Escribir Obliga a Comunicar con Deberes y Responsabilidades Éticas
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La palabra es poder, con ella se
construyen nuevos escenarios. Con ella se ama y se crea. Se arma la armonía o
se desarma lo que está bien ordenado.
El humano, como creación, procede de
la palabra, porque en el principio fue el verbo (= palabra, acción), como se
lee en el evangelio San Juan. Por eso,
el uso y posesión humana de la palabra tiene su origen en la perfección, en la
armonía, en la verdad y en la belleza. La palabra se posee como un don, razón
por la cual no cabe su uso descuidado; ella es poder, poder para construir,
poder para amar.
La palabra es para comunicar, para
enriquecer la vida propia y la de la comunidad. Comunicar y comunidad tienen,
precisamente, origen común. Por su etimología, comunicación significa
compartir con otro, aquello que es común; en su origen, está la preposición «cum»
(con) y «munus» que, entre varias acepciones, contiene a «deber».
(https://shorturl.at/Uscwa). Se puede observar la conexión con
la palabra inmunidad (im-munitas), que se refiere a la ausencia de
responsabilidad o de deber. (https://shorturl.at/6tJzo). Así, es el escritor abunda en
munificencia; por virtud de sus responsabilidades y deberes, es un ser
munificente.
La escritura creó un superpoder,
inventó la lectura. Sin ellas, se viviría en el caos, o simplemente no se
existiría como humanos. La escritura existe para construir y vivir en
comunidad, para contribuir al bien común mediante comunicaciones claras y precisas. De ese superpoder, surgieron el escritor y el
lector y, más importante aún, la relación y comunidad especial y simbiótica
entre ambos. Sin esa relación, es
imposible concebir los propósitos humanos de escribir y de leer. Sin
escritura, no hay civilización, ni progreso en la comprensión de los fenómenos
naturales y sociales que afectan a los seres humanos.
El escritor crea y su principal
creación como tal es el lector. La labor fundamental del escritor consiste en
enriquecer las percepciones sobre los hechos y circunstancias en la vida del
lector; el escritor busca abrir caminos para que el lector, en uso de su
autonomía y pensamiento crítico, pueda crear o recrear las percepciones de sí
mismo y alcanzar una mejor comprensión del mundo natural y cultural del que
forma parte.
El primero en valorar la claridad y precisión expositiva es el escritor
mismo, quien tiene la obligación de ser el inicial lector de su propio escrito,
como condición para asegurarse de que, por respeto a su audiencia, se hace uso
debido del idioma. Escribir y hablar bien, para comunicar, acorde con las
normas que señala la respectiva lengua, y también las buenas costumbres, son la
representación y presentación pública de quien habla y escribe. Hoy, sin
embargo, este hecho de claridad meridiana ya ni siquiera es considerado como
esencial en las relaciones y comunicaciones con las demás personas.
El escritor está imbuido de un mandato interno, de un deber que le requiere
revisar cuidadosamente sus textos antes de divulgarlos, independiente de si es
una comunicación en una red social, respuesta a un correo electrónico, escritos
académicos o científicos, documentos legales, ensayos creativos, discursos,
informes profesionales o laborales, relatos, poesías, cantos, resúmenes,
presentaciones digitales, o documentos relativos a hechos u opiniones. En
cualquier caso, cabe una clara decisión sobre el lenguaje particular que debe
emplearse al escribir; se le reconoce al escritor el derecho y el espacio para
la creatividad expositiva, la unicidad personal del estilo expositivo y las
siempre presentes libertades de pensamiento y de libre expresión de ideas. Estas
libertades no significan que se tiene el derecho a ser soez, al escribir o
hablar.
Escribir bien tiene un componente ético de responsabilidad frente al uso
debido del lenguaje, con la debida consideración para la audiencia a la que va
dirigida lo que se escribe, de modo que se alcance que la intención
comunicativa sea efectiva, desprovista de propósitos de engaño o de crear daño. Apartarse de manera deliberada con
intención de engañar al lector, es moralmente reprochable.
Con apoyo en la escritura, se pueden emitir fundados criterios morales y
juicios éticos. Bien se ha destacado que el hombre es un ser de la palabra, una
persona que escribe, que lee, que es autor y también coautor de lo real, y, por
encima de todo, que es un ser ético. (https://shorturl.at/OUnFF). La
escritura se asienta sobre los criterios de verdad y de bondad. Por eso, se
afirma que: «Escribir
tiene su ética, se le llama gramática y permite expresar de un modo inteligible
las ideas de nuestra mente».
(https://tinyurl.com/mr22j54h).
Por lo tanto, la
gramática se debe entender como un conjunto de reglas aprendidas que obligan a
su uso, no sólo como una obligación transitoria, sino como responsabilidad
moral y mandato ético. El escritor pertenece siempre a una comunidad; escribe
para cumplir un deber. Su trabajo está dirigido por un conjunto de reglas,
socialmente avaladas, sobre el cual reafirma su propio ethos, fundamentado este
en el de su comunidad.
Las normas del
buen hablar y escribir son reglas que se aplican como un deber ser y también
como un deber hacer; son mandatos regidos sobre la naturaleza de lo que
conviene o no, ordenados por los preceptos que llevan a los juicios sobre la
bondad o maldad, sobre lo moral o lo inmoral. Todos ellos son juicios referidos
siempre a la comunidad en la cual se está inmerso, con ramificaciones y
variantes desde lo local hasta lo universal.
El ethos es reflejo y resultado de la ética, la que da identidad para el
bien común tanto al individuo como a la comunidad en general.
La gramática se
refiere al compendio ordenado de las reglas para hablar y escribir bien, lo
cual significa que se tiene que ser claro, preciso, veraz y ético en la
comunicación, con responsabilidad, sin tergiversaciones, sin la pretensión de
inducir al lector a un impropio entendimiento de hechos, y sin la intención de
daño o perjuicio a personas o instituciones, apegado al criterio de la verdad
por encima de otras consideraciones.
La gramática es
connatural al lenguaje. Está presente de manera obligatoria en todas y cada una
de las de las culturas que, con sus respectivas lenguas, han existido y existen
en el mundo. Esas reglas son enriquecidas de manera permanente, como construcción
colectiva, para cumplir con el deber ético de la clara y precisa comunicación
entre humanos. Así como el escritor está al servicio de su audiencia, el
conjunto de la producción literaria está al servicio de toda la humanidad.
La escritura como
producto humano es un bien cultural. No hay modo de prescindir de ella; es un
patrimonio universal; sus diversas manifestaciones deben ser cuidadas y
conducidas según específicas reglas que las distintas sociedades establecen y
actualizan de modo permanente.
No se escribe de
manera aleatoria, ni tampoco con construcciones lingüísticas lanzadas al azar.
La comunicación, tanto oral como escrita, siempre tiene un propósito
manifestado en el deber de comunicar con precisión y claridad, regido por los
principios que determina la ética socialmente convalidada.
La libertad de
escribir, con reiteración, sólo tiene como restricción a la ética, al respeto y
a la verdad. O sea, el escritor es a la vez ético y libre. Por ello: «Quien
no asume el
compromiso ético del acto de escribir ante un lector, es esclavo de otras
decisiones poderosas que le obligan o le hacen escribir lo que no es suyo, en
una especie de autocensura».
(https://shorturl.at/C3PPp). En la misma dirección, se ha
resaltado que: «Los escritores no son seres del Olimpo. Son ante todo
ciudadanos, con todos los derechos y deberes que ello implica. Cada vez más,
los lectores acogen a los escritores no sólo como fuente de entretenimiento,
sino como ciudadanos con una ineludible responsabilidad social». (https://shorturl.at/znpic).
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