El Don y el Poder de la Palabra
El
Don y el Poder de la Palabra
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Las normas de urbanidad nos exigen ser personas
de buen hablar, de limpias y positivas palabras. Nuestra condición humana nos obliga
a tener un buen y fundado carácter, poseer y respetar las palabras, usarlas
para abrazar y no para abrasar, emplearlas para amar y no para odiar, para la construcción
de una saludable humanidad y para la armonía social y no para las desavenencias
perturbadoras de las buenas relaciones entre todos.
El principal logro escolar se da cuando los
alumnos adquieran el poder de la palabra y la convicción de su importancia y
buen uso. Un proceso educativo exitoso es aquel que les permite a ellos adquirir
el don de la palabra. Sin ese don y poder no existirán logros formativos ni
aprendizaje revelador de riqueza interior. De una buena escuela sale el alumno premiado,
gratificado y honrado con el don de la palabra, con la capacidad de emplearla
con su debida significación incluida la polisemia que dictamina usos
diferentes en determinados contextos comunicativos. La polisemia según la Real Academia de la Lengua se
refiere a la: «Pluralidad
de significados de una expresión lingüística», frente a ellas el hablante y
escritor ejercen especial cuidado para evitar incurrir en error de
comunicación si se emplease un significado que no es propio de la palabra dada la
intención de quien habla o escribe.
El hablante y el escritor
demuestran el don de la palabra respaldados por la aplicación de los principios
de veracidad, concisión, exactitud y corrección enunciativa oral o escrita. Así,
alcanzan riqueza léxica y exactitud semántica, bases para una comunicación clara y
precisa.
El ser humano pudo desarrollar sus habilidades
intelectuales cuando fue capaz de nominar a los objetos, personas y
sentimientos y pudo construir conceptos, muchos de ellos elevados a categorías abstractas, a constructos. El don
de la palabra le permitió crear figuras literarias, hipótesis explicativas,
teorías científicas, instituir y mantener la historia y las tradiciones, crear
y desarrollar la cultura y las artes. Con ese don engrandeció su capacidad de
raciocinio así como la comunicación de
sentimientos mediante metáforas, hipérboles, alegorías, símiles, analogías, cantos,
poesías y obras literarias de diversa índole, que le han permitido llenar de
belleza, claridad, energía, vigor, efusión y entusiasmo a lo que se dice
oralmente o se escribe.
Con el poder de la palabra se creó el prodigio
del libro y se pudo decir y conjugar el verbo amar en todas sus
declinaciones. Con ese poder el hombre
se llenó de humanidad y sentó las bases para su evolución como ser con
inteligencia y raciocinio. En el poder de las palabras reside también el
amor, la simpatía y la empatía. Con
ese poder se construyeron oraciones que enriquecieron los idiomas y también aquellas
para comunicarse con el Altísimo.
Con las palabras se crearon los mensajes, unos
orales llevados con precisión a los confines del espacio y de los tiempos por
la complicidad y hechizo de los vientos, y otros escritos que se imprimen en
nuestra conciencia mediados por el papel y hoy por una variedad de formatos
digitales. Unos y otros han sido resultados de la mágica maravilla del alfabeto
que no es más que un grupo minúsculo de caracteres, en castellano 27 letras y
cinco dígrafos (ch, gu, ll, qu y rr), que permiten en su maravillosa
articulación dar nacimiento a las palabras para expresar y crear sentimientos,
pensamientos e ideas desde las más simples hasta la de más alta elevación y abstracción.
Las palabras encierran una magia.
Son mágicas para alcanzar una comunicación efectiva con los demás. Con su magia describimos el cielo y la tierra y
también adornamos nuestros más insignes
sentimientos, incluidos los más insondables. Aprender a conocer las palabras en
sus distintos espacios semánticos representa ganar un grandioso poder para
expresar sentimientos, construir relatos, cuentos, canciones, fábulas, novelas,
teorías científicas, llenar al mundo de agradable y entretenida ficción, construir anagramas y crucigramas,
acertijos y rompecabezas e innumerables acciones más que nos da el poder mágico
que ellas encierran.
En el poder de las palabras está la
base de la creatividad. Esta, a su vez, nutre con significados a aquellas. Las palabras nos permiten dar nombre a las
personas y a los objetos. Nos permiten crear explícitas realidades. Con
las metáforas y muchas figuras literarias damos cuerpo y brillo a infinidad de
comunicaciones que de otro modo resultarían planas y por ello muy difíciles de
entender o quedar recorridas de anfibología sujetas a variadas interpretaciones.
Ellas nos dan el poder de la elegancia y de la más precisa comunicación. Con
las palabras damos la necesaria vivencia
externa que requieren y reclaman
nuestros sentimientos.
Siempre hay la dicha de jugar y
construir con las palabras, de edificar mundos reales o de fantasía. Con las
palabras también jugamos y construimos expresiones que enriquecen nuestra
relación con los demás. Las palabras hacen la magia específica de darle sentido
al mundo físico y al mundo interior. Con las palabras construimos sueños y
ensueños fabulosos.
La palabra es una voz y a la vez
una representación escrita de ella. El escritor, como todo hablante, tiene la
facultad de ser creativo, de crear palabras o de imbuirlas de nuevos
significados. Esa facultad le da al
individuo el poder para asignarle a las palabras un significado claro con
respecto a referentes específicos. De ese modo, se enriquece nuestra capacidad
de anunciar nuevas realidades, nuevos sentimientos o de describir novedosos
acontecimientos. Pero, a la vez, se enriquece la lengua nativa y se construyen alrededor de ella el conjunto de
dialectos que la conforman.
Enriquecer el vocabulario y
llenar las palabras de nuevas significaciones dan a diario renovada vida a
nuestro propio idioma. Sin ese enriquecimiento no sería posible explicar hechos
y realidades novedosas, sería una inmovilización, un estatismo y un empobrecimiento de nuestra lengua. El
Instituto Cervantes anota: «Si el lenguaje es básicamente un instrumento
para la comunicación, en cada lugar la lengua sirve adecuadamente para que los
individuos de esa sociedad se comuniquen entre sí, de modo que los usos que han
ido creándose en cada comunidad son los que mejor sirven para los propósitos
comunicativos de sus individuos». (https://rb.gy/fdchgv).
Las palabras son como el río que raudo
corre por su cauce llevando aguas abajo, con su runrún melódico, su vital y
precioso contenido acatando los cánones que le fija la madre naturaleza. Pero, el río, que conoce sus propias bondades,
puede sin impaciencia desbordase para enriquecer con su limo las orillas, haciéndolas más fértiles, inundación
que nutre a los bosques de galería en sus márgenes y les otorga parte de su
preciado y vital líquido, el corazón de su propia esencia, a cuantos seres
vivos se encuentren en su vertiginoso camino hacia océano salobre sediento de
agua fresca y dulce. Del mismo modo, las palabras crecen en su dimensión
lingüística, inundan nuestras vidas con renovadas significaciones y llegan a las
márgenes del idioma que requieren y reclaman permanente renovación y
enriquecimiento para mantener su vigencia, fertilidad y magia. Palabras que,
como el torrentoso río, nos permiten interacciones
humanas repletas de frescura y sabor dulce.
En su mundo mágico las palabras
hablan entre sí para dotarse de nuevos significados. Las palabras no existen
solas, forman un mundo en donde se mantienen unidas, apoyándose unas a otras, asociándose
con aquellas que se les parecen, pero que son casi iguales, son sus semejantes,
sus sinónimas, primas que les ayudan a dar fuerza, claridad y precisión a lo
que se comunica. En ese mundo donde ellas viven e interactúan están también aquellas que connotan una idea contraria a la
que cada una representa, son sus antónimas, lo que no quiere decir que viven
contrapuestas, representan la regla universal de la armonía entre los opuestos que
siempre corresponde a una unidad dialéctica, a una sola identidad; las unas no
podrían existir sin las otras, su parte complementaria y, en ningún caso, su
contraparte. Y en ese mundo donde las palabras se mantienen vivas, rodeadas de
renovada vitalidad, están aquellas que
por asuntos fonéticos suenan iguales, sin
que lo sean, como si tuvieran un mismo apellido, son las amigas homófonas,
suenan iguales, pero no significan lo mismo.
Existen las buenas palabras y las
que se usan para «mal – decir». Se trata del don de las
palabras, no de las palabrotas. El poder de las palabras implica la negación de
la impropia «ley del menor esfuerzo», bien explicada y aplicada por un
distinguido y reconocido maestro de ciencias, con base en la cual en la búsqueda de economía en el
lenguaje y de ganar tiempo se crean cortocircuitos que llevan a usos impropios
y nada efectivos del lenguaje, a conflictos y malentendidos. No es un factor de
éxito rehuir el gratificante esfuerzo que significa aprender palabras, enriquecerse
con el vocabulario y usar de manera
apropiada y precisa otras acepciones de ellas que dicta la polisemia.
El mundo adquiere sentido sólo
cuando el universo de los objetos externos y los eventos de nuestro mundo
interior tienen una denominación común y precisa que es aceptada y compartida.
Pero, ese mundo adquiere mayor sentido humano cuando las palabras evocan
sentimientos, explican emociones y con ellas creamos conceptos como: belleza,
paz, verdad, lealtad, amistad, bondad, virtud y justicia. Y otras hermosas que
el lector podrá agregar.
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