Curiosidades de las Letras i, j y ñ: Todas Están Coronadas
Curiosidades
de las Letras i, j y ñ: Todas Están Coronadas
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Aprendemos el abecedario o alfabeto, a escribir y leer, sin indagar algunas
curiosidades de las letras, como el por qué la «i» y la «j» tienen un punto
encima a manera de corona, y, a la vez, la "I" y la "J" en
mayúsculas no lo tienen. El muy inquieto alumno preguntaría, sin obtener
respuesta precisa: "Profe y por qué, si es evidente el carácter
innecesario de esos punticos se mantiene esa curiosa coronación". De
hecho, tales punticos se mantienen desde hace siglos en todos los idiomas que
emplean el alfabeto latino.
Cuando Gutenberg inventó la imprenta con tipos móviles (de ahí tipografía y
tipógrafo) al emplear letras de su gusto estético puso sobre la "i"
una barrita arqueada, tal como se observa en sus ediciones de la Biblia. Su
intención fue la de facilitar la lectura y evitar la confusión con otras letras
(por ejemplo, la doble ii con la u). El tipo de letra que escogió, el gótico, muy
elegante pero difícil de leer; esas ediciones primigenias de la Biblia
parecieron encriptadas para ser descifradas por muy pocos de los que sabían
leer en esa época.
El dictum: «Es «necesario poner los
puntos sobre las ies» fue creado hace más de 500 años para significar el deseo
de precisar o aclaras hechos o circunstancias.
Muchas centurias después de las primeras
formas de escritura, sobre tabletas de barros, se generalizó en Europa el
alfabeto que emplearon los romanos en su antiguo imperio, llamado alfabeto
latino. Fueron los comienzos de la escritura. Más adelante, en la temprana Edad
Media, se empleó un instrumento tecnológico de escritura construido con el
cálamo o cañón afilado de las plumas de las aves, lo que por esa evidente razón
se llamó plumilla. Por años fueron empleados los sustantivos «pluma» y «plumero»
para referirse, ya en vía de ser anacronismos, a los instrumentos de escritura
con tinta. Esa escritura con plumas dio origen al hoy bolígrafo de tinta,
tatarabuelos de los «plumeros», al lado de su inseparable adminículo, el frasco
de tinta, por igual en abierto desuso, bien llamado «tintero».
Las primeras reproducciones de los libros se lograban mediante dictados. Una
persona dictaba a un grupo, usualmente monjes, que estaban entre los muy pocos
que sabían leer o escribir. Esos copistas, que debían tener excelente
caligrafía, inmersos en esa «tecnología de punta» (de pluma), hoy considerada
muy primitiva, crearon muchas de las variantes que observamos en la escritura,
como es el caso de que para ahorrar tanto el caro y escaso pergamino, como la
muy costosa tinta, recurrieron a ingeniosos atajos que están presentes en
nuestra escritura todavía después de que han pasado tantos siglos.
Con su instrumento tecnológico de escritura, de aves desplumadas, los copistas
del Medioevo (versión inicial de los tipógrafos), dieron origen a otras
tecnologías de escritura, hoy bastante conocidas y usadas. Esos amanuenses,
inmersos en esa tecnología, hoy considerada muy primitiva, crearon muchas de
las variantes que observamos en la escritura cotidiana en todas las lenguas que
emplean el alfabeto latino. Con ellos se preservó buena parte del acervo
literario y cultural producido y conocido hasta ese entonces. (https://rb.gy/h7xhaf).
En la escritura manual, así eran
escritos los libros antes de la invención de la imprenta. el punto sobre la «i»
minúscula ayudó a evitar, como se señaló, confusión con otras letras. Las
normas gramaticales en los diversos idiomas con alfabeto latino no consideran
error gramatical la ausencia del punto, pero su tradición e identidad, de ella
y de la «j» obligan a poner el punto, el cual desaparece cuando se tilda la «i»,
o cuando ambas asumen la forma de mayúscula. En español se exige el punto sólo
para asegurar la forma canónica de esas letras. (https://rb.gy/scgvim).
¿Los signos de interrogación y admiración «? y ¡!» también tienen un
punto. La «t», para evitar confusión con otras letras, tiene su eterna barra
pesada que le atraviesa el cuello. En castellano, además de la única
forma de tilde, existe la diéresis con sus dos punticos.
Por la vía de algunos atajos usados por los amanuenses, surgieron algunas
letras en diversos idiomas como, por ejemplo, la doble «n» («nn»), o ene
germinada. Este artificio de la escritura, para el ahorro mencionado de
pergamino y tinta, fue sustituido por una sola «n», pero con una virgulilla (~)
encima (el sombrerito tan característico de la «ñ»;
virgulilla, diminutivo de vírgula = raya, línea delgada). De ese modo, crearon
los copistas la letra «ñ»,
la más española del castellano. Un caso parecido se dio con la letra «c»
con una cedilla o zetilla (= zeta pequeña) debajo («ç»), para simbolizar la letra
zeta. Ella está hoy presente, entre otros idiomas, en el portugués. En el
castellano se abandonó el uso de la cedilla («ç») en los años 1700 cuando fue
sustituida por la «z» (de la letra griega theta), o por la «c» antes de las
letras «e» e «i».
La coronada «ñ» se incorporó
oficialmente al castellano hace 220 años cuando fue incluida en el diccionario
de la Real Academia Española. Pero, el origen de esta letra, genuinamente
propia del castellano, se remonta unos 10 siglos atrás; apareció por primera
vez en un libro en 1176; fue incluida en 1492, el año del descubrimiento de
América, en la primera gramática del español. (https://rb.gy/elway , bhttps://rb.gy/0zd4bd).
Hace un par de décadas la Unión Europea, sin ningún asomo de vergüenza, con la
extravagante pretensión comercial de uniformar los teclados de los dispositivos
digitales, propuso eliminar la «ñ», las más española de todas las letras, como
es preciso decirla con reiteración. La insólita propuesta, por fortuna, fue
radicalmente negada.
Para poner los puntos sobe las ies, no cabe tampoco la opción de atropellar el
idioma acabando con la "ñ", como pretenden hablantes del Cono Sur,
reemplazándola por el diptongo «io». Esos hablan "espaniol”, tal vez una
jerga alimentada por el lunfardo, mas no es genuino español. A esos hablantes
es preciso señalarles (de ese modo, con resaltada ñ) que ella
es parte insustituible de la lengua española.
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