Inteligencia Social: Un Alto Valor para la Supervivencia Humana
Inteligencia
Social: Un Alto Valor para la Supervivencia Humana
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Múltiples han sido las definiciones que se han escrito
sobre la inteligencia. Algunas de ellas son: La inteligencia es la capacidad
para resolver problemas; cualidad humana que miden los tests de inteligencia; rasgo
de los humanos para aprender; habilidad para adaptarse al cambio y, entre
muchas más, la habilidad para aprender de la experiencia y adaptarse a las
circunstancias cambiantes del medio social o natural.
La inteligencia ha sido concebida como: habilidad,
rasgo, capacidad, atributo, cualidad humana, conjunto de conocimientos, conducta,
potencial para comprender o realizar algo, aptitud y, más reciente, como competencia,
basada ésta en otra impropia moda que busca imponer el modelo de formación
laboral a todas las profesiones.
Intento a continuación, de mi parte, avanzar una
definición más amplia del constructo denominado «inteligencia», considerándola
como un enfoque multidimensional de habilidades que se desarrollan y manifiestan
en el aprendizaje humano. Así, inteligencia es el conjunto de habilidades cognitivas y afectivas que permiten aprender
a vivir productivamente en sociedad, identificar problemas, plantear
posibles soluciones y emprender acciones colectivas y solidarias para
lograr el bienestar colectivo e individual, afectar de modo positivo y
constante la calidad de vida mediante interacciones sociales que favorezcan el
progreso y evolución permanente de la especie humana en armonía con la
naturaleza.
La inteligencia siempre tiene como campo de acción el
aprendizaje trasformador y está mediada por la interacción y el trabajo
colaborativo entre seres humanos. Así, la inteligencia es facilitada mediante
acciones colectivas. No hay inteligencia individual independiente de contextos
culturales, sociales y naturales. La inteligencia siempre está referida a
culturas y medioambientes específicos. Así, no existe inteligencia que
pueda entenderse desde un ángulo estrictamente individual. Por eso, su reconocimiento o su medición siempre tendrá
un carácter focal, específico, incluyente y
potenciador de las habilidades de la persona para aprender, transformar
e innovar. La inteligencia siempre tiene un componente facilitador y creador de
naturaleza colectiva.
Hay inteligencia en la medida en que existen
individuos qué, en interacción intencional, comprenden y transforman
realidades. Se aprehende el mundo en sus complejidades y se transforman y
preservan sus recursos mediante acciones colectivas. Por ello, se reitera que
no hay aprendizaje ni acciones de
progreso colectivo basados en esfuerzos estrictamente individuales. Desde un
punto de vista general, la inteligencia se refiere principalmente a ese
conjunto multidimensional de habilidades que tenemos los humanos para
preservar la vida en el planeta y asegurar la evolución positiva de la especie
humana.
La inteligencia es un atributo de valor superlativo
para la supervivencia de la especie humana teniendo como sustrato los contextos
cultural, social y natural en que se desenvuelven los diferentes grupos humanos;
ella se apoya y responde a conocimientos
y experiencias que nuestro cerebro ha acumulado a lo largo de la evolución de
la especie humana; lo cual significa que la inteligencia es producto de esa
experiencia de la especie humana, del aprendizaje y de los modos particulares en los que las
sociedades educan a sus miembros para que sean inteligentes. Ser inteligente, entonces,
es tener disponibilidad cognitiva y afectiva para seguir asegurando la
integridad y el progreso de la especie humana con el uso sostenible de los recursos de la naturaleza
para su supervivencia y la de los demás seres vivos.
Ciertas habilidades especiales son calificadas en cada contexto específico; por
ejemplo, en los ambientes escolares se ha empleado la medición de la
inteligencia mediante pruebas de cocientes intelectuales (IQ),
privilegiando lo que se ha denominado «aptitud académica», base para el
desempeño en el aprendizaje escolar. Un determinado IQ no informa, sin
embargo, sobre la variedad de habilidades necesarias para que en los
múltiples contextos de la vida cotidiana cada uno pueda enfrentar, entender, solucionar
problemas y ser capaz de seguir aprendiendo. Los problemas y necesidades que abordan los
seres humanos son diferentes en sus orígenes y naturaleza, aunque para el bien
común las distintas manifestaciones y realizaciones inteligentes convergen hacia el
mejor estar colectivo.
La convergencia de distintas inteligencias (por
ejemplo, la del campesino, el científico, el oficinista, el maestro y el obrero
de la construcción) pueden y deben conducir al progreso de todos. Cada uno demuestra comportamiento
inteligente en sus contextos según conocimientos,
experiencias y habilidades específicas con valor de progreso colectivo y de supervivencia; es decir, todas las
manifestaciones de inteligencia tienen valía para cada uno y para todos
en el conjunto social, con especial valor de supervivencia. No hay ni puede
existir acción inteligente humana que no esté conectada a este valor. Ello es
así porque toda acción inteligente que los humanos realizamos a diario tiene
que ver con la aplicación de distintos aprendizajes y respuestas que ha
adquirido, y sigue adquiriendo, la especie humana en su evolución para poder
sobrevivir.
La confusión o la ignorancia no significan ausencia
de inteligencia. Los procesos formativos sociales, incluidos los escolares, apuntan a superarlas para alcanzar conocimientos
ciertos y acrecentar experiencias positivas
sobre problemas, necesidades y soluciones. Por ello, siempre es preciso
recalcar que las escuelas son centros de inteligencia y que la meta principal,
de la más superior importancia, es
formar personas en el razonamiento inteligente, en las habilidades cognitivas
y afectivas que permitan desarrollar su condición de seres humanos con valía.
Un alto valor de supervivencia humana y cultural
tiene la formación en la lengua materna y con ella en la escritura, habilidades
fundamentales para ser inteligente, para aprender, comunicar y amar. Igual
valor tienen, entre otras, la lógica, el razonamiento abstracto y la visión
ética y antropológica de sí mismos, las cuales permiten que los alumnos, imbuidos
de una identidad y moral planetarias, conozcan y valoren la naturaleza de su
condición humana y su parte esencial en la construcción de sociedades justas y
pacíficas.
Una reformulación de los fines de
educación formal pone énfasis en el acceso al conocimiento, a la experiencia acumulada y validada de la
humanidad; acceso que siempre se concibe libre como un derecho. En la
reformulación de sus fines se busca asegurar el contacto con hechos y problemas
reales, poder experimentar, inferir y
validar hipótesis, entender el poder que cada uno tiene en su cerebro y corazón
para aprender y amar, promover la toma
de decisiones sobre información pertinente, estimular la solución de problemas,
fomentar las decisiones inteligentes
frente a las alternativas o dilemas lógicos o sociales, crear situaciones que
faciliten la creatividad en distintas áreas desde las ciencias naturales y
sociales hasta las artes y la cultura, y emplear de manera consciente y
eficiente los recursos tecnológicos para aprender, crear y transformar de modo
sostenible. (https://rb.gy/wpxt70).
Es decir, se precisa de la
actualización de los fines educativos para una nueva escuela donde los alumnos desarrollen
el potencial de su cerebro, sus habilidades específicas y mejoren permanente, en
contextos de colaboración social, su inteligencia con la habilidad de entender,
aprender, crear, transformar y alcanzar logros compartidos como una forma de
inteligencia colectiva situada, distribuida e inclusiva.
Este propósito renovador de la
escuela se apoya en los fundamentos sociales, epistemológicos, éticos y
pedagógicos que revelan que todo humano, sin excepción, puede desarrollar su potencial cognitivo y
afectivo y llegar a ser personal y socialmente productivo. Estos fundamentos conllevan
a la superación de la vieja idea y práctica, enraizada pero muy mal acendrada, que como creencia con frecuencia ha sido elevada
a principio pedagógico, de un determinismo que pretende, en la práctica, forzar
a los alumnos a una pasividad que los lleve a obedecer sobre qué indagar, cómo
pensar y qué pensamientos valen la pena pensar.
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