Adiós a las Armas, Adiós a las Escuelas por Grados y Calificaciones Segregadoras

 

Adiós a las Armas, Adiós a las Escuelas por Grados y Calificaciones Segregadoras

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/

 

Adiós a las armas, adiós a las escuelas por grados. Bienvenidas las nuevas escuelas para sociedades igualitarias. Escuelas para el progreso permanente, con reconocimiento del potencial y ventajas de las diferencias individuales y culturales. Escuelas para aprender con alegría. Escuelas que formen a niños y jóvenes en los valores esenciales de la vida civilizada con un sonoro adiós a la discriminación, a las guerras, al atropello a los recursos de la naturaleza. Escuelas para una vida igualitaria regida por los principios del bien común.

Adiós a la escuela por grados y a los modos de calificar el progreso escolar que, con la práctica ya inveterada, con sus grandes errores, atropellos y abundantes efectos negativos sobre tantos y tantos y miles de niños y jóvenes, se ha llegado a asumir como cierta la creencia de que grados y calificaciones son connaturales a los procesos formativos.

No son necesarias las escuelas por grados y tampoco las calificaciones como las conocemos ahora. Pero sí es necesario la vigencia del principio fundamental que expresa que la educación es un derecho fundamental habilitante de otros derechos; educación que crea la posibilidad real de que se pueda aprender y expresar la variedad de talentos y de riqueza interior de cada persona, desde la más tierna y temprana edad.

La escuela por grados parte de los incorrectos supuestos de que todos aprenden lo mismo, que  deben por obligación aprender al mismo ritmo,  que todos expresan su creatividad de la misma manera y que todos, en consecuencia, están montados en una  banda de producción como las de una empresa o industria; banda que con el correr de los grados y torturantes calificaciones  permiten que todos salgan igualitos, formados para ser buenos ciudadanos, dotados de los más altos y sublimes valores sociales, capaces de ejercer la ciudadanía y de incorporarse con éxito  laboral a los sectores productivos. Todos medidos con el mismo rasero, con el mismo criterio industrial que dio origen a la escuela por grados y por calificaciones, en los años 1800, para segregar y excluir.

En los contextos industriales, la asignación de grados de satisfacción con el producto lleva también a calificar a los empleados que están en las líneas de producción- Ese modelo fue el que se hizo extensivo desde hace muchas décadas y el que, con infortunio, está presente en las escuelas graduadas de hoy.

Son creencias y prácticas pedagógicas científicamente infundadas basadas en una concepción abiertamente hostil a la inteligencia humana y cruel con niños y jóvenes que, en la escuela como la conocemos hoy alrededor del mundo, no les permite crecer con autonomía cognitiva, ética y moral. Es un proceso deformador e inicuo el cual niega la valía de las diferencias, proceso con el que se procura formar una sociedad ya no igualitaria, sino una uniforme para todos, vestidos con los mismos conocimientos y las mismas interpretaciones del mundo y de la sociedad, lo cual, con frecuencia, lleva a un adoctrinamiento colectivo socialmente que hoy es tolerado y avalado.

No hay nada natural que indique que la educación formal tiene que hacerse por grados. La escuela por grados, con esa denominación, tiene su origen en la producción masiva instaurada con la primera revolución industrial, en donde a los productos (y a los obreros operarios de las máquinas) se le asignaban grados de calidad, según los estándares de control de calidad previamente decididos. Ahí se originó la escuela por grados y sus calificaciones. De hecho, en inglés se mantiene aún más evidente, ya que a la calificación se le denomina «grade».  O sea, que en este mundo estamos educando a los jóvenes y niños con un modelo de gradación tomado del sector industrial, donde el grado de satisfacción del producto final, antes de ser distribuido, se mide con variedad de distintos métodos que llegan a configurarse como estándares de industria.

Conviene saber que podrían existir, y a la vez convenir, diversos modos de promover el aprendizaje y la formación social de niños y jóvenes con modelos educativos y no industriales, que no respondan a aquello, que con criterio alta eficiencia, se implantaron como el de grados en los años 1800. No es natural, como se indicó, que niños y jóvenes sean «tasados» en sus necesarios progresos con criterios de gradación como bien lo hacen los muy expertos en toda la gama de productos para el comercio, contexto en el cual algunos productos se desechan, tal como con insulto, y abierto desprecio por la dignidad humana, se hace con la exclusión de la escuela (con indignación que nos ofende) a los menos «aptos», a los «imperfectos»,  con los criterios, seguramente válidos en las cadenas de producción, pero  impropios para los procesos formativos humanos.

La educación por grados, derivada del modelo industrial, ha llevado, y lleva, a un efecto pernicioso y funesto en el sentido de que aquellos «productos», en este caso, niños y jóvenes, que no satisfagan el estándar, son eliminados, «sacados del mercado».  De hecho, arrastramos con ese modelo un proceso inicuo y pernicioso que violenta el derecho fundamental a una educación de calidad para todos y no sólo para quienes, con su adjunto del modelo de calificaciones (recuérdese «grades», en inglés), satisfacen un determinado estándar. Se distorsionó la meta fundamental: Las sociedades han instituido a la educación como un pilar fundamental de su existencia, para que niños y jóvenes progresen y puedan insertarse de modo satisfactorio y productivo en la sociedad.

Es intolerable que, por la vía de la calificación, el modelo educativo tenga inmerso la exclusión de niños y jóvenes, bajo el impropio supuesto de que es propio segregar a los que no satisfacen el grado o nivel arbitrariamente fijado; lo cual es contrario a la obligación pedagógica y moral de asegurar los medios y estrategias para que todos progresen de modo constante y con habida cuenta de  diferencias en intereses, habilidades, aptitudes, culturas y,  también, de las necesidades particulares que pueda tener una determinada cultura, un país o una región.

El modelo excluyente niega la innovación, la creatividad personal y colectiva, así como el muy fundamental sentido de identidad y valía personal. Es preciso avizorar  un proceso de liberación de la escuela por grados con sus calificaciones industriales,  para dar camino a la libertad de crecimiento cognitivo, afectivo, físico, sicológico, moral y social, y abrir caminos al aprendizaje colaborativo, a la fijación de metas formativas escolares que no se apoyen en la creación de la falsa creencia de que al superar grado tras grado se llegará al final de la línea de producción educativa a un mundo lleno de mieles y de abundantes  y ricos sabores propios de sociedades de la abundancia,  a las cuales por la vía de la discriminación y de la exclusión sólo accederían a ese mundo fantaseado los más hábiles,  los menos imperfectos, aquellos que desde un criterio impropio de  sectores productivos serán,  supuestamente, quienes gozarán no sólo de la prosperidad colectiva, sino de ser parte de aquellos pocos bendecidos y predestinados, según los impropios criterios imperantes.

Sí. Es posible, deshacernos de la organización de la formación escolar por grados como si ese fuese el estado natural. No hay nada natural, ni ninguna fuerza reconocida que lleve a que ella se organice por grados. De hecho, importantes desarrollos en el curso de las grandes transformaciones tecnológicas y en los avances de las neurociencias, se reconoce que hay distintas maneras en que pueden ser organizadas las prácticas formativas de los niños y jóvenes, con estrategias activas, mucho más desafiantes y agradables para ellos, que permiten abrir espacios a los procesos de creatividad que todos tienen y que pueden expresar de una u otra manera.  Es iluso pensar que una educación de calidad se puede alcanzar en la escuela graduada.   La exclusión de estudiantes, basada en el artificial ordenamiento por grados y en calificaciones en las que ya nadie cree, va en contravía con el progreso colectivo de los niños y jóvenes y con la humana meta de alcanzar el bien común.  

Si bien, al final de una guerra claman los jóvenes con alegría «adiós a las armas», al dar por finalizada la escuela excluyente somos todos los que debemos clamar con suma alegría «adiós a los grados y a las calificaciones». Adiós a esas prácticas y creencias que conducen de manera impropia y antihumana a niños y jóvenes por los senderos tortuosos de un servicio escolar que los califica y clasifica en lugar de promover el crecimiento y desarrollo constante como seres humanos provistos de incuestionable valía para su incorporación creativa al mundo social y laboral, así como al ejercicio abierto y pleno de la ciudadanía en sociedades democráticas. Ciudadanos de un mundo en donde las culturas propias adquieran una dimensión también universal.

En próximo escrito avanzaré más sobre las escuelas sin calificaciones.

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