Bachillerato Académico y Bachillerato Técnico: Una Aporía Insostenible Hoy
Bachillerato Académico y
Bachillerato Técnico: Una Aporía Insostenible Hoy
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Se sigue pensando, con concepto curricular arcaico e inútil, que los
procesos formativos educativos pueden dividirse, con hipérbole engrandecida,
entre académicos y técnicos. No hay nada en el mundo laboral de hoy que
justifique el singular despropósito, en especial cuando se aplica a la
formación final de los bachilleres.
Hoy, y con seguridad en el pasado, carece de sentido suponer y forzar
que los estudios de bachillerato se puedan dividir en las muy estrechas
casillas de académico y técnico. Semejante adefesio carece de sustento y
respaldo en el mundo de las profesiones, en la cotidianidad del mundo y obliga,
a contrario sensu, a que los estudiantes, jóvenes e imberbes adolescentes, se
acomoden a un artificio de escritorio, de ordenamiento añejado en los muy
viejos toneles de la antigua pedagogía. Si el bachillerato como se da hoy
carece de sentido, con mucha más razón lo es la división del mismo entre
bachillerato académico y bachillerato técnico. El ejercicio de la ciudadanía,
las normas cívicas del buen vivir y la moral no son ni académicas ni técnicas,
como no lo son la medicina, la psicología, el derecho y cualquier otra
profesión u oficio.
Bien se ha dicho que hoy el bachillerato finaliza con el otorgamiento de
un diploma, el cual sólo certifica que se han cumplido y aprobado (con
frecuencia de cualquier manera) un grupo determinado de asignaturas organizadas
con una estructura carente de lógica y de sustento pedagógico.
Se ha reconocido que la educación en general, y el bachillerato en
particular, no habilita a los jóvenes para la ciudadanía y para el trabajo
productivo en la sociedad, culturas y economías del siglo XXI, no faculta para
comprender los desarrollos en ciencias y tecnologías, ni los cambios y riesgos
en la geopolítica mundial. Tampoco los habilita para ser ciudadanos con sólida
formación en valores cívicos, éticos y culturales, amantes de la democracia
participativa y guardianes de la biodiversidad. Es una formación escolar sin
forma que deforma a los jóvenes que han sido conducidos, durante años escolares
sucesivos, con la idea de qué hay cielos abiertos, caminos fáciles, rutas
llenas de abundancia, con mucho néctar y ambrosía (vino y alimento de los
dioses de un falso Olimpo), una vez logren el muy devaluado cartón de
bachiller.
Es algo inhumano y hasta brutal, pero real. Se induce a niños y jóvenes
a la precaria aventura de trasegar por caminos con brújulas descarriadas o GPS
que no llevan a ninguna parte, frustración anunciada frente a rutas inciertas,
a sabiendas de que los caminos mismos no se devuelven y tampoco facilitan el
encuentro de rumbos nuevos o acaban en atajos sin salidas. Es el desengaño de
los jóvenes burlados en su inteligencia y buena fe por un modelo educativo
lleno de proclamas vacías y de añejas e impropias intenciones.
Pero, desde antes de finalizar el bachillerato, muchos ven, con precoz
anticipación, la inutilidad de la formación que se les ofrece, de lo que pueden
lograr por los caminos y opciones que les son pintadas. Propuestas formativas
que se acompañan de la creación de expectativas etéreas, cuna de lo incierto,
de la confusión, la incertidumbre y la tempranera frustración. Es una tramoya
enredada que lleva a muchos al abandono temprano de la escuela, con un severo
impacto negativo en sus vidas y en la garantía del goce a su derecho
fundamental, e irrenunciable, de una educación de calidad en la cual puedan
aprender, desplegar y alcanzar elevadas aspiraciones para beneficio propio y de
toda la comunidad.
Desde la edad de 15 años, o alrededor del grado noveno, empieza una
crisis amplia de muchos adolescentes que, con temor y frustración, vislumbran
en el corto plazo como se acerca el desempleo y la marginación (muy agravada
especialmente entre las niñas), con alienación y confusión agudizada. Entre
aquellos jóvenes que logran finalizar el bachillerato, sólo un porcentaje bajo
logra acceso inmediato a programas de educación superior y muy pocos encuentran
la posibilidad de empleo y trabajo digno y estable con aseguradas garantías de
seguridad social.
Aquellos que no ingresan a la educación superior o al mundo laboral se
suman a los tempranos y precoces desertores. Acaban, por inercia y desamparo
social, convidados al temido campo minado del desempleo; los acompaña la
frustración frente al espejismo quimérico de ingreso a la educación superior
que les fue señalado como una opción posible que les garantizaría el cartón de
bachiller. Así, se ha creado una cultura juvenil de desencanto, ignorada por
muchos y tolerada por las mayorías, frente a lo que la sociedad, con vetusto
modelo educativo, les ofrece y les había prometido.
Algo cruel es parodiar al Maestro Rafael Escalona cuando cantó lo tanto
que se aprecia el cartón de bachiller cuando abunda tanto en el basural: «Porque eso si es digno de compadecer a todo
el que no tenga el cartón de bachiller… con tanto de sobra que hay en el
basural… Adiós mis amigos, yo me voy a desterrar pal' sur de Colombia, donde
hay paludismo y fiebre. Si me notan triste es porque me duele dejar mi Patria
querida tan llena de bachilleres». (El lector puede escuchar la canción «El Bachiller» aquí: https://rb.gy/8v0sun).
Por años se ha asumido, de modo erróneo y gobernados por una creencia
sin fundamento, que la formación escolar para el éxito, personal, social y
profesional se alcanza por una de dos vertientes en los últimos grados de la
educación secundaria: la académica y la técnica. Creencia fundamentada en el
supuesto de que la académica desemboca en la admisión universitaria y la
técnica en el ingreso pronto al mundo del trabajo.
Ambas aserciones, como todos sabemos, son falsas. En algunos países la
formación en los últimos grados de la educación secundaria la denominan, bajo
el mismo falso e impropio supuesto, como «la
preparatoria». Asumiendo que se ha «preparado»
(no tanto formado con solidez) a los jóvenes para el trabajo o educación
posterior, pero bien se sabe que el acceso al mundo laboral y a las formas
superiores de cualificación están condicionadas por una cantidad adicional de
variables sociales, culturales, económicas, geográficas y demográficas.
Confusión que se agrega cuando en muchos otros países «la preparatoria» es la escuela primaria.
El ingreso a la educación superior y al mundo laboral no se garantiza
con la muy impropia separación entre lo académico y lo técnico. Toda formación
escolar desde preescolar hasta la educación superior está impregnada de
contenidos académicos y fundamentada en desarrollos técnicos y tecnológicos,
sobre una base social, moral y ética. Así, las matemáticas, el arte y las
ciencias no caben en la dicotomía excluyente de académico o técnico. No hay
aporías o separaciones inevitables entre lo que se ha considerado académico y
lo tecnológico. La formación escolar es íntegra en el mundo de hoy, no se puede
formar a generaciones de jóvenes encasillados, enclaustrados y rotulados como
seres académicos o tecnológicos. Se precisa finalizar con la ilusión de que
existe una separación clara, observable y verificable entre ellas.
La impropia e inútil separación, por carriles independientes de lo
académico y lo técnico (lo tecnológico, más bien), rompe los espacios de
integración de saberes para llegar a la innovación social, la creación
científica, tecnológica, artística o cultural. En esa creación, de manera libre
y con iniciativas propias, concurren los estudiantes con sus talentos,
emociones y motivaciones, las cuales no pueden ser interferidas desde afuera
con la aporía castigadora que los obliga a seguir caminos que no existen
fundamentados en concepciones del mundo abiertamente impropias y muy atrasadas
del mundo social, cultural y del laboral con su diversidad creciente de
requisitos.
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