Las Pruebas Estandarizadas Virtuales no Tienen Validez Psicométrica y Tampoco Utilidad Práctica
Las Pruebas Estandarizadas Virtuales no Tienen Validez Psicométrica y Tampoco Utilidad Práctica
Enrique E. Batista J., Ph. D.
Para que una prueba de evaluación estandarizada sea válida debe
ser aplicada en iguales condiciones para cada uno de los estudiantes. Si esas
condiciones no lo son, entonces sus resultados adolecen de validez, no son
interpretables y carecen de vigor para tener cualquier uso práctico.
De manera irresponsable, para
decir lo menos, se intentó aplicar un test estandarizado a estudiantes universitarios
próximos a graduarse en programas técnicos y tecnológicos. Las muy negativas e
infructuosas experiencias en meses recientes a lo largo y ancho del mundo ya
eran conocidas. Se sabía de antemano
que el intento iba a resultar en un
desastre de amplias consecuencias negativas. Se cometieron serios errores de
apreciación y de buen juicio y se maltrató la buena fe de más de 72.000
estudiantes. Se creó un caos en un mundo en donde por las circunstancias en que
vivimos no hay necesidad de más de eso.
Se puso a los estudiantes
en condiciones muy difíciles y estresantes para responder al examen,
empezando por la muy difícil posibilidad de que ellos estuviesen cuatro horas frente a una pantalla
virtualmente “vigilados” uno a uno como si fuesen proclives al dolo. Si el
asunto era de cuidar supuestos fraudes aun las mentes más desprevenidas saben
que hay alternativas informáticas disponibles que escaparían a los sabuesos
vigilantes. No hay manera de vigilar a miles
y miles de alumnos, verificar la autenticidad de la identidad de cada uno de ellos o de inferir que ciertas
expresiones o movimientos corporales implicarían la comisión de fraude.
No todos los estudiantes tienen computadores en casa y acceso a ancho de banda, a programas de software
compatibles, a los navegadores más apropiados para la naturaleza de las
preguntas. No todos tienen espacio
amplio en su casa o posibilidad de la tranquilidad para concentrase y poder responder
lo que se pregunta. Las condiciones de aplicación no fueron estandarizadas, ni
podían serlo en el actual contexto; a los estudiantes con alguna forma de discapacidad,
así como a los más vulnerables pertenecientes a los sectores marginados se les
creó un problema serio adicional de desigualdad, injusticia e inequidad. No se analizaron los criterios de
oportunidad. Se rompió el
criterio de la estandarización cuando no se pudo, ni se podía, aplicar el
examen a todos en igualdad de condiciones, beneficiando a unos y perjudicando a
otros. Así, ha quedado probado que no se
cumplieron sólidos y bien establecidos criterios psicométricos como son los de validez
y confiabilidad. (https://rb.gy/aprfud).
Si no se estaba preparado, si se sabía de lo que
inevitablemente ocurriría, no había razón para lanzarse al caos y maltratar a los
alumnos. Ante infinidad de dificultades individuales el examen se suspendió. Se
persistirá en el error porque se ha anunciado que se terminará de aplicarlo pocos días después. Ante las fallas
presentadas llamadas con eufemismo “fallas técnicas” y no las humanas
que metieron a más de 72.000 alumnos es ese caos y frustrante experiencia ha
dicho el ICFES (https://www.icfes.gov.co/) que el examen
electrónico de la jornada de la tarde será aplicado dentro de
tres semanas.
Sólo el actuar desde un burocrático y nada creativo enclave, lejos, muy
lejos, del conocimiento de las realidades a lo largo y ancho del país se pudo
llegar al despropósito de aplicar por medio virtual en el contexto pandémico
actual una prueba nada útil y menos que
necesaria, creando confusión, malestar y perturbación entre los alumnos que fueron
forzados a presentarla sin que alguna vez
hayan comprendido su utilidad, la que nunca ha tenido como bien es
sabido y reconocido por ellos.
El organismo que dirige esas pruebas tiene como acrónimo ICFES que
significa que es un organismo creado para el fomento de la calidad de la
educación superior. A lo largo de su más de medio siglo de existencia no ha
demostrado que haya promovido esa calidad;
su papel ha sido reducido a la elaboración y aplicación de pruebas, ordenadas
por ley. Las pruebas para los egresados de la educación superior por ley (1324, de 2009) se llamaron ECAES
“Exámenes de Calidad de la Educación Superior”. Posiblemente por haber
llegado a reconocerse que no miden esa calidad se les cambió el nombre, por
encima de la ley, por uno más comercial,
SABER PRO. Unos años antes se les había denominado con el nada original
pero si coprolálico nombre de ECES.
La
organización College Board, que es la empresa en los Estados
Unidos que más administra exámenes para bachilleres y admisión a postgrados,
desde meses antes en este año ya había descartado la realización de sus tests de
manera remota porque “resultaría ser demasiado para muchos alumnos”, agregando
que no se podían garantizar tres horas
de videos de alta calidad, con lo que se exacerbaría las desigualdades en el acceso a la educación
superior. Frente a esa decisión, voces
autorizadas en el mundo académico dijeron que esa organización sólo
decidió y concedió lo que era inevitable (https://rb.gy/hldpmx). En
ese país, donde más de mil instituciones de educación superior han prescindido
de esos exámenes, muchos padres han recurrido a los jueces para que detengan el
proceso que se inició con la aplicación de tests en línea a sus hijos
bachilleres. En el Washington Post (https://rb.gy/w7jsdo) se ha escrito que llegó al fin la hora de deshacerse
de los exámenes estandarizados para la admisión universitaria. Ideas similares
se han expresado recientemente en el New York Times (https://rb.gy/iecwvd).
Uno de los retos de la educación
globalizada que ha sido puesto en el más alto relieve en el contexto de la extraordinaria situación
universal que estamos viviendo es el de poder deshacernos de viejos prejuicios
y perturbadoras prácticas
educativas que tienen inmensos efectos
negativos sobre la calidad de la educación como lo ha sido el uso generalizado
de tests o exámenes académicos estandarizados, los que se han vuelto una rutina sin efectos
productivos.
Las escuelas, ha sido resaltado
muchas veces, están hecha para la inteligencia, la creatividad, la
socialización y humanización plena de los alumnos. El énfasis no debe ni puede estar
en los resultados en pruebas estandarizadas. El énfasis hay que volver a
ponerlo en formar para vivir, formar para la solidaridad colectiva, formar para
alejar toda clase de exclusión social, de género o étnica, formar para la
igualdad, formar para la buena ciudadanía, formar para una ética social y
ambiental, formar para el trabajo productivo digno y estable. Esto no se puede
lograr, aunque algunos tengan la fantasiosas ilusión de su utilidad, con un sistema añejo e imperfecto de pruebas estandarizadas que embalsaman las viejas e
inútiles prácticas escolares.
Los estudiantes ven la presencia de
esas pruebas de una manera ominosa. Nadie les ha
preguntado a ellos si desean que se les apliquen
esos exámenes ni nadie les ha podido responder que fin útil cumplen. Nadie
puede dar o presentar evidencia de que
se han usado para mejorarlos a ellos, a sus instituciones educativas o a la
sociedad. Con razón se preguntan “que hago con este resultado si nadie me lo va a pedir o a
exigir” (excepto para los bachilleres como un criterio de admisión en algunas
universidades). En los tiempos actuales en donde han perdido valía las
credenciales académicas universitarias para acceder a empleos o a emprendimientos
productivos los resultados obtenidos en esas pruebas no los pedirá nadie, ni
nadie los tendrá en cuenta. De hecho, su carácter fútil se hace evidente cuando el estudiante sabe que
sólo tiene que cumplir el requisito legal de presentar constancia de que tomó
la prueba para satisfacer una exigencia legal para la graduación independiente
del puntaje obtenido. El puntaje no le importará a nadie. Los estudiantes
reconocen que no les aporta nada a sus propósitos personales, sociales o
laborales. Saben, lo que bien se ha
dicho y sabido, que el desempeño alto en un test estandarizado sólo probará que
se es bueno para eso, para tomar un test
y no para mucho más.
Ahora, frente a los cambios que ha traído ya no solo la cuarta
revolución industrial sino también las afectaciones que en los modelos
educativos ha producido la actual pandemia, entre ellas la perdida de
importancia de las pruebas estandarizadas se puede, con más razón, volver a
concluir que la educación tendría hoy y en el futuro inmediato mejor calidad sin esas
pruebas. Ellas se han constituido en uno de los factores que más limita la
innovación social educativa y la calidad de la educación. La nueva era
educativa no se podrá construir sobre añejas prácticas de examinación forzada que no tienen
ningún mérito probado y sí un muy débil sustento científico y
psicométrico.
La construcción colectiva de nuevos modelos formativos para una nueva era educativa implicará, a la
vez, la definición de nuevos modelos de evaluación y de gestión de los procesos
educativos guiados hacia la promoción constante de los alumnos y a garantizar
el derecho constitucional a una educación de calidad para todos desde
preescolar hasta la universidad.
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