Cuando un Niño Pierde un Año Escolar, Pierde Usted, Pierdo Yo y Perdemos Todos
Cuando un Niño Pierde un Año Escolar, Pierde Usted,
Pierdo Yo y Perdemos Todos
Enrique E. Batista J., Ph. D.
Tanto
la repetición como la deserción escolar significan un alto costo económico y
social para el país, la sociedad, los padres de familia y los mismos alumnos. Es
decir, nadie gana, todos perdemos.
Los
alumnos no asisten a la escuela para ver si ganan o pierden el año. No, es para
darles oportunidad a todos para que se formen adecuadamente para una vida
personal y socialmente útil. Esto significa que hay que cambiar nuestros modos
de concebir la escuela, así como las estrategias de aprendizaje activos
esenciales para alcanzar logros escolares apropiados para todos. De lo
contrario, cada vez que un estudiante pierde un año estamos todos perdiendo mucho.
En
el “Informe Nacional de Competitividad 2019 – 2020” se destaca que sólo
el 44% de los niños que entran a primer grado alcanza el título de bachiller.
También, el 44% la población económicamente activa tiene nueve o menos grados
de formación escolar. La mitad de los ingresan a la educación superior desertan.
(https://bit.ly/2FtuF43).
Colombia
invierte cerca de $40 billones anuales en educación. Por alumno la cifra se
aproxima a $4 millones. A estas cifras hay que agregar la cuantía que invierten
los padres en educación de sus hijos. Entre los factores que más incidencia
tienen en la pobreza multidimensional está la educación con una presencia del
35%. (https://bit.ly/2sZ3VWq). Con la pérdida de años todos nos empobrecemos más. Las
personas con inadecuado nivel educativo llegan a empleos nada dignos, nada
estables, abundarán en el desempleo o en la informalidad laboral con ingresos
económicos casuales y lejos de la muy necesaria seguridad social. A la vez
tendrán poco oportunidad de educar a sus hijos.
Con el inicio del año escolar son muy importantes algunas consideraciones
sobre la evaluación, las
calificaciones y la promoción escolar constante para asegurar sólida formación
de todos y cada uno de los alumnos. Muchos de ellos y sus padres encaran el
proceso escolar como si existiera la amenaza de un verdugo dispuesto a
descabezar a muchos con el castigo de las bajas calificaciones, pérdida de
asignaturas, áreas curriculares o pérdida del año.
Las calificaciones no son un método de enseñanza, menos una estrategia
formativa sólida. No hay evidencia que indique que la “pérdida del año”
tenga un efecto en el mejoramiento de la calidad de la educación. Por el contrario, pervierte las más altas
metas formativas de la educación.
Cerca de un tercio de los alumnos en Colombia les toca
repetir al menos un grado escolar. Evitar la deserción escolar y la repitencia
o pérdida de años tiene que ser un propósito permanente. La deserción escolar,
la inasistencia a la escuela y la pérdida de años son hechos aún más grave en
las zonas rurales.
La
tasa nacional de deserción escolar es de 3.08%, la que se espera bajar en 2022
al 2.07%; cifra global que esconde las altas tasas de deserción que se da en
las zonas rurales y en los Departamentos en la periferia del país. Ha propuesto
recientemente el Ministerio de educación Nacional estrategias contra la
repitencia y la deserción con proyectos y programas en arte, deportes,
patrimonio cultural, ciencia y tecnología, emprendimiento naranja, jornada
única y énfasis en las zona rurales. (https://bit.ly/2T568dC).
Sabemos que por sí mismos exámenes y calificaciones no son
elementos motivadores para el aprendizaje. La alegría de aprender se bloquea
con la estrategia de calificaciones punitivas. Si se sigue pensando a la
escuela como era antes y no como debe ser hoy no habrá posibilidad de tener una
educación para un aprendizaje y formación constante de todos los alumnos
Para muchos, por el peso de la tradición, les es difícil
entender el asunto de la promoción formativa constante y la eliminación de
calificaciones en los primeros grados. Ha sido difícil que se entienda y
aplique la denominada “promoción social escolar” de la que hay sólida
evidencia en el mundo sobre cómo funciona y de sus ventajas educativas,
sociales y psicológicas. Hay un mejor camino para cambiar nuestro modo de
pensar la escuela, una escuela sin calificaciones, sin la desmotivación que
ellas crean, sin repetición de años, sin la pérdida de valía y autoestima del alumno,
sin la promoción de la deserción forzada y de la exclusión programada.
En 1987 se
expidió una norma (decreto 1469) que estableció lo que se denominó “promoción
automática” para la escuela primaria (se
reglamentó el decreto 088 de 1976 donde por primera vez se incluyó el concepto
de “promoción automática”). Tal estrategia fue concebida como un
mecanismo para disminuir los índices de repetición de años y de deserción
escolar. Esta norma fue en la práctica sustituida por otras. La misma idea de “automática”
llevó a la creencia de que no era necesario estudiar, que se “ganarían”
los años sin ningún esfuerzo. Los maestros sintieron que no podían promover un trabajo
escolar de dedicación constante al aprendizaje, tampoco se aplicaron de modo
generalizado las acciones pedagógicas mal llamadas de “recuperación” para
permitir que todos alcanzaran los logros deseados. El propósito loable fue ampliar la cobertura escolar, mejorar la calidad de la
educación y favorecer prácticas innovadoras de promoción social.
A
lo que se agregó la falta de motivación de los alumnos frente a procesos
escolares ajenos a sus expectativas y a sus
necesidades, con metas, contenidos y propuestas
formativas lejanas de la realidad de cada grupo de estudiantes en sus regiones,
con reconocida carencia de estrategias para conocer y desarrollar procesos
formativos individualizados. A esta situación se adiciona la ausencia de medios
y recursos didácticos apropiados, presencia imperecedera y recurrente de acciones
pedagógicas pasivas, recorridas por la inducción al temor hacia las
calificaciones, con frecuencia esbozadas como armas y medios impropios para
asegurar motivación y lograr dedicación y amor al estudios.
Se ha reconocido
que el poder de cambio está en las escuelas y en el trabajo en ambientes
activos, innovadores y motivadores del aprendizaje más que en disposiciones
legales o directrices oficiales. Los gobiernos han seguido insistiendo en
calidad de la educación concebida desde el desempeño en prueba académicas, a
pesar de que desde 2009 (decreto 1290) cada institución escolar quedó con la
autonomía para definir y estructurar su propio sistema de evaluación, así como
el correspondiente plan de estudios.
Todavía estamos recorridos por un servicio educativo basado
en la selección y exclusión en lugar del progreso constante y la inclusión
social, cultural, laboral y económica, lejos de la alegría de aprender y de
progresar a diario y por siempre. Es como si la escuela enseñara a fracasar y a
temer al esfuerzo arduo y gratificante que significa aprender para comprender y
transformar el mundo natural, social y psicológico.
Si la práctica de la “pérdida de año” escolar no ha
ayudado a mejorar la calidad de la educación y tampoco facilitar y promover el
progreso social colectivo, ¿para qué insistir en lo inoficioso e ineficaz, en
una práctica que contradice el deseo y la meta de una sólida formación y
aprendizaje continuo de nuestros niños y jóvenes? Hay, como se indicó, ejemplos
de prácticas y procedimientos pedagógicos alternativos de vieja data que han
funcionado y funcionan en buena parte del mundo.
Nos queda a
todos una tarea importante: Educar, aprender, formar y progresar. En
lugar de perder el año, no perdamos el tiempo y cambiemos, para el bien de
niños y jóvenes, los muy desuetos y alienantes procesos educativos que
obnubilan el progreso colectivo.
Todos,
todos: ¡A ganar el año!
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