A Sustituir con Innovación Social a la Vieja Escuela
A Sustituir con
Innovación Social a la Vieja Escuela
Enrique E. Batista J., Ph. D.
Desde la vieja escuela podemos observar
súbitas trasformaciones en las prácticas educativas que se han dado este año en
todo el mundo, las cuales han traído como una secuela importante la necesidad
de un innovador ecosistema educativo.
Tengamos todos la certeza: El ambiente
educativo desde preescolar hasta la educación superior ha sido cambiado en todo
el mundo desde fuera de las mismas estructuras educativas, tan tradicionales,
reacias al cambio y a la innovación, en especial si esta se concibe como
innovación social que implica la formulación y desarrollo de una política
pública de la educación que focaliza sus
recursos y esfuerzos en favorecer a la
sociedad en general y no sólo a unos cuantos individuos que usufructúan sus
beneficios y generan para ellos privilegios
excluyentes.
No está el sistema educativo
global preparado para el cambio que ha introducido un hecho extraordinario. Sin
embargo, preparemos para afrontar y sacar adelante sin temor y con el deseo
manifiesto de acertar los nuevos modos y maneras de conducir, gestionar y
evaluar los procesos formativos escolares, actualizar las metas formativas,
superar al difunto currículo ya momificado y a los modos de promover el alcance
de los fines formativos que corresponden a la educación en este mundo actual.
Lo ha dicho con reconocido
truismo Monsieur Jaques de Perogrullo desde hace mucho tiempo: Hay que
cambiar a la vieja escuela por el bien de los educandos, de los países y de la
paz y concordia mundiales. Alrededor del globo hemos alzado la voz y elevado el
volumen de los alto parlantes para difundir el mensaje de M. de Perogrullo
para ser oídos y convencer a incrédulos de todas las clases, a las
organizaciones multilaterales mundiales, a los gobernantes en todo el mundo que no entienden la
necesidad del cambio, a los refractarios y opositores a la innovación, a los
conformes con una educación de mala calidad que excluye, aquí y allá, a muchos
y beneficia a muy pocos.
Pero también el mensaje ha sido
y lo es para aclarar y limpiar
los oídos sordos de legisladores y gobernantes para que dejen de promulgar las
“revoluciones educativas” que nada revuelcan, que se quedan escritas en
planes o son expresiones en discursos de oportunidad que se los lleva el
viento. Además, es un llamado de atención a ellos para que dejen de usar el
desgastado cliché, que nadie ya lo toma en serio, cuando predican, sin cumplir
y sin convencimiento interno, que puedan respaldar con acciones y realizaciones,
que “la educación es la base esencial del desarrollo.” Sí, ese es parte
del mensaje y de la proclama: La educación es prioridad del Estado y de los
gobiernos, es una prioridad que se garantice el derecho humano fundamental a
una educación de calidad para todos, una educación incluyente, equitativa,
adecuadamente financiada y formadora de ciudadanos democráticos, éticos,
solidarios y pacíficos.
Es el mensaje para los
Ministerios de Educación de cada país y sus Secretarías de Educación para que
abandonen las rutinarias y altamente
improductivas prácticas burocratizadas de gestión de la educación, y pasen del
rol pasivo de inspeccionar para castigar y de “super – visar”, como si
se tuvieran la super visión de Supermán,
por un papel activo que, apoyado en una amplia participación ciudadana y de las comunidades escolares y académicas, promueva
la gran transformación que hoy se nos ha
planteado a todos desde fuera de los procesos e instituciones educativas impuesta
por un hecho agobiante externo que además de tortuoso nos ha llevado a la
imperiosa necesidad de innovación y transformación educativas, hacia inevitables
cambios apremiantes.
Esos cambios deberán estar
signados por la creatividad, imaginación, análisis de realidades y contextos,
bien fundados, con apertura de mentes y de opciones para superar a la vieja
escuela, lejos de entelequias, utopías y quimeras para aparentar el cambio sin
cambiar, y regresar a la misma vieja escuela, la que debe ser sustituida y transformada,
sin vacilaciones. La urgencia del cambio es para ya.
Veamos por qué hay que
transformar y sustituir con innovación social, pedagógica y tecnológica a las
viejas escuelas:
Las escuelas son viejas por ausencia de políticas públicas que aseguren el derecho a la
educación a pesar de que así lo obliga la Constitución Nacional y los tratados
y compromisos internacionales; son viejas por su infraestructura física; viejas
porque carecen de agua potable, servicios sanitarios y del alcantarillado;
viejas porque carecen de espacios para la recreación, la producción artística,
tecnológica y literaria; viejas por la cantidad de libros de textos
desactualizados en sus bibliotecas, cuando ellas existen. Son viejas las
escuelas no sólo por la edad de los maestros sino porque su remuneración y el reconocimiento social a ellos se quedaron
estancados en épocas pretéritas; viejas porque responden a anacrónicas normas
legales.
Las escuelas son viejas porque
carecen de acceso garantizado a Internet y a los múltiples recursos de
información para la enseñanza y el aprendizaje; viejas porque carecen de acceso
a medios y tecnologías que se requieren hoy para el progreso escolar y la
formación como ciudadanos; viejas porque siguen apegadas a la examinación
punitiva y a supuestos y nada válidos exámenes de Estado con su persistente fallido
intento de medir la calidad de la educación.
Las escuelas son viejas porque
siguen formando con la intención falsa de que “esto les servirá cuando
ustedes sean grandes” y no desde hoy y por siempre; viejas porque muchos
maestros, apegados a las restricciones que imponen las normas, quedan
condenados a prácticas pedagógicas vetustas e inefectivas; viejas por sus laboratorios
que, si existen, están mal dotados para el aprendizaje y la experimentación en
ciencias y tecnologías. Son viejas las escuelas porque la formación en la
historia, la geografía y los valores nacionales están olvidados; viejas porque
no forman para la vida pacífica y solidaria, tampoco para el cuidado de la
salud, ni para la apreciación y creación artística y cultural.
Las escuelas son viejas porque se
tiene un burocratizado Ministerio de Educación Nacional que intenta regular,
pero no promover y desarrollar innovaciones educativas, ni tampoco liderar una educación para el siglo
XXI enredado en la maraña de normas, reglamentos y procedimientos para una
educación de hace 70 años; viejas porque carecen de un modelo de gestión que
responda a procesos de transformación creativa de las prácticas escolares. Son
viejas las escuelas porque los planes decenales de educación, que tienen sólo
carácter indicativo y no de fuerza de ley, son un recurso vacuo sin efectos en las
muy necesarias trasformaciones educativas que han sido proclamadas con
insistencia como una prioridad nacional.
Las escuelas son viejas porque
hace tiempo la sociedad en general las descuidó a ellas y a sus maestros y
también al futuro productivo de niños y jóvenes; viejas porque no son inclusivas
ni igualitarias sino excluyentes creando dentro de sí el modelo de deserción y
abandono contrario al aseguramiento de la permanencia; son viejas porque
marginan a los sectores pobres, campesinos y minorías étnicas. Las escuelas son
viejas porque mantienen la diferencia socialmente inaceptable de desigualdad en
recursos, medios y calidad entre zonas urbanas y rurales, entre las que están
en el centro del país y las de la periferia; son viejas porque no incorporan
ambientes múltiples interactivos de aprendizaje; viejas porque predomina el dictado y el copiado y la
pasividad de los alumnos; viejas porque no prevalecen los métodos activos en
las estrategias de enseñanza y de aprendizaje.
Son viejas las escuelas porque la
lectura y la escritura, como elementos fundamentales de la inteligencia y de la
identidad cultural, no son promovidas, como tampoco lo es el dominio de una
lengua extranjera, la urbanidad y el comportamiento ético. Las escuelas son
viejas porque excluyen de manera sistemática a las personas con dificultades o
limitaciones en su desarrollo; son viejas porque su estructura administrativa y
modos de funcionamiento, independiente de particularidades y culturas en las
regiones, responden a lineamientos de mediados del siglo pasado.
Las escuelas son viejas de tanto
repetir que están viejas.
La vieja escuela bien puede ya
pasar a ser parte de la historiografía o arqueología educativas.
El lector, con seguridad, podrá
agregar muchas más aserciones del porqué
son viejas las escuelas y también sobre el porqué tenemos la necesidad
perentoria de transformarlas con creatividad e innovación social.
No podemos seguir con la misma
escuela como si ella fuese un modelo de éxito formativo y de una institución social
que pueda ser entronizada como si respondiera
bien a las necesidades de desarrollo y progreso de los alumnos y de la sociedad
en general.
No más reforma, es asunto de
trasformación con innovación social y de asegurar calidad educativa para todos
sin exclusión. El temor a la
innovación, tan presente en el campo educativo, no puede conducir a la pasiva tranquilidad
de hacer lo mismo cuando todos sabemos que el modelo de escolaridad, de
preescolar a la universidad, no está bien hecho.
Hemos
perdido muchas oportunidades para esa transformación. Ahora tenemos una que es preciso
e imperativo aprovechar. Son
variados los modelos y estrategias que se pueden proponer y aplicar. Uno de
ellos es el basado en la concepción de una educación conformada por ecosistemas
escolares, cuestión que abordaré en mi próxima columna señalando, a la vez, los
pilares en los que se pueden apoyar diversas y variadas iniciativas
innovadoras.
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