Llegó la Hora!: Es Menester Desnormalizar a las Escuelas
¡Llegó
la Hora!: Es Menester Desnormalizar a las Escuelas
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Desde tiempos inmemoriales sobre la educación y sus
procesos formativos existe un conjunto bien incrustado en la mentalidad
colectiva de percepciones, mitos, creencias, comportamientos, actitudes y
prejuicios. No hay un proceso social más severamente «norma – tizado»
que la educación. Detallamos aquí algunas de esas «normas» escolares que
no tienen sentido y que obstaculizan de manera severa la capacidad innovadora
del maestro y el desarrollo de las libertades para enseñar y aprender. En el
contexto extraordinario actual se ha
usado la expresión «regresar a la normalidad», a la indeseada antigua
normalidad; o sea, a la «a -norma-lidad», a lo que no ha funcionado; otros
han apelado a la frase «nueva normalidad» sin que se diga qué será lo nuevo.
Tomemos algunas de esa «normas» que hoy no tienen fundamento cierto y, por lo tanto, no corresponden a una educación para sociedades del siglo XXI.
·
La regla de la guillotina. Esta se basa en la
creencia generalizada, concebida como inmodificable, que sostiene, como dogma pedagógico,
que los estudiantes asisten a la escuela con un opción bipolar: «Ganar o perder
el año». O sea, ellos empiezan cada año escolar con una guillotina amenazadora sobre
sus cabezas y con la amenaza atormentadora del examen. Esto es contrario a la
promoción del desarrollo y progreso constante de cada uno según necesidades y
motivaciones para el aprendizaje.
·
No es correcta la regla que bajo el poder de
examinar para calificar se asiente en la
educación la horrible concepción del «sálvese quien pueda». Mientras las
escuelas y universidades amplían cobertura, por la puerta de al lado o la trasera los expulsan, evitando que
muchos puedan formarse y desarrollara sus capacidades para aportar sus mejores
contribuciones a la sociedad.
·
Sin sentido, y en abierta violación al derecho a la
educación, es la norma darwiniana que con exámenes, usualmente mal hechos,
buscan identificar a los más aptos y excluir de variadas formas al resto. No
tiene que existir un prejuicio, como norma consentida, que conciba que los
estudiantes más pobres y marginados puedan
encontrar un porvenir fructuoso fuera de
las escuelas.
·
La indiferencia de muchos ha llevado a mantener la
norma de que la escuela no forma para la vida democrática, lo cual ha conducido
a una pérdida de su irrenunciable rol en
la formación cívica y el buen
comportamiento ciudadano y a que
ella no sea en sí misma un templo de la
democracia incapaz de construir mentes y escenarios propicios para la paz y la
convivencia ciudadana.
·
La creencia imperante entre el libre desarrollo de
la personalidad y el «libre desarrollo pleno y sano» de la personalidad. No se
trata de formar cualquier personalidad sino una plena y sana.
·
La norma en donde lo arquitectónico predomina sobre
lo pedagógico, sin importar la funcionalidad y las metas formativas que se
persiguen. Así, se construyen mega colegios sin considerar el impacto
negativo del atiborramiento de alumnos en las aulas y demás espacios de la
institución escolar.
·
La regla, también arquitectónica, que considera de
modo absoluto que las aulas son cuadrangulares, los estudiantes se arreglan en
filas y el maestro tiene su espacio al frente. Sin fundamento se concibe al aula
como el lugar supremo e insustituible para los diversos procesos formativos.
·
La norma de asignar tareas para asignar
calificaciones en lugar de fijar metas mediante proyectos escolares que eleven
la motivación, acrecienten el interés por saber
y trasformen los espacios y momentos para el progreso constante durante
todo el año calendario y no sólo en el año escolar.
·
La creencia acendrada de que todos aprenden igual,
al mismo ritmo, en determinados momentos y espacios de tiempo según calendarios
escolares rígidos y en aulas en donde se agrupan a todos los estudiantes
independiente de sus conocimientos previos, actitudes, aptitudes o motivaciones.
·
La infundada prescripción de que el maestro debe «preparar
clases y dictar contenidos». Dictar información para luego examinar es una
norma sin fundamento. A esta se suma el prejuicio que concibe la educación como
cierta clase de sastrería con procesos
educativos iguales, de talla única, que sirven a todos los alumnos independiente
de las siempre presentes diferencias individuales.
·
La confusión entre evaluar y calificar. Se asiste a
la escuela para aprender y formarse como persona y ciudadano, no para ser examinado. En las pruebas para
calificar se califica sólo el examen y
no al alumno en su progreso individual, en su formación ética y moral, en su
pensamiento crítico, inteligente y autónomo, creatividad e innovación y,
tampoco, en las habilidades socioemocionales.
·
Se ha dicho y resaltado que el aprendizaje de la
lengua materna y de la extranjera no se da por grados, sino por nivel de «proficiencia».
Del mismo modo, no son asignaturas la
ética, valores, formación cívica y religiosa, y la urbanidad, las cuales por
regla incomprensible hoy deben ser dictadas y calificadas para ser aprobadas de cualquier manera. Se
gana el examen y una calificación, pero se pierde la ética, la moral, el
civismo, la urbanidad y el aprecio a las formas democráticas de gobierno.
·
Carece también de sentido la práctica que prescribe
la formación por asignaturas bajo una impropiedad llamada malla curricular, malla
en donde se enredan alumnos, maestros y padres de familia. No tiene sentido tal
organización cuando ya hay modelos que bien especifican trabajos por proyectos
con integración de áreas, como en la estrategia STEAMS. (https://rb.gy/0dcjzt).
·
Es impropia y discriminatoria la norma fundamentada
en el prejuicio de que las mujeres no tienen espacio en las ocupaciones y profesiones en ciencias y
tecnologías (llamadas STEM), a pesar de que ellas por muy distintos
caminos demuestran lo contrario.
·
No puede seguir siendo una norma, sustentada en
serios descuidos de las autoridades educativas, que las escuelas carezcan de
unidades sanitarias, de agua potable, jabón y papel higiénico, circulación
adecuada del aire, buena iluminación, áreas recreativas y de esparcimiento,
conexión a Internet de alta velocidad y materiales didácticos y tecnológicos
requeridos para una formación sólida.
·
No tiene valía una norma que impone la
condición de responder a una prueba
estandarizada para poder recibir el grado de bachiller, examen que, como bien
se ha reiterado y se sabe, no ha demostrado ninguna utilidad cierta, no mide
calidad de la educación y carece de validez para los procesos formativos
necesarios en la sociedad y el mundo laboral del siglo 21.
·
En las instituciones que forman educadores en las Normales y Facultades
de Educación existe la norma en la que la práctica profesional se realiza en las
mismas condiciones y escuelas sin calidad, regidas por las normas que se
precisan desterrar; así, no se cambia nada y los maestros en formación son llevados a
replicar el modelo disfuncional vigente.
Esta condición se agrava por el desconocimiento y la no aplicación de las muy bien establecidas leyes del aprendizaje escolar y de los muy amplios desarrollos en las
neurociencias.
·
Es muy visible, así como inaceptable, la norma que tolera que los maestros puedan ser mal
remunerados, prejuicio que se complementa
con el que lleva a pensar que ellos no requieren de un sistema de
atención en salud integral, de calidad y oportuno.
·
Y muy visible
está la actitud que se observa en el muy
bajo aprecio que reciben los educadores en la sociedad y la culpabilización
a estos por las inadecuaciones, limitaciones y
protuberantes fallas que tienen los modelos educativos.
Hay más creencias, prejuicios,
actitudes, mitos y falsas concepciones que se han consolidado como normas, las
que el lector podrá reconocer y agregar. Es necesario volver acción el
compromiso que tenemos, en cuanto ciudadanos,
para consolidar modelos educativos con maestros empoderados y
cualificados para innovar en las estrategias de enseñanza y de aprendizaje, capaces de formar a los alumnos con procesos pedagógicos personalizados,
adaptativos y activos, para una sociedad y mundo laboral del siglo 21 que les garantice el derecho fundamental a una
educación de calidad y asegure talento humano ético, moral, científico y
tecnológicamente cualificado para el progreso nacional.
Además, se requiere un nuevo ministerio de educación que supere su
enredado actuar en la tradición normativa burocrática que lo ha incapacitado
para liderar procesos de construcción de modelos educativos alternativos, de
calidad, inclusivos y pertinentes para todos, en todos los grupos sociales y en cada una de las regiones del país.
Comentarios
Publicar un comentario