El Síndrome del Burnout o de Desgaste Profesional de los Maestros: Un Problema de Salud Pública que Afecta el Progreso de los Alumnos
El
Síndrome del Burnout o de Desgaste Profesional de los Maestros: Un Problema de Salud
Pública que Afecta el Progreso de los Alumnos
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
En junio pasado un periódico de
Texas (Houston Chronicle, 05/31/19) informó sobre la alta tasa de
abandono de su profesión por los maestros de ese Estado en donde el 33% de
ellos lo hace antes de seis años. Un vocero de la Asociación de
Profesionales de la Educación de Texas recalcó que tasas altas de burnout
en las ocupaciones se debe a: "trabajos desafiantes para las cuales las
personas no están preparadas, con financiación inadecuada para sus labores y
que, además, no tienen remuneración adecuada”.
El 11 de julio de 2019 Yesid
González escribió que en el trabajo los educadores ponen en riesgo su salud
física y mental. Resaltó que sólo para Bogotá en 2018 se tuvieron 369.668 días
de incapacidades, lo cual equivale a un maestro tiempo completo por más de un
siglo (¡!). Entre las principales enfermedades que tuvieron los maestros están:
sistema osteomuscular y tejido conectivo, enfermedades psiquiátricas o del
comportamiento y enfermedades de la voz.
El fenómeno de salud se observa más en los mal llamados “mega colegios”
y en las instituciones de sectores más marginados. (https://bit.ly/2Y3x00y).
Desde finales del siglo pasado se sabía que el burnout (o de desgaste profesional) entre los maestros
era una epidemia mundial. Hay abundante investigación sobre el fenómeno en cada
uno de los continentes, sin que exista un solo país avanzado o no, que no tenga
una proporción considerable de los maestros con el síndrome del burnout.
La profesora Jenny Grant anota, a manera de ejemplo, que cerca
del 50% de los maestros en la India y Jordania lo sufren, en el Reino Unido el
91 % sufrió estrés en los dos últimos años, 74% experimentó ansiedad y el 91%
indicó que tenían exceso de carga laboral. Se llega a la inocultable conclusión
que donde hay un servicio educativo, y en todos los países lo hay, los maestros
sufren de burnout. (https://bit.ly/2GesMZJ).
Aunque el síndrome del
burnout se identificó hace 50 años entre los profesionales de la salud, en 2019
la Organización Mundial de la Salud-OMS
en su Clasificación Internacional de Enfermedades incorporó al síndrome del burnout o de
desgaste o agotamiento profesional no como una
enfermedad sino como condición asociada al trabajo que afecta a un número
inmenso de personas en el mundo resultante de un estrés crónico en el trabajo
caracterizado por tres componentes: sensación de agotamiento y falta de
energía, sentimientos negativos con respecto al trabajo y eficacia profesional
reducida en el mismo, con la consecuencia de una afectación negativa sobre la
salud psicológica y física de los trabajadores. (https://bit.ly/30tk2qe).
James Anthony en junio de 2019
destacó conclusiones de una encuesta mundial que adelanta en el mundo sobre el burnout
entre maestros que el 46% de los maestros en el mundo trabajan más de 50 horas
semanales y el 57% no tienen tiempo para la vida social; dos tercios se sienten
irritados en la escuela o en la casa, lo cual es indicativo de dificultades
para manejar el estrés; 93% se sienten muy cansados y esperan recuperación el
fin de semana, aunque muchos usan parte del mismo para ponerse al día con sus asuntos
escolares; 68% tiene dificultad para concentrarse cuando están cansados y 15%
todo el tiempo. Resalta Anthony que esas cifras pueden indicar que tan cerca
está un maestro del burnout, el cual caracteriza como la reducción de la
habilidad para realizar su trabajo de manera efectiva y que se requiere
monitoreo de condiciones como las anotadas para prevenir el síndrome. (https://bit.ly/2JEbztC).
Indicadores frecuentes del burnout son síntomas físicos de
diversas índole, somatizaciones frecuentes, depresión, pérdida de la voluntad
irritabilidad, cansancio crónico, dificultades para conciliar el sueño inapetencia,
irritación, aislamiento, desapego y desilusión por el trabajo (https://bit.ly/2GesMZJ).
Es un problema de salud pública
en los países ufanados por puntuar alto en las pruebas PISA, lo cual logran a
costa de la salud física y mental de sus maestros y de la inmensa presión y
estrés de los estudiantes. En el 80% de los países del mundo los maestros ganan
menos que otros profesionales con nivel similar de preparación. En Japón los
maestros de primaria trabajan 57.5 horas a la semana, mientras que en la
educación secundaria son 63 horas (https://bit.ly/2NX3Koi).
Así, el síndrome del burnout se hace evidente entre muchos maestros.
Bien se sostiene que los maestros japoneses tienen sobrecarga laboral y están
mal pagados. Se afirma lo mismo para Corea en donde la carga laboral es de 45
-55 horas a la semana (https://bit.ly/2JHNCS5).
El burnout es, así, un estado psicológico
caracterizado por agotamiento, escepticismo y sentimientos de reducción en su
eficacia laboral. En Suecia se detectó que los maestros forman parte de los
grupos ocupacionales con más alto riego de desórdenes asociados al estrés
laboral debido a tensiones en el trabajo resultado de exageradas demandas o
exigencias, el bajo control sobre el trabajo, la limitación de recursos y una
permeable frontera entre la vida privada y el trabajo, relaciones tensas con
los colegas y tamaño de los grupos (https://bit.ly/30CS7nJ).
Este síndrome se asocia
a factores como: Exagerada carga laboral con
poco tiempo para ello, recursos inadecuados para la enseñanza y el aprendizaje,
ambiente escolar deteriorado o de relaciones muy difíciles, desgaste y tedio
realizando lo mismo año tras año,
comportamiento impropios y desmotivación de los alumnos, manejo de la
disciplina, drogas y combos delincuenciales en la escuela o en sus alrededores,
antagonismo con la dirección escolar, con las Secretarias de Educación y con el
Ministerio de Educación Nacional, falta de apoyo o respaldo por la comunidad en
general, padres de familia y medios de comunicación los que tienden a
desvalorizar el trabajo de los maestros o a culparlos de la impropia o inadecuada calidad de la educación,
carencia de formación adecuada, servicios públicos y sanitarios inadecuados y
no saludables, amenazas a la integridad física y moral por parte incluso de algunos
alumnos y padres de familia, enseñanza
para desempeño en pruebas nacionales o internacionales estandarizadas,
servicios de salud débiles, limitación para ser creativos e innovar en
pedagogía, forzados a uniformizar alrededor de prácticas didácticas desuetas y
la presión por figurar mejor en los muy inútiles rankings.
Asunto que se agrava con el
déficit para satisfacer las amplias necesidades de los maestros. A parte del
efecto educativo y social de este síndrome, el abandono de la profesión por los
maestros y la baja significativa en el número de bachilleres que desea ingresar
a esta ocupación está el hecho palpable de la necesidad de maestros nuevos de
aquí al 2030 que el Banco Mundial estima en 68.8 millones si se desea cubrir
con el Objetivo 4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para proveer
educación primaria y secundaria a todos los niños. (https://bit.ly/2XGXW6R).
A todo lo anterior hay que
resaltar que las maestras atienden, a la vez, a los oficios domésticos y dedican
tiempo para la atención y cuidado de los hijos. De otra parte, una proporción
alta de nuestros maestros carecen de vivienda propia, trabajan en zonas urbanas
y rurales llenos de variedad de conflictos violentos y de fronteras invisibles,
con frecuencia además de pagar vacunas extorsivas a delincuentes tienen que
refugiarse con sus alumnos para evitar balas pérdidas. La labor del maestro
responde a una profesión llena de riesgos y peligros.
Para una educación y procesos
formativos de alta calidad es preciso contar con unidades escolares más
pequeñas, con mayor posibilidad para la humanización de las prácticas
escolares. La construcción de los denominados “megacolegios” ha puesto
énfasis en cobertura masificada, que ha llevado a mega problemas escolares, con
dificultad para que los maestros puedan identificar y orientar a quienes tienen
dificultades de aprendizaje y mucho menos personalizar la variedad de las necesarias
intervenciones pedagógicas. Con ese modelo de colegio se ha entronizado y
momificado la pedagogía tradicional lejos de creatividad e innovación de las
que pueden llevar a cabo los maestros.
Es evidente que ser un buen
maestro resulta muy, muy difícil aquí o en cualquier país del mundo. Hay que
reconocer que hay un serio problema de salud pública. Tienen razón poderosa y
de sobra los maestros cuando exigen el
acceso a una atención en salud de calidad, oportuna y medicamentos a tiempo sin
necesidad de recurrir a acciones para tutelar sus derechos a la vida y a la
salud. Corresponde a los gobiernos, con el apoyo de la ciudadanía, cuidar a los
maestros en su salud física y mental, la de esas insustituibles personas que
tienen la corresponsabilidad con los padres de formar a nuestros hijos.
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