Ciudades y Ciudadanos Siglo XXI: Amigables y Seguras con Armonía entre Deberes y Derechos
Ciudades y Ciudadanos Siglo
XXI: Amigables y Seguras con Armonía entre Deberes y Derechos
Enrique E. Batista J.,
Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
En el siglo XX surgieron las megaciudades, hecho seguido por un
crecimiento desbordado de las mismas, eliminando la posibilidad de contar con
ambientes amistosos y saludables para la vida humana y para otras especies. Por
el contrario, su crecimiento, siempre desordenado, ha superado los esfuerzos
que en una u otra forma se hicieran para planear y poseer un desarrollo
ordenado. Por el contrario, en ellas se acrecentó la pobreza en medio de
barrios subnormales carentes de servicios públicos esenciales como salud,
vivienda, agua potable y educación, situación que ha sido agravada con la
contaminación ambiental, agudización de la violencia y la delincuencia, el
desempleo, el arrasamiento de espacios de producción agrícola y de
bosques, y la eliminación del hábitat de especies animales y plantas. Las
ciudades han actuado como un espejismo que atrae a las poblaciones
rurales, usualmente pobres, marginadas y excluidas.
La desazón por la construcción de edificaciones y vías,
asociada a un quimérico progreso basado en el cemento y obras faraónicas, ha
destruido y puesto en riego el patrimonio natural, artístico, cultural,
histórico y arquitectónico de las ciudades. La tendencia hacia el crecimiento
poblacional de ellas continúa en todo el mundo en esta primera parte del siglo
XXI, aunque existe una tendencia a que determinados sectores de la población
emigren hacia la periferia de las megalópolis, hacia ciudades satélites
más pequeñas o a las denominadas zonas peri urbanas.
Dado el crecimiento de la población mundial, que para 2050 llegará a
9.000 millones de habitantes, se prevé que metas universales tan importantes
como las del Objetivo 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible
resultarán difíciles de lograr y en extremo arduo poder dar curso a la
superación de las desigualdades e inequidades que se crean y mantienen en estas
grandes urbes actuales. En efecto, ese Objetivo 11 fijó hasta 2030
la meta general de alcanzar ciudades más inclusivas, seguras, resilientes y
sostenibles, y otras metas específicas como las siguientes: Asegurar el acceso
de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y
asequibles, mejorar los barrios marginales, reducir el impacto ambiental
negativo per cápita de las ciudades, proporcionar acceso universal a zonas
verdes y espacios públicos también seguros,
inclusivos y accesibles, mitigación del cambio climático y resiliencia ante los
desastres. (https://rb.gy/0tr3lr, https://rb.gy/zcvpf9).
La desigualdad impera en las ciudades actuales, es una huella que
arrastran consigo como si fuera de su esencia. Más de mil millones de personas
en el mundo sobreviven en barrios marginales produciendo un crecimiento urbano
incontrolado, con infraestructuras y servicios inadecuados, carentes de agua
potable, de servicios de salud y de educación, en medio de los residuos
contaminantes y de plagas precursoras de una variedad amplia de enfermedades
que, con la rampante pobreza, disminuyen la esperanza de vida de sus
habitantes. Ya se ha observado que el impacto de la infección por el
coronavirus SARS-CoV-2 ha sido y será mucho
mayor en esos asentamientos urbanos pobres y superpoblados, con sustancial incremento
en los ya muy bajos niveles de pobreza, del hambre, el desempleo, la
desescolarización de niños y jóvenes y el agravamiento de la desigualdad y
exclusión de personas y grupos sociales marginados, y de aquellos con
variadas formas de discapacidad.
Las megalópolis heredadas del siglo pasado fueron hechas para un
predominio de los vehículos con motor (indicativos de prestigio y de
poder social) y no de las personas, con consecuencias visibles en las
dificultades agravadas de locomoción, la contaminación y deterioro del medio
ambiente y en la salud de todos. El llamado progreso y la búsqueda de los gobernantes para posicionar el
prestigio de ellas se ha medido, en buena parte, por el número de vías
nuevas pavimentadas, por nuevos y costosos puentes, con frecuencia inútiles,
para asegurar que los vehículos puedan circular entre sectores de la ciudad,
improductivos intentos que están lejos de lograr la circulación clara y segura
de los ciudadanos, del goce por estos de
los espacios recreativos, de las distintas manifestaciones culturales o del
conocimiento o reconocimiento de su historia.
Las ciudades y megalópolis crecen sin piedad anulando sus zonas verdes,
los parques son tomados o controlados por bandas delincuenciales y los
habitantes llevan una vida en encerramientos de propiedad horizontal,
custodiada por vigilantes armados, que se llaman con eufemismo «unidades
residenciales», las cuales son más dormitorios con muy poca o nula interacción
entre sus inquilinos y una forma de ganar alguna tranquilidad frente a los embates
de la delincuencia. El encuentro, socialización y recreación en parques o
clubes ha sido sustituido por las visitas a centros comerciales donde se puede
experimentar algún mayor grado de seguridad frente a los acechantes delincuentes
citadinos.
Hoy resulta obvio que se requiere pensar en una ciudad siglo XXI que sea
amigable con los ciudadanos, con el medio ambiente y que la movilización por
vehículos automotores no sea el criterio central para tratar de alcanzar
niveles, ya imposibles, de fluida movilidad para el desplazamiento de las
personas. En la caótica y grave situación actual, dados los eternos
embotellamientos de tráfico, se generan serias pérdidas de horas de desempeño
humano y, por lo tanto, de reducción en la productividad, con la inmensa
variedad de consecuencias adversas de distinta índole, entre ellas las de
afectación a la salud.
Las ciudades son hoy la mayor fuente de contaminación en el planeta y de
las muertes derivadas de la contaminación ambiental y sus gases de efectos
invernadero. En 2020 señaló Greenpeace que cinco ciudades del mundo
(Tokio, San Pablo, Ciudad de México, Los Ángeles y Shanghái) murieron más de
160.000 personas por contaminación ambiental con un costo de US $85
mil millones. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud informa que en
el mundo mueren anualmente cerca de siete millones de personas (dos veces
y media más que las causadas en 14 meses
por el SARS-CoV-2) debido a la
contaminación del aire; son muertes por enfermedades como cardiopatía
isquémica, accidente cerebrovascular, cáncer de pulmón, neumopatía obstructiva
crónica e infección aguda de las vías respiratorias inferiores en los niños. (https://rb.gy/9trcab, https://rb.gy/qyl6gs).
Es menester transformar las ciudades para que sean amigables con las
personas y ambientalmente sostenibles. Esa ciudad será un espacio para la
ciudadanía, la cual debe contar con múltiples espacios de interacción y
participación ciudadana. La ciudad necesita ser construida como espacio
social para la construcción de la ciudadanía, ella tiene que concebirse, con la
participación de todos, en un sitio privilegiado para la
armonía entre deberes y derechos. «Civitas», «urbe» y «polis» concurren de manera unitaria e inseparable. En la ciudad se
aprende y se ejercita el civismo (en cuanto ambiente de la «civitas» para el sano y solidario vivir en convivencia pacífica),
la urbanidad (porque la «urbe» es construida y reconstruida por los habitantes,
está llena de historias, conocimientos ancestrales, tradiciones, reglas
sociales y valores culturales y naturales que deben ser preservados,
transformados o enriquecidos con el cuidado y con la participación de
todos), y también la «polis» (por el ejercicio libre y autónomo de la
participación política en sociedades democráticas).
La ciudad, con todos sus espacios naturales, culturales, históricos,
incluidas sus instituciones educativas, es el espacio de lo público y, por
tanto, espacio de organización social, de integración y de acción política. En
ella se aprende a ser ciudadano con derechos, a ser un demócrata regido
por deberes y valores universales, respetuosos de las leyes y de los derechos
de los demás. La ciudad es el espacio para superar la incultura y para
construir solidariamente el bien común.
Las ciudades son para las personas y para una relación armónica
con la fauna y flora que en ella vive. Fauna y flora merecen también su
ambiente sano en la ciudad. Los proyectos formativos escolares requieren
caracterizarse por incorporar a la ciudad como el ambiente de aprendizaje y
laboratorio humanizante de la más especial importancia y significación,
ambiente para aprender a vivir en la ciudad, a ser ciudadano y a construir
nuevas urbes, aprender nuevos modos de comportarse, de convivir en paz,
de aceptar la multiculturalidad, de ser solidarios, de ser amigables con el
medio ambiente, cuidar la biodiversidad
y dar salida a las más humanas manifestaciones de la creatividad y del espíritu
humano.
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