Escribir con Claridad y Atención al Estilo: Un Precepto que Obliga al Escritor y a Todos

 

Escribir con Claridad y Atención al Estilo: Un Precepto que Obliga al Escritor y a Todos

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/

Escribir con estilo propio, pero también acorde con las reglas del buen gusto, de las sanas costumbres y de las normas gramaticales y de ortografía, es una tarea y mandato permanente que tenemos los escritores. La preocupación central que nos guía en la redacción de los textos se manifiesta en la elaboración de juicios críticos sobre lo que escribimos, juicios que nos llevan a aceptar o no que sea publicado o divulgado en determinado contexto, por algún medio y para determinada audiencia.

En cierto modo, esa es la parte más ardua del humano ejercicio del escribir cotidiano. Es una situación de rendición de cuenta y certificación de satisfacción frente a un rígido e inquisidor alter ego que tenemos inserto en nuestras mentes; el mismo que nos invita a evitar atajos y a deambular por las trochas del facilismo expositivo y del lenguaje impreciso que sólo llevan a la inevitable comunicación imprecisa. Si renunciamos a ese mandato interno, con seguridad abundaremos en errores, nos desconectaremos, perdiendo la oportunidad de congregar pensamientos en torno a la lectura y de instigar las reflexiones autónomas que el lector pueda tener frente a lo que deseamos comunicar.

Como escritores, asumimos que nuestra audiencia son personas formadas que pueden valorar o emitir juicios críticos sobre lo que escribimos, o concordar con las ideas, opiniones, propuestas, reflexiones o hechos en que fundamentamos nuestra argumentación. En términos de efectividad comunicativa, participamos con el lector en un ejercicio de toma y dame.  En primer lugar, sobre el texto ya escrito, asumimos el papel de correctores de estilo, y reconocemos que, como tales, mejoramos el esfuerzo comunicativo; como correctores de estilo fungen también, de varias maneras, nuestros lectores.

Una intención primordial del escritor es facilitar que el lector, al navegar sobre el texto, sea capaz de comprenderlo, evaluarlo y difundirlo. No existe un buen escritor, a menos que tenga una audiencia solidaria con él, no sólo para agradecer, evaluar o reconocer méritos al escrito, sino también para establecer distancia cognitiva frente a lo escrito; o sea, una manera de ser corrector de la comunicación y, tal vez, del mismo estilo comunicativo del escritor. El propósito último de la comunicación escrita se consigue de modo solidario, en dónde escritor y lector se encuentran para compartir, agregar, corregir o discrepar. El primero en valorar la claridad y precisión expositiva es el escritor mismo, quien tiene la obligación de ser el inicial lector de su propio escrito, como condición para asegurarse de que, por respeto a su audiencia, se hace uso debido del idioma.

Como se mencionó arriba, escribir conlleva siempre un estilo propio, el que el escritor perfecciona, corrige o lo hace visible, como su impronta, a lo largo del tiempo y de muchos ejercicios escritos, exitosos uno y otros no tanto. Independiente de ese estilo, están los correctores de estilo referidos a normas de gramática.

El corrector y la corrección de estilo han existido desde siempre. En última instancia, es el lector el guardián y garante de la comunicación escrita, clara y precisa. Quienes fungen como correctores de gramática y de ortografía son aliados, tanto del escritor como del lector, en la medida en que con su labor buscan asegurar que los sentimientos, ideas y pensamientos que se plasman en el escrito alcancen a dejar claridad en el lector frente a lo que expone o propone. En el campo de los escritos científicos, el juicio de calidad lo emiten, como evaluadores, pares académicos. En las escuelas, el maestro, como formador, tiene la función inherente de ser promotor y corrector de estilo.

Es bien sabido, y sufrido, que se ha acrecentado el descuido por el buen hablar y el buen escribir; los conocimientos de gramática y de ortografía con frecuencia son considerados como un conjunto de reglas esotéricas, fastidiosas y aburridas; se ha llegado a una situación en donde lo que se escribe (y se dice) parecen ser lanzados a la tiña para que el lector (o el oyente) se defienda y entienda lo que quiera o pueda entender. Es el mundo del caos comunicativo. Es un descuido reglado y valorado por buena parte de la sociedad actual.

También, como consecuencia, se sabe que los estudiantes al finalizar su bachillerato, e incluso al terminar los estudios universitarios, están repletos de pobreza léxica, la que no les permite entender con claridad textos o enriquecer su perspectiva personal y profesional mediante la lectura de textos, ejercicio intelectual y volitivo que muchos desechan como asunto del pasado. Es posible que sea más perdonable tener los dientes sucios que una mala ortografía y una pésima redacción; estas son siempre una carta de presentación de sí mismo ante los demás, como autor de textos descuidados con ortografía y gramática sucias. La comunicación precisa, respetuosa de quien nos oye o nos lee, es la ropa y también la carta de presentación ante los demás. 

La gramática y la ortografía han sido no sólo descuidadas por muchos, sino que han perdido el debido énfasis en escuelas, colegios y universidades. A algunos les parece que basta poder hablar o escribir de cualquier manera sin necesidad de las reglas propias de la lengua. Se pierde así el énfasis en enriquecer el léxico vocabulario, conocer y aplicar las reglas gramaticales y de ortografía que permitan, a manera de ejemplo, construir bellas figuras literarias e incluso innovadores giros lingüísticos que conviertan a la comunicación con los demás en un ejercicio de alegre satisfacción. Escribir y hablar bien, para comunicar de manera precisa, es un mandato que nos obliga a todos.

El analfabetismo empieza por la incapacidad de la persona de leer y, como consecuencia, de la inhabilidad para comunicarse por escrito. Pero, a la vez, tiene un efecto de rebote porque se acompaña del déficit de un lenguaje enriquecido, de un vocabulario amplio que pueda ser empleado con precisión y elegancia. Se carece también de la riqueza léxica para entender el lenguaje que le puede parecer abstruso y hasta fastuoso. El analfabetismo lingüístico, como desconocimiento de las normas del idioma, priva al escritor de la dicha comunicativa para adquirir y poder expresar variedad de conceptos, hipótesis, propuestas, preguntas, respuestas, ideas, explicaciones y sentimientos

No basta escribir para comunicar o para convencer, si la intención es esta última. Es importante que se reconozca que lo que se plasma en el texto, usualmente tiene exigencias diferentes de las comunicaciones informales que empleamos en conversaciones en la vida diaria.

El lenguaje, expresado en el buen hablar y el correcto escribir, según normas que dicta la gramática (con sus componentes de ortografía y sintaxis), es la base de la inteligencia, fundamento del pensamiento crítico, base para la ciudadanía participativa, sustancial para crear ciencia y riqueza literaria, y para promover desarrollos culturales con el conjunto de valores esenciales que son determinantes para configurar la identidad propia. En efecto, el uso impropio o el menosprecio de la riqueza de la lengua propia es la base de la incultura.

Escribir para comunicar con claridad de ideas y precisión conceptual, tiene como fin despertar o acrecentar el interés del lector y, en ningún caso, para confundirlo o sumirlo en aburrimiento o profundo sueño.

 

 

 

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