Habitabilidad Escolar Para Proyectos Formativos Disruptivos
Habitabilidad Escolar Para Proyectos Formativos Disruptivos
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
A finales de
junio de 2021 la Unidad de Inteligencia de The Economist publicó
el Índice Global de Habitabilidad que analizó a 140 ciudades en el mundo con cerca de 30 variables agrupadas en cinco categorías: Estabilidad, cuidados de la
salud, cultura y medio ambiente, infraestructura y educación. (El lector puede
leer el resumen ejecutivo aquí: https://rb.gy/zaxxda).
Nueva Zelandia, Japón, Australia y Suiza
encabezaron la lista de ciudades con mejores niveles de habitabilidad;
con los menores índices estuvieron
ciudades en países como Siria, Bangladés, Pakistán, varios africanos y
Venezuela. Dada la publicación de este Índice,
que tiene a la educación como una de sus principales variables, conviene presentar algunas consideraciones
sobre la habitabilidad de las escuelas
como sitios de residencia de la
inteligencia y de gran variedad de talentos. Ahí reside el proyecto social más
importante, reside la sabiduría, reside el futuro de cada estudiante, de la familia, la nación, la
cultura, la sociedad y del planeta en general.
Con frecuencia se señala
que las escuelas son un segundo hogar, un hospicio en donde mentes y corazones tiernos ingresan para nutrirse de los más
altos valores humanos con el fin de desarrollar la inteligencia que emana y crece de manera permanente en todos y
cada de los alumnos, porque escuela es
igual a la cruda y ruda emoción hecha
razón, amor y cognición.
La necesidad de construcciones
físicas de las escuelas para una educación disruptiva entra en conflicto, más
que frecuente, con las concepciones rígidas
y tradicionales de la arquitectura. Ha sido erróneo pensar que existe una
escuela cuando se tiene una construcción física. Eso equivale a tener el
cascarón de un huevo, vacío, sin nada vital y de futuro adentro. Ese
cascarón no puede llamarse escuela. Para
serlo debe albergar un preexistente proyecto social y otro pedagógico.
Corresponde a la escuela ser un «hóspito»
lugar, un hospicio de habitabilidad, con condiciones para albergar a la
comunidad educativa y facilitar a cada uno el logro de preciadas metas individuales y sociales. Sólo cuando las construcciones escolares
son ese hospicio de habitabilidad cabe la potenciación de la inteligencia,
conciencia, virtudes y talentos de los alumnos, como también la satisfacción
personal y profesional de sus maestros orientadores. Ellas, las escuelas, no son
sólo espacios físicos, sobredeterminados por añejos conceptos arquitectónicos,
sino construcciones conceptuales en permanente evolución, regidas por metas
sociales y proyectos formativos amparados
en fundadas prácticas pedagógicas sujetas a experimentación y validación constante.
El proyecto arquitectónico,
bien o mal construido desde lo material, con inusitada frecuencia resulta ser
inane para la residencia, cultivo y fomento de la inteligencia, un lugar
inhóspito, inadecuado y ruinoso para los propósitos formativos que, entre otros
efectos adversos, distorsiona y vuelve rígida la relación pedagógica, condena a
alumnos y maestros a prácticas pedagógicas envejecidas, impropias para los
tiempos, lejos de las posibilidades de innovación y experimentación permanentes.
La fuerza restrictiva que llega a imponer la construcción conduce a que el
proyecto formativo adquiera formas de
enseñar y de aprender pasivas,
contrarias a la siempre muy activa mente e inteligencia inquisidora de los
alumnos y a la capacidad de innovación de los maestros.
La arquitectura así está muy lejos de las
necesidades de una escuela para los
nuevos ambientes de aprendizaje y de la adecuación de ella a las exigencias de los
sustanciales avances sobre el aprendizaje que se derivan, entre otras, de las
ciencias cognitivas. Está muy distante de las necesarias disrupciones que
claman los servicios educativos en el mundo. La arquitectura escolar dominante
se estancó y carece de creatividad y de
sensibilidad frente a los cambios profundos que vivimos; está encerrada
en viejas concepciones de la escuela como un agregado de aulas, desconoce los que
hoy son y deben ser los múltiples ambientes escolares de aprendizaje, siempre
activos e interactivos, para enseñar y aprender, para formar a estas y a las
sucesivas generaciones, para incrementar la pertinencia y valía de la escuela,
para motivar el interés de los alumnos por la escuela y su permanencia de los
estudios.
Se ha recurrido al diseño
de ambientes escolares sin contar con la experiencia y sapiencia de los
maestros, de espaldas a los proyectos educativos de las diferentes
instituciones. Se han diseñado arquitectónicamente las escuelas para
estandarizar, para homogeneizar lo que no se puede, con el efecto pernicioso de
limitar el inherente proceso de disrupción educativa y de innovación
pedagógica.
La
habilitación de espacios físicos
es una condición esencial para alcanzar las metas formativas que fija el respectivo modelo educativo. Esos
espacios deben ser habitables en el sentido de que tienen que satisfacer
criterios de adecuación para la naturaleza de los diversos procesos de enseñanza
y de aprendizaje, adaptables a distintos propósitos formativos. Si el habitar
es una característica fundamental del ser humano, las construcciones de la
escuela no se compadecen con las innovaciones y las trasformaciones sociales,
científicas y tecnológicas que afectan lo que se enseña, cómo se aprende y qué
se aprende. Pero se ha insistido en construcciones no habitables para el
desarrollo de la inteligencia, la creatividad y la buena ciudadanía.
Habitar no es estar físicamente en un lugar. Habitar
es desarrollar y cumplir acciones humanas para alcanzar niveles satisfactorios
de calidad de vida. Como centro de la inteligencia, la escuela es el espacio
habitable por excelencia; su habitabilidad no la determina la arquitectura,
pero esta puede constreñir la realización y alcance de sus propósitos
esenciales.
La arquitectura vigente privilegia al aula como
espacio único de aprendizaje. Se ignora, y se actúa con alguna forma de repetición
compulsiva, que la construcción escolar varía según el nivel educativo, que
debe facilitar la innovación pedagógica y la introducción de las más avanzadas
y reconocidas innovaciones que se han
dado sobre la enseñanza y el aprendizaje escolar. La creación de ambientes
favorables para el progreso escolar
parte del reconocimiento de que ellos varían, a la vez, según los diferentes
proyectos educativos, los cuales, en distintos contextos regionales o
culturales, exigen ambientes físicos flexibles
y adecuados a los fines formativos
propios de cada nivel, región y cultura. Las disrupciones educativas exigen que
los mismos faciliten el trabajo por proyectos, la incorporación de los muy
necesarios y variados recursos
tecnológicos y las diversas estrategias de aprendizaje mediante áreas formativas
integradas.
A la construcción de plantas
físicas preexiste por obvias razones la propuesta
formativa escolar. Aquella se tiene que plegar necesariamente y sin excepción a
esta. Usualmente desde la arquitectura se piensa que el constructor le da vida al espacio físico,
pero que la vida y alma se la tiene que dar el habitante, aquel que
ocupa el lugar construido. Es y debe ser al revés, el constructor tiene que
plegarse al cuerpo y alma del proyecto
formativo, de lo contrario este puede no
caber en la idealización romántica del constructor. Hoy se acepta que: «A lo largo de la historia el
arquitecto erróneamente ha intentado enseñar a los habitantes cómo vivir los
espacios… Los objetos arquitectónicos son simples medios o instrumentos que
no tienen su fin en ellos mismos. Su finalidad va más allá, consiste en la
satisfacción de las necesidades espaciales del hombre habitador». (https://rb.gy/yiyihp). La habitabilidad
escolar es un asunto de pedagogos no de arquitectos constructores.
Para que las escuelas sean
habitables se precisa asegurar las muy descuidadas variables de: bienestar,
comodidad, higiene, salud, seguridad física, sustentabilidad, control de
temperatura, ventilación apropiada, control acústico, agua potable,
flexibilidad para el uso de los espacios y ambientes, zonas verdes y de
recreación, manejo de desechos, accesibilidad, adecuación para la incorporación
de nuevas tecnologías, disposición permanente de energía eléctrica, conectividad
estable a Internet con suficiente ancho de banda, y estrategias innovadoras
para el aprendizaje. La calidad de la educación se asocia a la presencia de
estas variables, sin ellas se afecta de manera grave la posibilidad del
progreso escolar de cada uno y de todos los alumnos.
La calidad de los procesos
formativos se fundamenta en qué tan
adecuados, flexibles e innovadores son los
espacios escolares para generar ambientes múltiples e interactivos de
aprendizaje educativamente habitables (https://rb.gy/fwuzgi).
La calidad de vida en espacios de habitabilidad escolar supone que
la arquitectura de las instituciones educativas favorezca la generación de ambientes
físicos educativamente habitables y facilite las necesarias disrupciones educativas
y pedagógicas para superar añejas e improductivas prácticas escolares.
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