Con un Tambor y un Acordeón los Niños Marchan al Encuentro de la Navidad
Con un Tambor y un
Acordeón los Niños Marchan al Encuentro de la Navidad
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
Era una
mañana soleada y fresca de finales de diciembre. Los vientos alisios del
nordeste refrescaban las llanuras tropicales y habían alejado la reciente
temporada de abrasador calor, depresiones tropicales, huracanes e intensas
lluvias. Desde las muy extensas planicies al norte del río Amazonas, en esos
hermosos llanos al pie de la majestuosidad y belleza que encierran las montañas
andinas, un grupo de niños salió al encuentro de las buenas noticias que confirman la verdad de la santa revelación.
Imbuidos también de santas emociones y con el mismo propósito partió hacia los
altos de las Sierra Nevada de Santa Marta otro grupo de niños. Unos y otros, ya
en vacaciones escolares, subían alegres las empinadas montañas, como si
estuviesen en una excursión colegial.
Desde
los llanos y las sabanas costeras
ascendieron sucesivas colinas a través de caminos de piedra alumbrados por una inmensa luna
llena. El grupo andino subía guiado por
una brillante estrella teniendo como
líder a un tamborilero. Mientras que el otro grupo, el de la Sierra,
desde las sabanas caribes seguían a la misma estrella y a un niño montado en su
burrito sabanero. Ambos, con su séquito de
alegres y dichosos niños acompañantes, buscaban conocer al amanecer del
nuevo día el salvador mensaje de la “Buena
Nueva”. Osos de anteojos y bandadas de loros pechiamarillos formaron parte
de las excursiones, a la que sumó una docena de pericos ligeros que en los
árboles tuvieron que aligerar su cotidiana marcha.
Subían y subían por las colinas cuyos
caminos parecían bendecidos para hacerles a ellos llevadera su santa búsqueda.
Eran caminos con alguna bendición especial, caminos en los que estaban
protegidos por frondosos árboles, bendecidos por infinidad de plantas de flores
aromáticas y por nutritivos frutos que habían surgido, de manera espontánea y algo milagrosa, para
ser testigos del más grandioso acontecimiento vivido por la humanidad: la
llegada del hijo de Dios, de la familia del rey David, a la tierra en su
condición de ser humano, con su mensaje de unión, paz y salvación, mensaje
conocido como la «Buena Nueva».
Mientras ascendían invocaron la protección
del profeta Daniel quien en cautiverio conoció, en temibles circunstancias
personales, las bondades de su Dios y la protección segura, innegable e
infaltable que Él ofrece a todos los que se mantienen fieles a sus
mandamientos. Sabían los niños de ambos grupos que, como Daniel, si mantenían
su fe en Dios no correrían ningún peligro porque tendrían en todo momento su
santa y fiable protección. Esos caminos, llenos de penetrantes y ricas fragancias, parecían
aplaudir y alabar la inminente llegada del mensaje de esperanza que trae El
Salvador cada año.
En el ascenso a las montañas les
llegó la noche con la belleza que encierran los objetos celestiales desde la
creación. Era una noche llena también de
ricas esencias que caían del cielo como si fuesen incienso. Olor que se
confundía con la alegría interior que experimentaban los niños en cada uno de los dos grupos: el del
tamborilero llamado Diego, igual que aquel hombre que llegó a ser uno de los 12
apóstoles, y el del niño que iba montado en el burrito sabanero de nombre
David, que para la ocasión no podía ser
más apropiado ya que tenía el mismo nombre del rey David, de cuyo linaje
descendía el Divino Niño, el mismo Dios que renace y renacerá en cada diciembre
por los siglos de los siglos, porque la esperanza de la salvación prometida se
renovará cada año hasta el fin de los tiempos.
Alcanzadas las cimas montañosas, desde
las alturas pudieron los niños de uno y otro grupo mirar hacia lo lejos la
brillante estrella que entonces se
paseaba sobre el caudaloso y vibrante río, llamado el «Río de la Patria»
el cual, con sus sacros meandros, construía mágicos mensajes de paz y amor. Reconocieron
que era un rio de aguas sagradas, como aquellas con las que bautizaba San Juan
Bautista, dotado de una mágica corriente
de agua pura y cristalina iluminada por
la divinidad.
Marcaba ese río el camino hacia la dicha
que estaban buscando en esa afortunada noche brillante, que recordaba la más
gloriosa y santa que jamás haya vivido la humanidad. Llegaron al río, lo
cruzaron en barcas facilitadas por generosos pescadores que también estaban
abrumados por el muy especial acontecimiento que estaban viviendo. Como tributo
al Dios Santo que iba a nacer liberaron la pesca de esa noche y ayudaron a los
niños a recoger en la otra orilla los
mensajes de paz, esperanza y amor que el
caudal de agua bendita portaba y depositaba con suavidad en sus márgenes. Los guardaron en sus corazones y continuaron
su camino cantándolos para diseminarlos
por todo el mundo para que llegasen a todos los hombres de buena voluntad, para
que con ellos se construyera una paz inmarcesible en la tierra, para que la
relación entre humanos y naciones se guiase por la concordia, para que la
pobreza, la exclusión, las pandemias y las enfermedades no azotaran más a la
humanidad, para que todos pudieran vivir en armonía con la naturaleza y con los
mandatos de la divinidad suprema.
El niño David, el que cabalgaba sobre
el burrito sabanero, terciaba un acordeón sobre su pecho y llevaba posada sobre
su hombro derecho a una alegre guacamaya de bellos y radiantes colores
amarillo, azul y rojo. David estaba acompañado por otro que tenía un sombrero vueltiao, elaborado con hojas de caña flecha, quien llevaba una guitarra pequeña
de cuatro cuerdas, llamada precisamente “Cuatro”, a su lado andaban con
entusiasmo raudal una niña que tocaba una pandereta, otra que sonaba una
rítmica y dulce armónica, un niño que marcaba compases con una gaita y por el
que sonaba un par de maracas. Al unísono cantaban:
Con mi burrito sabanero voy camino de Belén.
Si me ven, si me ven, voy camino de Belén.
El lucerito mañanero ilumina mi sendero,
con mi cuatrico voy cantando, mi burrito va trotando.
Recordaron los excursionistas la
historia del niño pobre que en el siglo XII se ganaba la vida tocando un tambor, quien alguna vez quiso hacerle un regalo en Navidad al Niño Dios, pero
no tenía nada, excepto la música de su tambor. El Niño Divino aceptó el
regalo musical y la Virgen María le
entregó una rosa. Ese hecho de amor, humildad y ternura dio lugar muchos siglos
después a uno de los villancicos más cantado en todos los lugares e idiomas del
mundo conocido como «El Juglar de Nuestra Señora», «Villancico del Tambor»,
«El Niño del Tambor», «Carol of the Drum» y «El
Tamborilero». Así, con esa recordación cantaron al unísono con júbilo:
El camino que lleva a Belén
baja hasta al valle que la nieve cubrió.
Los pastorcillos quieren ver su rey
le traen regalos en su humilde zurrón.
Ha nacido en un portal de Belén
el Niño Dios.
Yo quisiera poner a tus pies
algún presente que te agrade Señor.
Mas, tú ya sabes que soy pobre, también
Y no poseo más que un viejo tambor.
En tu honor, frente al portal tocaré
con mi tambor.
El camino que lleva a Belén
yo voy marcando con mi viejo tambor:
nada mejor hay que te pueda ofrecer,
su ronco acento es un canto de amor,
cuando Dios me vio tocando ante Él,
me sonrió.
Todos, inundados de piedad y santa alegría, acompañaban el canto al final de cada estrofa, como en una marcha escolar, con el coro:
Ropo-pom-pon, ropo-pom-pon,
ropo-pom-pon,
ropo-pom-pon, pon.
Rum pum pum
pum, rum pum pum
pa rum pum
pum pum, pum, pum.
Noche de paz,
noche de amor,
todo duerme
alrededor
entre los astros
que esparcen su luz
viene anunciando
al Niño Jesús
brilla la estrella
de paz
brilla la estrella
de paz.
Noche de paz,
noche de amor,
todo duerme
alrededor,
sólo velan en la
oscuridad
los pastores que
en el campo están;
y la estrella de
Belén
y la estrella de
Belén.
Noche de paz,
noche de amor,
todo duerme
alrededor
sobre el Santo
Niñito Jesús.
Una estrella
esparce su luz
brilla sobre el
Rey
brilla sobre el
Rey.
Noche de paz,
noche de amor,
todo duerme
alrededor
fieles velando
allí en Belén
los pastores, la
Madre también
y la estrella de
paz
y la estrella de
paz.
Se llenó de alegría el bello amanecer que mostró el alba con verdes, amarillos y rosados arreboles precediendo al astro rey que luego se asomó sobre el horizonte acicalándose y refrescando sus rayos sobre las cumbres nevadas de los Andes y de la Sierra antes de emprender su trabajo diario para asegurar un fresco y agradable día de Navidad a todos los hombres de buena voluntad en el mundo. Nació un nuevo día. Se oyeron en todas las latitudes las dulces voces y también el sonar de las maracas, flautas, armónicas, acordeones, requintos, panderetas y demás instrumentos musicales. Era el anuncio de la llegada de la Navidad.
Con villancicos se llenaron de alegría los habitantes en la tierra. Son los cantos que acompañan a los ángeles con sus trompetas cubriendo todo el cielo cuando cada año en Belén nace el Niño Salvador. Los villancicos son mensajes de alegría para ungir con la bendición divina a todos los seres humanos. El gozo y la alegría se siente en todo el planeta y también los reciben los seres vivos que acompañan a todos los humanos creyentes o no. La bondad y el perdón divino les puede llegar a todos.
Alegres y recorridos de santa paz regresaron los niños a sus llanuras, sabanas y a sus hogares donde cantaron muchos villancicos. Rezaron el último día de la novena al Niño Jesús con invocaciones distintas pero parecidas en cada uno de los grupos:
Con fe y
oración te pedimos todos nuestra
conversión.
Pequeños y
grandes en gran procesión, te ofrecemos votos para nuestra salvación.
Los niños
todos en santa peregrinación llenos de anhelos venimos a ti como nuestro Salvador.
Invocamos
tu protección a ti Mesías el Gran
Redentor.
Danos y protege la salud de nuestros cuerpos y de nuestras almas.
Te rogamos
e imploramos tu santo poder para que haya paz y concordia en el mundo.
Invocamos
tu santo nombre por la preservación del planeta y de todas
las especies vivas.
Dale paz y serenidad
a todos aquellos que hoy sufren por enfermedades, violencia, tragedias
naturales y pérdida de seres queridos.
¡Oh Mesías
glorioso!, llena nuestros corazones de amor para alcanzar la salvación en la
vida eterna.
¡Oh, Divino
Niño!, permite que la gracia y dones del
Espíritu Santo llegue todas nuestras
almas.
¡Oh, hijo
del Dios Padre!, llena de bondad los corazones para que desaparezca la pobreza
y la exclusión es este mundo.
Cada invocación estaba separada
de la otra por sucesivos cantos de villancicos. La bella guacamaya tricolor de
David posada en lo más alto del arbolito
de Navidad, la guacamaya decía, con fuerza, devoción y recogimiento, “Amén”, después de cada
invocación.
Vivieron los dos grupos de niños
expedicionarios la dicha de recibir el surgimiento de un nuevo amanecer para
todos y conocer los mensajes de la «Buena Nueva». Ambos grupos que habían subido las montañas
por caminos diferentes llegaron a la conclusión muy cierta de que todos los
caminos llevan a Él. Como reconocimiento
a ese sagrado hecho rindieron alabanzas, dieron gracias al Dios Padre y
entonaron este villancico:
En las minas del rey Salomón
encontré un piadoso león,
iba en el camino de Belén
a adorar al rey del Edén.
Los ángeles tocan su lira
y los santos sus timbales
cantan a Jesús en su divina cuna
humilde y santa como ninguna.
Un niño pastor lleva su rebaño
galgos y burritos lo acompañan
todos los caminos llevan a ÉL,
al
Salvador Rey de Israel.
Brillaba la estrella en noche buena
una luna en su sendero
faro divino al pastor viajero
revelando al Dios verdadero.
Al final de
cada estrofa en coro cantaban:
Bella y Bendita es la Navidad,
cantemos a Jesús en su día
todos los caminos llevan a ÉL,
al Salvador Rey de Israel.
En los llanos y
montaña y en todas las islas se
iluminaron todos los hogares y todos los corazones. Todos se llenaron de la
alegría pascual con la sagrada Navidad.
El firmamento se pintó de azul celeste
Intenso para que todos pudieran ver y seguir la más brillante estrella que
jamás existió y que emitía con su brillo
mágico un haz de luz claro, intenso que señalaba al lugar exacto en Belén donde
está el recién nacido Divino Niño.
Mientras tanto, alto muy alto en el cielo, los ángeles escribían sobre el
oriente y occidente con nubes de múltiples colores: «Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad». Poco
antes los arcángeles en el cielo norte y sur habían escrito: «Bendito el Rey
que viene en el nombre del Señor». Y abajo, en todos los lugares de la
tierra, se oyó cantar:
¡Feliz, Navidad! ¡Feliz, Navidad!
¡Feliz, Navidad! ¡Feliz, Navidad!
Alegre y feliz estoy
la Navidad llega hoy
el Niño Jesús nacerá
Buena Nueva traerá.
¡Feliz, Navidad! ¡Feliz, Navidad!
El rey Mesías pronto llegará.
¡Feliz, Navidad! ¡Feliz, Navidad!
nuestro hogar iluminará.
¡Gloria a Dios en las alturas!
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