Concertación Ciudadana Para Las Necesarias Disrupciones Educativas
Concertación
Ciudadana Para Las Necesarias Disrupciones Educativas
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
La gran disrupción educativa es
un inmenso reto que enfrenta la ciudadanía en general, los padres de familia (como
los primeros y más cruciales formadores),
los distintos sectores cívicos y de la producción, iglesias, gobiernos,
legisladores y, con todos ellos, la gran cantidad de maestros que expresan a diario su voluntad
para innovar y favorecer la creación y el desarrollo de nuevos paradigmas
formativos escolares con solidez fundada y alta pertinencia.
Se ha manifestado con
claridad el muy generalizado consenso frente
a los paradigmas educativos vigentes en el mundo, considerados como inapropiados
para la formación de las nuevas generaciones. Son modelos educativos imperantes,
pero sin vigencia, impropios para los
tiempos y circunstancias que vivimos, e improcedentes frente a los deseos y
voluntades de niños y jóvenes.
La denominada «alternancia»,
presencialidad y trabajo escolar remoto, oculta la idea de continuar con los mismos viejos e improductivos modelos
educativos, frente a la oportunidad y necesidad
de una disrupción educativa innovadora. La presente pandemia ofrece y abre una
deseada oportunidad. Cualquier esfuerzo por «reimplantar», ese el verbo
apropiado, viejos paradigmas educativos que en su operación fueron rotos por el
extraordinario acontecimiento sanitario, resultará no sólo improductivo, sino
inconveniente y contrario a los propósitos de crear opciones de formación
escolar adecuadas y apropiadas a las necesidades sociales y a las de formación
integral de niños y jóvenes como ciudadanos pacíficos y solidarios, como fuerza
laboral creadora, como constructores de nuevas visiones del mundo y de las
sociedades.
Son modelos educativos sin
fundamentos justificables y abiertamente desfondados, cuyo único fondo es la fría
oscuridad en el inmenso y abismal agujero en que han sido sumidos. Oscuridad
que ha llevado a que muchos no vean esa
oscura fosa pelágica en la que se
precipita la educación. Sin embargo, son visibles y claros los propósitos
educativos que los paradigmas formativos imperantes no atienden. Para quienes
no ven la necesidad de la gran disrupción educativa o les es indiferente, la
escuela es el país de las maravillas, un espacio mágico, como en los cuentos de
hadas, donde los alumnos entran a un mundo de fantasía, se llenan de bienestar,
viven y aprenden a ser felices por siempre, disfrutan de abundantes, ricos y
nutritivos manjares para sus intelectos. Sin embargo, la dura realidad muestra
que buena parte de ellos no gozan de ambientes dignos y adecuados para su
formación, asisten malnutridos a las escuelas, con espacios físicos
inhabitables, insuficiente financiación para su funcionamiento y carencia
de medios didácticos actualizados y
suficientes.
Muchos todavía no ven, y tampoco
oyen, el clamor que expresan con insistencia los más variados sectores de la
ciudadanía que viven y sienten la improcedencia de los modelos educativos que
ahogan inteligencias y hacen fenecer multitud de sueños y de legítimas
aspiraciones. Los padres matriculan a sus hijos en escuelas, colegios y
universidades para que crezcan en sabiduría, se socialicen, aprendan conductas
ciudadanas y éticas apropiadas, crezcan en la autonomía cognitiva y moral y desplieguen
un carácter fundado en el desarrollo pleno y sano de la personalidad. Eso se ha
dicho y sostenido, pero esos modelos y las formas pedagógicas tradicionales, resecas
con la impronta que les impone la tradición, no permiten alcanzar tan precisas
y obligadas metas.
La pandemia que padecemos trajo
cambios súbitos en muchas prácticas escolares tradicionales mediante el uso de plataformas
digitales para el aprendizaje remoto o en línea. Es destacable el hecho
negativo, en todo el mundo, consistente en que una porción grande de
los estudiantes no pudieron seguir su formación escolar al carecer de acceso
en el hogar a los recursos tecnológicos requeridos, con el resultado de
pérdida de oportunidades de aprendizaje y de socialización con retrasos severos
en la adquisición de conocimientos, habilidades y valores con efectos negativos
que se reflejarán en todas las sociedades, entre otros campos, en la inclusión ciudadana
y laboral.
El retraso escolar se medirá en
años, con la funesta consecuencia de que un estudiante al finalizar el
bachillerato podrán tener el equivalente de al menos dos años de rezago
en los necesarios y esenciales procesos formativos escolares. Esta consecuencia,
con visos de trauma persona y social, vivida ya y previsible para el futuro
cercano, pone en foco la urgente necesidad de evitar la «reinstauración» del
paradigma educativo vigente, hecho que está en la mente de algunos y que no producirá efectos formativos generales ni tampoco los compensatorios deseados, por
su carácter absurdamente continuista frente a la ruptura abrupta que introdujo
el evento sanitario global. Resulta ser una mirada muy corta, lejos del
análisis de las muy severas consecuencias en el retraso escolar generalizado,
exigir para el resto del año escolar un «Plan de reposición del trabajo
académico presencial con los estudiantes», de compensar las clases que no
se «dictaron».
Así, se demanda a los maestros
cubrir contenidos faltantes y a los alumnos asimilarlos (o copiarlos para el
examen), en lugar de diseñar y financiar estrategias pedagógicas a corto y
largo plazos para minimizar y poner al día los procesos formativos afectados por la pandemia y, de manera especial,
alcanzar la formulación conjunta y colaborativa de opciones creativas hacia un
modelo educativo disruptivo. Bien se sabe que esos efectos negativos perdurarán
por años y no bastará la «reposición» de horas» en un corto período de
tiempo para subsanar el inmenso retraso y daños causados.
Es difícil pensar que el mundo de
la educación puede continuar en la
próxima década igual que hoy cuando quienes están en los primeros grados de
primaria finalicen su bachillerato, lo que sería catastrófico para ellos y para
toda la sociedad. De continuarse con los mismos paradigmas educativos la
incongruencia entre los procesos educativos, las necesidades sociales,
las aspiraciones de niños y jóvenes y
los requerimientos tanto laborales como para la buena ciudadanía producirán
efectos negativos de alta magnitud, insatisfacción y resultados peores que los
actuales.
No se puede pensar, ni hay
evidencia para sostenerlo, que la pandemia ha permitido generar
disrupción escolar en los modos de enseñar y aprender, pero sí ha hecho mucho
más evidente la necesidad de sacudir y transformar los viejos modelos
educativos. Lo que sí ha producido, en
todos los lugares del mundo, es el ensayo nada fructífero de un remedo de los
procesos formativos propios de los paradigmas tradicionales llevados de
emergencia a plataformas de aprendizaje o a las formas híbridas del mismo; ensayo que en ningún caso se ha reflejado en
avances positivos para los alumnos y la sociedad en general y que tampoco respondió
a un deliberado esfuerzo por implantar
la disrupción deseada.
Será claro que los importantes
desarrollos en las tecnologías digitales forman parte de las disrupciones
educativas, pero a la vez no será la mera introducción de ellas la que
caracterice de por sí los nuevos paradigmas, aunque sí se tendrán en
ellas un apoyo sustancial para las innovadoras formas de enseñanza y de aprendizaje.
Existen ya, con fortuna, algunos desarrollos, avances e innovaciones en el
mundo que muestran nuevos caminos, nuevos modelos, nuevos paradigmas para
imponer una educación apropiada para estas sociedades y culturas del siglo XXI.
A este acápite sobre disrupciones
pedagógicas me referirá en próximo artículo.
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