Escuelas con Habitabilidad para la Innovación y Fomento Temprano de Talentos e Inteligencia de los Alumnos

 

Escuelas con Habitabilidad para la Innovación y Fomento Temprano de Talentos e Inteligencia de los Alumnos

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/ 

La educación como proceso social construye a la escuela como construcción conceptual. Ella es un constructo teórico, con fundamentación social, ética, pedagógica, científica y filosófica. Como tal, la escuela significa creación, adaptación y transformación social.  La escuela no es la infraestructura física en la que se aloja; ella es pensamiento fluido para la acción formativa de cada nueva generación, en ambientes de aprendizaje en los que con la misma se busca alcanzar sus fines.

Las escuelas se diseñan en su estructura física teniendo como base una preconcepción sobre el aprendizaje escolar. Es decir, el modelo de aprendizaje preexiste al diseño mismo de los ambientes físicos escolares.  Por ello, el diseño condiciona los modos particulares de enseñar y de aprender. La preexistencia de una concepción sobre los modos de alcanzar las metas educativas fuerza a construcciones físicas que mantienen métodos y estrategias que pueden no corresponder a nuevas orientaciones y conceptos sobre el aprendizaje escolar; se convierten en un mandato fuerte y conminatorio para que alumnos y maestros actúen de determinada manera.

El diseño arquitectónico usualmente se basa en la concepción de la escuela tradicional y, por consiguiente, ayuda a perpetuar una tradicional concepción sobre cómo ella debe funcionar y qué clase de comportamientos caben tanto a alumnos como a maestros. No pueden los cimientos arquitectónicos fundamentar el funcionamiento de la escuela, por encima de sus fundamentos sociales, culturales y pedagógico, tal como ahora ocurre de manera generalizada.

Todo proyecto arquitectónico escolar tiene que ser un proyecto social insertado en las realidades del entorno inmediato para el crecimiento y transformación de éste. Por tal razón, los miembros de las comunidades escolares y las de los grupos sociales que concurren en torno a ella, tienen la obligación y el derecho a participar en la elaboración de los proyectos conceptuales, del que se derivarían, por subordinación lógica, los arquitectónicos. Las escuelas pertenecen a tales comunidades, con foco en los maestros, niños y jóvenes, los que habitualmente son excluidos tanto de los diseños arquitectónicos, como de los pedagógicos.

Ese es el comienzo del veto a la libertad de enseñar y de aprender. Con frecuencia, a estos y a la comunidad en general se le intenta deslumbrar, ocultando la grave omisión, con la gastada denominación de «modernidad», mientras que al interior se carece de humanidad, abunda la marginación y desigualdad social, frente a la ausencia de «modernos» recursos y avanzadas herramientas para promover enseñanzas que faciliten alcanzar logros educativos de los más altos niveles. Las deslumbrantes modernidades arquitectónicas, de manera habitual, ocultan abiertas y bien conocidas limitaciones que oscurecen e impiden las posibilidades de innovación y de transformación.

El dictum bíblico «Vino viejo en odres nuevos»,  que ha sido una invitación a la necesidad de creación, de adaptación a nuevos tiempos, cabe bien en lo aquí expresado en el sentido de que siguen presentes las viejas concepciones y estructuras educativas, mientras que los odres nuevos reflejan la punzante presión social y la de maestros y alumnos para avanzar en procesos formativos mediante nuevas orientaciones pedagógicas con acceso a apropiados recursos y tecnologías que apoyen el desarrollo personal y la adquisición de las valoradas metas formativas.

Las construcciones escolares están recorridas por habitabilidad, no sólo física, sino social y pedagógica, en ellas habitan proyectos de desarrollo humano, de supervivencia y vigencia de una sociedad pacífica y próspera, habitan espíritus ávidos para aprender, habita el progreso y el futuro de las comunidades. No se construyen nuevos modelos educativos con base sólo en el diseño y la construcción física, sino que estos deben conllevar, tener insertos, una concepción sobre la naturaleza humana, sobre la sociedad y el medio ambiente, además de una construcción conceptual, teórica, firme y bien fundada de la naturaleza del niño y del adolescente y, también, del aprendizaje.

O sea, que no es un asunto exclusivo de mayor o menor atracción a la vista. Las construcciones físicas tienen que reconocer el concepto de escuela que subyace en la sociedad, no pueden ser, como ocurre con frecuencia, construcciones insertas en un medio al que no se le respeta su identidad y en el que los elementos particulares que caracterizan al ambiente físico y a las estructuras sociales no son tenidos en cuenta. Es decir, no caben propuestas que, a manera de proyectos inmobiliarios, desconocen las realidades y necesidades sociales de las comunidades y del mundo de interacciones. Deseos y aspiraciones que se dan al interior de ellas.

No puede el diseñador, de la mano de autoridades gubernamentales, proceder con sus propias y vigentes concepciones sobre cómo se enseña y se aprende, con la concepción tradicional que se ha tenido de la escuela. Una mente del diseñador predispuesta para una concepción ya impropia de los ambientes escolares, puede acabar con una estructura física que algunos llamarían «moderna», pero que, desde la perspectiva del debido progreso de los estudiantes, es más bien un tributo a las escuelas momificadas, congeladas en el tiempo, lejos de las nuevas realidades por todos conocidos y que, además, reclaman alumnos a y maestros en sus cotidianos desafectos con la educación que se ofrece y recibe.

No es dable innovar y transformar las escuelas si los ambientes en ellas limitan, impiden o inhiben el cambio de añejas e improductivas estrategias de enseñanza y de aprendizaje y que, a la vez, fuerzan a alumnos y a maestros a desempeñarse de una manera específica poco o nada productiva. Situación que se agrava cuando el mismo arreglo tradicional de los espacios escolares es, en lo fundamental, igual para los diversos contenidos formativos, para todos los grados y niveles de edad, con abierta negación de la diversidad de metas formativas, así como de las habilidades específicas que deben ser promovidas y que los estudiantes desean desarrollar.

Distintos proyectos de innovación con nuevos modelos educativos requieren espacios físicos que den cabida a los tantas veces requeridos ambientes múltiples e interactivos de aprendizaje, esos que deben caracterizar a las escuelas innovadoras.

Maestros y directivos escolares en sus respectivas escuelas y acorde con sus propios proyectos educativos dictaminan los modos de organizar los requeridos espacios interactivos para aprender de manera activa y constante, así como para experimentar y validar las estrategias formativas que se pongan en funcionamiento. Es la mente innovadora de ellos la que determina los modos creativos de promover los mejores aprendizajes, el cual no puede estar limitado  por una estructura física que, aunque se tilde moderna o de megacolegios, condene a  los maestros a una  enseñanza rutinaria y  nada valiosa y a los alumnos a modos de aprendizaje tradicionales que niegan no sólo sus interese y habilidades, sino también su inteligencia y, por lo tanto, a resultados improductivos con reconocida carencia de significación y utilidad para unos y otros. O sea, que no ocurre nada moderno dentro de la escuela.

Para crear nuevos modelos educativos, transformar o «modernizar» las escuelas, no bastan nuevas infraestructuras físicas tradicionales, sino que las actualizaciones que se hagan a plantas físicas actuales y las nuevas construcciones deben ser para los modos de enseñar y de aprender que correspondan a las necesidades sociales del siglo XXI. El criterio de habitabilidad, mencionado arriba, es crucial, el cual se refiere no sólo a ambientes sanos, sino a la habilitación de los nuevos modos de aprender. Se trata de habitabilidad, ambiental, laboral, educativa y pedagógica con la diversidad requerida de espacios para la formación, personalizada, diversa y continúa, que se requieren hoy según las diversas metas formativas, no solo las que son bien conocidas, sino también las que imponen tan nuevas realidades globales, también muy conocidas por todos.

Impera la necesidad de innovar bien los modos de construir estructuras físicas nuevas o actualizar las existentes, en donde la adjetivación de «modernas» no se emplee para esconder un modelo educativo nada moderno, sembrado en el pasado.

No hay ninguna acción mágica que una nueva infraestructura física, de por sí, lleve a mejores aprendizajes, si ella misma limita las alternativas diferentes e innovadoras para enseñar y aprender de modo activo con la inmensa variedad de estrategias pedagógicas reconocidas hoy en este mundo informatizado. Debe cesar la incoherencia entre una construcción escolar y los modos conocidos y exigidos de aprender. Lo uno no lleva implícito lo otro. Los espacios físicos escolares deben estar recorridos por los criterios de habitabilidad mencionados, y creados para la innovación, la transformación, el fomento temprano de los talentos y de la inteligencia de los alumnos. Tal concepción está en la base de la instalación de modelos educativos transformadores e innovadores.

 

 

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