no es un asunto de borrón y cuenta nueva sobre las prácticas educativas y estrategias didácticas que han probado ser efectivas.  Innovar es volver a trabajar con flexibilidad con ellas apoyado en los avances del conocimiento, los medios y tecnologías en los nuevos contextos educativos que se construyen en la sociedad del aprendizaje. La innovación hoy es para obligar al desarrollo de una educación con calidad, inclusiva y pertinente para los nuevos tiempos, para los distintos contextos geográficos, étnicos sociales y culturales. O sea, innovación con pertinencia local, nacional y global.

Sin un liderazgo sólido, la innovación no tendrá mucho futuro, en su implementación será macondizada, vuelta mundana. Es decir, será “acogida”, y aunque se incluyan nuevos términos o conceptos en la jerga pedagógica cotidiana, se seguirá haciendo más de lo mismo. Es el cambio sin cambiar, es la innovación que se diluye en las improductivas viejas e inveteradas prácticas escolares. La historia de las prácticas educativas colombianas está llena de muchos de estos casos.

No se puede inculpar al maestro por la presencia de prácticas educativas desuetas. Buena parte de la normatividad vigente los constriñe a no innovar. El viejo currículo está presente, aunque las nuevas realidades en la sociedad del aprendizaje hace rato lo han sepultado. En Colombia, por normas del Ministerio de Educación Nacional, hay que pedir permiso para innovar; o sea, que hay que pedir permiso para pensar y actuar creativamente.

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