La Primera Navidad del Barquero
La Primera Navidad del
Barquero
(Cuento Corto de Navidad)
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Esa
mañana cuando el niño barquero se levantó anticipó que sería el día sublime y santo que más adelante en el tiempo se
llamaría Navidad. Treinta siglos atrás ya existían las
ciudades sagradas de Jerusalén y de Belén. En esos siglos idos se sabía, como
lo sabemos hoy, que a la tierra vendría el «Hijo de Dios» con su mensaje
de salvación. Era una expectativa que mucho después todos los niños y adultos esperarían, cada 25
de diciembre, la llegada de Jesús, llamado el Cristo, el Mesías o
el Elegido.
Esa noche con sus compañeros estaba
el timonero dedicado a la habitual pesca nocturna en el Mar de
Galilea, oficio que hacían los niños desde que cumplían los 12 años al
alcanzar la adolescencia. A ser pescador, pastor de ovejas o minero se aprendía
desde pequeños, acompañados por un adulto hasta cuando cumplieran esa edad,
Zarparon temprano esa noche, el viento era suave y favorable para la navegación. La barcaza
la lideraba como timonero un niño de nombre Diego (también llamado Santiago que
en arameo, el idioma de esa época, se decía Jacob) acompañado por otros siete
pescadores. En esa noche bendita ángeles remeros bajaron para ayudar a alcanzar
más velocidad con la barcaza y a cambiar
de súbito el curso de la navegación para que pudieran llegar más pronto a
contemplar el maravilloso acontecimiento que ocurriría esa noche y que marcaría
para ellos el rumbo de sus vidas y también el de toda la humanidad.
Poco a poco se fue abriendo entre
las olas el brillante camino que llevaba a Belén. Pronto le llegó a su sabia
mente y corazón enriquecido de bondad un anuncio interno, una profunda convicción
de que asumiría como compromiso personal
ante su Dios ser parte de aquellos que
llevarían personalmente a todos, en todos los lugares del mundo, las santas
palabras del Divino Niño que iba a nacer esa noche. No quiso el barquero,
por el resto de su vida que las buenas noticias, la tan anunciada «Buena
Nueva» para la salvación eterna, la paz y concordia entre todos los humanos
se perdiera en el viento, lo que no podía ocurrir ya que eran palabras santas.
Supo, cómo bien lo intuyó, que el
divino mensaje, la «Buena Nueva», estaría ahí, presente, indeleble y
dispuesta para ser escuchada por los oídos atentos y corazones deseosos de
conocer las palabras de aquel que mostraría el camino, la verdad y la vida, del
Mesías que fijaría la ruta de la
salvación eterna y la ley del amor, del Dios hecho hombre que, con una cruz como
símbolo sagrado, establecería una alianza nueva y eterna.
Las atarrayas del timonero y de
los siete pescadores se mantuvieron quietas cuando observaron que todos los
peces iban al frente de la embarcación, saltando con júbilo, marcando a los
navegantes el camino de la alegría. Más
adelante en sus vidas recordarían que
uno de esos alegres y benditos habitantes del Mar de Galilea se ofrecería en sacrificio para que el Salvador
hiciera el milagro de la multiplicación de los peces y alimentara los cuerpos de miles de sus seguidores que ya
habían recibido de Él alimento para sus
espíritus.
Siguieron los pescadores por la
ruta que marcaron los alegres peces como generosos y precisos guías. Al llegar
a las orillas del Mar de Galilea siguieron a
las bandadas de aves que en vuelo nocturno avanzaban todas en una misma
y determinada dirección iluminadas por un intenso rayo de luz que venía desde
lo más alto del cielo. Entusiasmados, timonero y pescadores, avanzaron por caminos empedrados hacia ese
lugar; a ellos se unieron tres más, uno llamado Simón, a quien el mismo Cristo
llamaría Pedro, su hermano Andrés y Felipe, quienes eran pastores de ovejas o
trabajadores en las minas de cobre de Jerusalén
qua habían sido del rey Salomón.
Se completaron 12 niños. Llegaron
todos al ahora sagrado sitio, que era un espacio en esta tierra algo humilde,
pero grandioso por ser el sitio escogido para llegar a su vida entre los
humanos de modo sencillo y modesto. En ese momento estaba el lugar bien resguardado
del frío que hace en esas tierras a
finales del mes de diciembre.
El barquero y demás acompañantes
se acercaron al lugar, el cual fue fácil identificar por el brillo intenso que
surgía del establo que se irradiaba con intensa
luz a todo el firmamento encima y alrededor del mismo. También anunciaba el
santo lugar un gran concierto de cantos de los miles de animales que se
acercaron para acompañar la llegada del Niño Salvador. Fijaron el
barquero y sus acompañantes sus miradas sobre el radiante recién nacido en un
humilde, pero ahora muy alegre establo que María y José, madre y padre del «Hijo
de Dios», habían arreglado con especial cariño para la llegada de su Bendito
Niño, el mismo Mesías que había sido anunciado por muchas
generaciones anteriores.
Los 12 niños pescadores se asomaron
y con más timidez que pena no pudieron evitar sentir cómo sus corazones se
llenaban de gozo. Con sigilo y alto recogimiento contemplaron a una radiante familia
de tres, era la «Sagrada Familia». Estaban María y José llenos de
alegría divina por el nacimiento de su Divino Hijo, también lo estaba
una amplia variedad de animales que se habían acercado al santo lugar para ser
parte del extraordinario y sagrado acontecimiento; las aves volaban en círculos para indicar a los demás
seres vivientes y a todos los humanos el lugar exacto del sublime
acontecimiento. Los peces en la orilla del
mar seguían saltando de júbilo mientras sus escamas, como brillantes zafiros y
diamantes, reflejaban la intensa luz celestial acabando con la profunda
oscuridad que tenía el Mar de Galilea en
esa noche de invierno.
Acurrucado y bien cubierto con
una manta de lana de ovejas, el Divino Niño mostraba su cara de gozo
mientras su madre lo amantaba. Su mirada reflejaba una alegría inédita en la
tierra. En los alrededores del establo donde había nacido estaban los bueyes
que se usaban para la labranza, las ovejas criadas por cientos de pastores, los
asnos en los que la «Sagrada Familia» había llegado al lugar. Las
ardillas, águilas, ciervos, lobos y mariposas entonaron cantos de alegría
agradeciendo y anunciado a todo el nacimiento de El Salvador.
Todo el establo se había
iluminado como si las pacas de heno que rodeaban el santo pesebre hubiesen
reverdecido y como si la luz de la inmensa
y brillante luna llena jamás vista quisiera quedarse ahí por siempre
para ser testigo del nacimiento del portador de la «Buena Nueva», bella
y afortunada expresión que significa la excelente noticia llena de bondad sobre
la salvación de los hombres de buena voluntad. La palabra Evangelio
significa precisamente noticia o mensaje de dicha, de alegría, felicidad, paz y
bien que trajo el Niño Divino.
Dejaron los 12 niños de resguardarse
contra el frío ya que una brisa suave y cálida que bajó del
cielo los abrigó. La brisa se
detuvo y formó remolinos alrededor del establo para ser parte de la bienvenida
a este mundo del Sagrado Niño. Sintieron el barquero y sus 11 acompañantes
la presunción cierta, sin poder adivinar el porqué, que todas sus vidas futuras estarían determinadas por este
extraordinario acontecimiento inspirados por el bebé recién nacido que alegre
movía sus manos en el pesebre.
Regresaron pastores, pescadores y
mineros a las distintas labores de su vida cotidiana, pero con una
transformación interna que bien se reflejaba en sus cuerpos y almas como si de
ellos brotará alguna luz de santidad y de poder por el amor intenso y
comprometido con su Dios
El barquero y sus navegantes, los
pastores y mineros se encontrarían más adelante como apóstoles, como
predicadores y propagadores de la fe para llevar al mundo la verdad divina revelada
y del futuro de dicha que alentaría a todos los seres humanos.
Pasaron unos cuantos años más
para realizar la divina tarea que el día del nacimiento del Niño Salvador habían
recibido como santa gracia y especial divino designio. Desde entonces ya sabían
que en sus corazones sentían que se había abierto la llama de la esperanza de
la salvación eterna para todos los humanos como merecido premio en la otra
vida. Crecieron y se volvieron adultos
esperando el llamado definitivo, ese llamado que estaba ahí pero latente desde
que visitaron el establo con un iluminado pesebre esa noche en que nació el Niño
al que llamarían Jesús de Nazaret.
Estuvieron a la expectativa
de que llegara el momento sublime de
recibir del encargo del niño en el
pesebre. Esperaron el iluminado momento para ser fieles mensajeros, mensajeros
por encargo divino, para ser pescadores de hombres llevando a todos en la
tierra la «Buena Nueva».
En sus noches de descanso y
plegarias, mientras esperaban a Jesús, su Rey Salvador, entonaban esta
canción de alabanzas y de alegría por su primera Navidad:
De noche con once compañeros
bien adentro en el Mar de Galilea
pescaba Diego como timonero
con ángeles dorados de remeros.
Alto, bien alto en el cielo
una santa estrella anunció:
“Es Navidad, Es Navidad,
alegría el Salvador nació ya”.
Cantemos alabanzas de alegría
cantemos todos, nació el Mesías.
Con José y María es paz y verdad
brilla mi corazón, es Navidad.
¡Bendita Navidad, Bendita Navidad!
¡Bendita Navidad, Bendita Navidad!
Cantando con júbilo y llenos de bondad
con sus ángeles alados y once compañeros
a buen puerto llegó el buen timonero,
con dicha celebraron su primera Navidad,
¡Bendita Navidad, Bendita Navidad!
¡Bendita Navidad, Bendita Navidad!
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