El Grave Peligro de las Pruebas PISA: La Temible Gran Singularidad Educativa
El Grave Peligro de las Pruebas PISA: La Temible Gran Singularidad
Educativa
Enrique E. Batista J., Ph. D.
Estamos siendo llevados y forzados,
de la mano de una organización internacional que busca promover el desarrollo
económico y no el desarrollo humano, a tener un modelo y sistema único mundial
con alto riesgo para el mantenimiento y promoción de nuestras identidades y
metas ciudadanas nacionales. Impulsa de tiempo atrás una prueba que se
fundamenta en que el progreso se basa en lo que aplicamos, por lo que hacemos y
no por lo que somos, por lo que pensamos, por lo que sentimos, por lo que
amamos y por lo que aspiramos a ser.
Muchos países del mundo enredados en
esa prueba han entrado en un frenesí magnificado por los parlantes de medios de
comunicación que corren cada tres años a observar si se subió o bajó del ranking
que ha empezado a importar más que los esfuerzos para promover una educación
inclusiva y de calidad para todos, más que el análisis de las desigualdades
educativas internas, de las políticas públicas y de los distintos factores que
afectan la calidad de la educación.
Ya se ha dicho que la singularidad tecnológica es aquella situación en donde las máquinas escaparán al control humano, nos superarán en inteligencia y capacidad física, controlarán nuestras vidas y crearán una nueva civilización. Dejaremos de ser humanos para convertirnos en máquinas y personas a la vez, pensaremos y sentiremos con los cerebros de otros, se crearán recuerdos de experiencias no vividas, actuaremos con mensajes impuestos desde fuera por otros con intenciones no legítimas.
Pero ya estamos en el camino de la “gran
singularidad educativa”, temible por sus efectos sobre la naturaleza de
la civilización y de la estructura de la sociedad. Por medio de las pruebas PISA
(Programme for International Student
Assessment — PISA = Programa para la
Evaluación Internacional de Estudiantes) se ha impuesto como meta central y
prioritaria, según reglas y dictámenes de La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos; (https://www.oecd.org/acerca/) una educación para asegurar una supuesta prosperidad
basada en el desarrollo económico, en la productividad. Se ha enfatizado la medición en las áreas de lectura,
ciencias y matemáticas.
La prosperidad económica, como
sabemos, no implica necesariamente la superación de las desigualdades, con
frecuencia ella lleva a la ampliación de la brecha económica entre segmentos de
la población.
Se destaca el página web del Foro Económico
Mundial que muchos países han entrado en una carrera para estar alto
en el ranking y han promovido reformas rígidas basadas en interpretaciones
burdas de los resultados. La evaluación se ha hecho con la intención de aumentar capital humano bajo el supuesto de que altos
logros académicos, medidos por esa prueba, mejorarán los ingresos monetarios en
el futuro y el nivel de vida de sus habitantes, así como su producto bruto interno
per cápita. Trabaja esa concepción con el supuesto de que no somos
recompensados por lo que sabemos sino por como aplicamos el conocimiento.
De manera irónica, un país siempre alto en las pruebas como Singapur busca, con
respecto a lo que se evalúa, un regreso y un recobrar espacios anteriores para
encontrar un balance con “la alegría de aprender”. Destaca bien el Foro
Económico Mundial que las políticas educativas de los países que tienen
puntuaciones altas no se pueden traspasar por las fronteras de otros sin tener
en cuenta las culturas y contextos nacionales. (https://bit.ly/2Ruxb1d). Mucho
de esto deben recordar bien gobernantes, legisladores, medios de comunicación,
la totalidad de los sectores educativos y la ciudadanía en general.
La educación es para el desarrollo
humano pleno y la prosperidad de todos. Ella, en sus altos fines sociales no
está hecha para que se adapte a las condiciones que determinan las fuerzas del
mercado, sino para cambiarlas para el beneficio general. A la vez, los
desarrollos productivos son para la humanización que conduzca al mejor estar general
y al progreso de todas las naciones y culturas.
Bien conocida es la
manifestación, dirigida al Director de PISA en la OCDE, de un grupo amplio de reconocidos profesores
universitarios, investigadores científicos, directores de escuelas y colegios,
padres de familia, representantes de grupos contra los impropios estándares
basados en los tests, repensadores del papel de los tests, organizaciones
opuestas a los tests que en las escuelas dañan a los niños, de aliados en
defensa de la educación pública y de opositores a un currículo común, entre otros,
que en carta pública denunciaron
que “La OCDE y las pruebas PISA están
dañando la educación en el mundo”. Denuncia seria, una señal clara de
alarma para no tomar a la ligera el propósito de la OCDE de lograr una
uniformidad educativa en el mundo, de crear una singularidad educativa, para
que con base en su prueba supuestamente se aumenten los ingresos y seamos recompensados
no por lo que sabemos, no por lo que somos, sino como aplicamos el conocimiento,
como se ha señalado arriba. (https://bit.ly/2DUcTpJ).
Lo que escape al modelo de PISA se
castiga con un bajo y vergonzante posicionamiento en su propio ranking, con el
consiguiente efecto negativo que tiene sobre los sistemas educativos en el
mundo y la imposición de un muy sesgado currículo único. Estudiar significará
prepararse para lo que miden esa prueba, para posicionarse en el ranking, con sus
perniciosos efectos negativos sobre el autoconcepto, sentido de valía y
perturbación que produce sobre la labor y salud mental de los alumnos y de los
maestros. Efecto que se agrava con la abundancia de descuidados columnistas que,
a la ligera, sin análisis de la validez o conveniencia de éstas, escriben que “el
país se rajó” en dichas pruebas. Hay atributos particulares que no se
pueden homogenizar por la vía de exámenes estandarizados aplicables por igual
en cada rincón del mundo.
Ante la pregunta de un columnista en
un medio impreso sobre “¿Por qué Colombia no levanta cabeza en la prueba PISA?”
hay que señalar que el asunto consiste más bien en sacarlas de la cabeza y
centrarnos en acciones ciudadanas para alcanzar una educación de calidad. Nadie,
ni ninguna ley, ha dicho que debemos tener la mejor calificación en esa prueba,
pero sí que corresponde al Estado, a la Sociedad y a la Familia velar por la
calidad de la educación, tal como obliga la constitución y la ley general de la
educación. Esfuerzo inútil figurar más alto en el ranking sin mejorar los
factores que se asocian a una educación inclusiva y de calidad para todos.
Esfuerzo vano si el énfasis está en medir formación para la productividad y no
formación para el desarrollo humano, para la vida democrática, para la
habilidades socioemocionales que el mismo Foro Económico Mundial y muchas
otras organizaciones e intelectuales han destacado como más centrales para una
vida personal, social y laboral productiva en este siglo XXI. No hay evidencia
de que el país se hayan usados sus resultados para mejorar de manera sistemática
y continua el derecho constitucional y legal para una educación de calidad, su
cobertura y pertinencia en los diversos factores que la explican, la promueven
y consolidan.
Un reconocido pensador de la educación y la pedagogía destacó con precisión varios factores que explican el estado de la calidad de la educación en el país. Entre ellos se refirió a las impropias políticas educativas nacionales, a la necesidad de cambiar el modelo educativo nacional y al papel de los maestros. Omitiendo los demás factores cruciales, el periodista echó la culpa a los maestros que no fue la intención central del entrevistado. Más bien el periodista ocultó verdades que señaló el entrevistado pedagogo y, como siempre, la culpa se la achacó en grueso titular sólo al maestro. (https://bit.ly/2YpLJAw).
Comparaciones basadas en pruebas como
la de PISA, trabajan bajo el supuesto del “como si”: Como
si los maestros estuviesen bien pagados y socialmente reconocidos; como
si los alumnos tuviesen adecuada alimentación; como si los
estudiantes no vivieran en estado de suma pobreza; como si los padres de
ellos no subsistieran con trabajo en la informalidad o en abierto desempleo; como
si los maestros y alumnos trabajasen en jornada completa y no en solo media
jornada; como si la infraestructura física escolar fuese apropiada para
tener ambientes facilitadores de la enseñanza y el aprendizaje; como si el gobierno
nacional tuviese claras y definidas políticas educativas; como si en
todas las escuelas y colegios se contase con medios educativos suficientes y
avanzados; como si fuésemos Finlandia, Japón, Corea o Francia o Canadá.
Y también como si se hubiese
mejorado en la calidad intrínseca de los procesos formativos pertinentes en
cada escuela, región o cultura; como si se hubiese alcanzado la
universalización educativa con calidad y sin exclusiones; como si a los
maestros les hubiesen mejorados sus niveles de vida; como si se contara
con los recursos didácticos y tecnológicos que se disponen en otros países; como
si se hubiese reducido la
desigualdad entre ricos y pobres; como si las tasas de cobertura neta y bruta, repitencia y la
deserción no fuesen altas; como si estuviese garantizada una educación
gratuita y obligatoria por lo menos en nueve grados y tres de educación inicial;
como si se hubiese alcanzado cobertura total; como si no
existieran diferencias entre las regiones del país y entre las sectores urbanos
y rurales; como si hubiéramos
superado el analfabetismo común, el funcional y el informático; como si
en los hogares de los alumnos existiese acceso a recursos y medios para el
aprendizaje continuo; como si el país no haya estado y esté viviendo un
conflicto armado; como si la violencia no hubiese llegado a las
escuelas; como sí una inmensa cantidad de niños, adolescentes y maestros
no hayan sido víctimas del conflicto. Y la culpa, claro está, no es de los
maestros.
Y otra gran cantidad de otros supuestos
de “como si” que podrían agregarse para mostrar a quienes se apegan al
ranking de PISA que están del lado incorrecto de la lectura de las
realidades educativas del mundo y de las nuestras en particular que merecen ser
mejoradas y así alcanzar satisfacción con la formación ética, moral, ciudadana,
en ciencias (naturales y sociales), artes y cultura alrededor del conjunto
esencial de valores que configuran nuestra nacionalidad. Es evidente que esos
componentes no los toca la prueba PISA, de ahí una de sus limitaciones
esenciales. Así, ¿cómo es posible que se diga que esa prueba mide calidad de la
educación y que se tome como estándar universal?
Si los
desprevenidos comunicadores consideraran algunos de estos “como si” no
se taparían los ojos y de manera desvergonzada ya no preguntarían ¿por qué
Colombia no levanta la cabeza en la prueba PISA?
Estamos frente a la tiranía de una organización mundial que se ha
abrogado el derecho de imponer una educación que satisfaga fines misionales
económicos propios de ella. Es la tiranía de los inútiles rankings y de una
organización que ve sólo el desarrollo económico y no el desarrollo humano.
Precisamente el informe de diciembre del 2019 del PNUD señala que: “el
progreso está dejando de lado a algunas de las personas más vulnerables …
incluso a aquellas que sufren las privaciones más extremas… es necesario
seguir trabajando para cerrar las brechas en las privaciones básicas y
construir políticas para combatir la nueva generación de desigualdades del desarrollo
humano, actualmente en aumento”. (https://bit.ly/2PGCyrF).
Se ha marcado un camino perverso
hacia una temible gran singularidad educativa. La valía de la educación
de un país no puede limitar a un ranking que una determinada organización económica
se ha abrogado.
Entonces, requerimos enfatizar una educación
con metas y procesos formativos que satisfagan criterios nacionales. Una
educación inclusiva y de alta calidad para todos como sea ha prescrito en el Objetivo
4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en una variedad de
pronunciamiento que ha hecho la UNESCO. Esas pruebas y su ranking constituyen
una manera de perturbar los esfuerzos para responder al respeto a las
diferencias regionales culturales, a la especificidad de las metas educativas
nacionales, a las diferentes maneras de comprender el mundo y de establecer
armonía entre diversas culturas y de promover la igualdad en el acceso a bienes
materiales y espirituales de la cultura. Violan, a la vez, el derecho humano a
la diferencia y a la promoción de la valía de las culturas nacionales y
autóctonas.
Se apunta hacia un currículo único,
hacia una gran y temible “singularidad educativa” donde todas las metas y
procesos educativos deben ser iguales y concurrir con lo que mide la impropia
prueba y aceptar la tiranía que impone un detestable ranking.
¡No! Hay que rechazar y resistir la
imposición de esa singularidad.
¡Ah! Y la culpa no es de los maestros.
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