Desnormalizar la Formación de Maestros para el Siglo XXI
Desnormalizar
la Formación de Maestros para el Siglo XXI
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
A lo largo de la historia, varios
hitos permitieron la creación y el desarrollo de la escuela como institución
social esencial. Hitos que a la vez transformaron profundamente la labor del
maestro, hasta convertirla, hace pocas décadas, en una profesión, afiliada,
como siempre se dijo, a una vocación de servicio y a un compromiso social con
normas de comportamiento bastante cercanas a la santidad.
La labor del maestro, en su
esencia más íntima, ha sufrido pocas variaciones que se pueden subsumir en: «Enseñar
para formar» y «Enseñar para aprender». Históricamente considerada,
«formar» ha sido el foco de su labor. Maestro sin los conocimientos y
actitudes para formar es simplemente un dilapidador de talentos, un castigador,
un obstructor o anulador de inteligencias y voluntades, un represor de la
alegría que experimentan los niños al ser formados, al aprender y progresar con
sus ejercicios escolares en los años de gozo e inocencia desde sus primeros
contactos con la educación formal.
Con obvio énfasis, el propio
maestro necesita ser formado, y también, aprender con alegría. Eso es
axiomático, aunque su proceso de formación ha sido sustancialmente distinto a
lo largo del tiempo, como lo han sido sus roles y su modelo de identidad.
Una cantidad grande de cambios, que incluyen
los avances en ciencias y tecnologías, la concepción sobre la naturaleza
humana, la comprensión de las fases del desarrollo físico e intelectual de los
humanos, y los juicios variados sobre la naturaleza del niño y del aprendizaje,
han cambiado la naturaleza de los procesos formativos e impulsado una variedad
más amplia de metas de la educación. Cambios que, a la vez, han llevado a
ahondar el pensamiento sobre la función social de la escuela y de la educación
misma, convertida en un derecho humano inalienable, al lado de la conciencia
ciudadana sobre calidad, diversidad, inclusión y medio ambiente; conciencia que
ha sido acrecentada por el establecimiento y auditoría de los sistemas
de educación pública y por la obligatoriedad de la asistencia a la escuela con
calidad para todos.
A lo largo del tiempo, ha
aumentado la comprensión de las diversas necesidades de los estudiantes; la variedad de aportes
tecnológicos ha afectado, con frecuencia a regañadientes y con estigmatización,
la naturaleza del trabajo formativo de los niños y jóvenes. Hoy, en la
formación de los maestros concurren las habilidades digitales, la integración
de áreas formativas, las habilidades socioemocionales, el aprendizaje situado,
personalizado y prescriptivo, el aprendizaje en línea, la ética, la
seguridad informática, y la inteligencia artificial. A los que se agrega una
amplia variedad de otros avances y herramientas tecnológicas, los derechos
humanos, la democracia participativa, el medio ambiente, perfecta habitabilidad
de las escuelas, y el derecho al acceso pleno y en tiempo real a los necesarios
recursos para la enseñanza y el aprendizaje.
Aparte del trabajo integrado por
áreas de formación, se promueve la innovación con métodos de enseñanza y de
aprendizaje para superar creativamente prácticas pedagógicas insustentables
hoy, incluidos algunos ritos compulsivos escolares como los horarios, la
examinación (tomada como práctica insustituible del seguimiento y certificación
de logros), la curricularización y los espacios escolares rígidos que,
amarrados con el sopor de la tradición improductiva, frenan la innovación y la
construcción de ambientes interactivo, abiertos y flexible, para el aprendizaje activo y situado. O sea,
conviene dejar para la arqueología el registro del modelo de escuela
tradicional; dejar a la historia el recuento sobre el maestro que «transmite
contenidos», dejar para el relato histórico la concepción de que el maestro
es la «fuente de la información», dejar para la narración anecdótica la
historia del aprendizaje pasivo y desmotivador; dejar para la historia las
aulas tradicionales que fomentan el aprendizaje pasivo e improductivo que
afecta el interés y motivación de los alumnos.
En un recorrido desde el más antiguo imperio
sumerio hasta este siglo XXI, se encuentran como maestros a: escribas y
comerciantes, sacerdotes centrados en la religión y ritos sagrados, el pedagogo
que era un esclavo instruido que enseñaba a los niños
filosofía, retórica y gimnasia, clérigos que ponían énfasis en teología, lógica,
fe cristiana y en la disciplina,
intelectuales pensadores de la pedagogía que enfatizaban el pensamiento crítico
y la formación en artes liberales, filosofía, ciencias y política. (https://shorturl.at/mJOgr, https://tinyurl.com/5bfmyc6f).
A partir del siglo XIX se tornaron más explícitos
los criterios de formación de maestros. Se crearon las «Escuelas Normales»
con la meta de formar personas con algún nivel de formación en lectura,
escritura y aritmética y en las «ciencias útiles» (matemáticas,
física e historia natural). Eran instruidas para ser maestros de escuela con estrategias
pedagógicas centradas en la formación moral y patriótica, la disciplina, el
civismo y la obediencia. El término «Normal» provino del francés «École
Normale», que tenía como
propósito la enseñanza de normas pedagógicas.
La primera Escuela Normal del mundo se
fundó en París en enero de 1795, en plena Revolución francesa. Se pretendió
perfeccionar lo que se enseñaba en las escuelas públicas. No se
otorgaba ningún título, aunque eran reconocidos, por el Estado, como maestros
para la enseñanza pública. En sus inicios, era un programa intensivo de un mes,
dirigido por científicos y pedagogos distinguidos de la época; se asumía que
las personas que se formaban adquirían las habilidades necesarias en pedagogía,
didáctica, moral republicana, y principios éticos, además de las ciencias
exactas y la historia natural.
El modelo de la «Escuela Normal»
francesa se extendió a muchos otros países en Europa, Asia y también en las
Américas. Muchas universidades prestigiosas evolucionaron desde Escuelas
Normales para formación de maestros
hacia su constitución como universidades de alta categoría, entre otras: la
Universidad de California en Los Ángeles - UCLA, la Beijing Normal
University, la Universidad Pedagógica Nacional de México, Arizona State
University, Illinois State University, Universidade Federal de Minas Gerais,
y la Universidad de Antioquia, cuya Facultad de Educación tuvo sus raíces en la
Escuela Normal de Medellín. (https://shorturl.at/lIeu2, https://shorturl.at/c93F8).
La «École Normale», hoy denominada «École
Normale Supérieure de París – ENS», es ahora una universidad de altísima calidad, altamente
selectiva, posicionada entre la más prestigiosa del mundo, centrada en
investigación de frontera científica, filosófica y literaria. Cuenta a
su haber con 14 premios Nobel
y 11 Medallas Fields (el equivalente al premio Nobel en Matemáticas) y líderes
en distintos campos científicos sociales entre sus egresados. La «École
Normale» dejó de ser una «Escuela
Normal» para convertirse en una de élite académica. Entre muchos de sus profesores y egresados se
cuentan Louis Pasteur, Régis
Debray, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault y Georges Pompidou. (https://www.ens.psl.eu/).
La transformación y evolución de la «École
Normale» se debió a que
los avances sociales y culturales en ciencia y tecnología requerían una
formación más especializada, más allá de lo que corresponde, como es asaz
evidente hoy, a una formación de educación secundaria, con el barniz
superficial de una cachucha pedagógica. A lo que sumó la acrecentada exigencia
formativa para enseñar y conducir procesos formativos no sólo en educación
preescolar y primaria, sino en todos los grados escolares, en los distintos campos
de las ciencias naturales, sociales, de las artes y de las tecnologías, con la
cada vez más creciente presión para la formación en la ciudadanía nacional y
global, en ética y la moral. De igual modo, creció la presión sobre el
necesario posicionamiento y reconocimiento social de la profesión del maestro,
con exigencias equiparables a otras profesiones con títulos universitarios.
En el camino de la formación universitaria de
los maestros concurrió también, desde 1888, el «Teachers College»,
en Nueva York, (traducido: La Universidad de los Maestros) con programas
centrados en innovaciones
educativas y pedagógicas con fundamentación científica y validación
experimental. El «Teachers College», aunque no fue una «Escuela
Normal», compartió algunas de sus metas; en 1898 se asoció a la
Universidad de Columbia como su Facultad de Educación. Profesores notables
como John Dewey,
Edward Thorndike,
Margaret Mead,
Carl Rogers y Rollo May, están entre quienes coadyuvaron a transformar la
educación desde una perspectiva científica y progresista. Con el reconocimiento
de que los maestros profesionales necesitaban conocimientos fiables sobre las
condiciones en las que los niños aprenden de forma más eficaz, el programa del «Teachers
College» desde el principio incluyó materias tan fundamentales como
psicología educativa y sociología educativa, combinadas con ideas claras sobre
la ética y la naturaleza de una buena sociedad. (https://shorturl.at/PwwY0, https://shorturl.at/psxS2).
Persiste en algunos países la
coexistencia de la formación de los maestros por dos vías: la de las Escuelas
Normales del siglo XIX y la universitaria en Facultades de Educación del
siglo XX. Se reconocen las contribuciones que las
primeras hicieron en los esfuerzos por cualificar maestros, especialmente para
la educación primaria. En cuanto a las Facultades de Educación, estas han
desarrollado labor importante en la formación de maestros para preescolar,
primaria y bachillerato. Se realizan esfuerzos para preservar a las unas y a
las otras, a veces como en un taller de taxidermistas, pero muy poco han sido
las propuestas innovadoras para acercarlas a las realidades que requieren los
procesos formativos escolares ante las realidades sociales, culturales, científicas,
tecnológicas y laborales que presionan y confunden a niños y jóvenes en este
siglo XXI.
Algunos ejemplos existen en el mundo que pueden
ayudar a encontrar el norte exacto que requiere la formación de los maestros y
la consolidación de su labor profesional. Es preciso desnormalizar mucho de lo
que se asume como normal.
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