Y, entonces, ¿Un bachiller Para Qué?


Y, entonces, ¿Un bachiller Para Qué?

Enrique E. Batista J., Ph. D.

El origen del término bachiller se asocia a las órdenes medioevales de caballería. En francés, chevalier (caballero); en latín, baccalaris (vasallo). En su acepción académica, me acojo a quienes señalan que se deriva en la rama de laurel con la que se coronaba a los graduados, más claramente visible en la escritura francesa baccalauréat.

Algunos estudios han mostrado que en Colombia uno de cada 10 diplomas es falso; dos tercios son del título de bachiller. Éste, legítimo o no, no aporta mucho para el desempeño en empleos u oficios. Hay un amplio recorrido que se va aproximando a los mil años y continuará, con las deficiencias y limitaciones que hemos arrastrado desde la Edad Media. Muchos bachilleres correrán, sin quererlo, el riego de ser vasallos pasivos del desempleo y de la vida improductiva.

El título de bachiller tiene su historia antigua, muy antigua. Las escuelas monacales en la Edad Media preparaban a los teólogos, formación no habilitaba para el trabajo. Por ello, la iglesia creó las escuelas episcopales que, sin olvidar la formación religiosa, ofrecía cualificación en algún oficio.

Desde esa época se estructuró por primera vez un currículum, voquible que viene del latín cursus, correr, carrera, cursillo, que abriría las puertas para cualificación en un oficio que le garantizara al estudiante un vivir decente. La formación se dividió en dos grandes componentes: el trívium, o tres vías o caminos (gramática, lógica y retórica), y el quadrivium, cuatro vías o caminos (aritmética, astronomía, geometría y música). Desde ahí surgieron los Estudios Generales, que a su vez dieron origen a las primeras universidades. El periodo de formación se denominó como baccalaureus. Se ingresaba en la temprana adolescencia; al final del periodo de formación se obtenía el título de bachiller. Tal como hoy, sólo un número reducido de bachilleres seguían al nivel superior de licenciatura o doctorado en áreas reconocidas por la Iglesia (medicina, derecho, teología y cánones).

Es muy conocido el Bachiller Sansón Carrasco, Caballero de los Espejos o Caballero de la Blanca Luna, importante personaje que puso el tate quieto a las locas andanzas de Don Quijote para frustración de Sancho. Mediante un pacto de caballeros en “improviso batalla”, lid de hidalgos caballeros, logró apartar a Don Quijote del mal camino, quien caído desde el suelo clamó “con voz debilitada y enferma” que le quitará la vida pues había perdido la honra. El magnánimo Bachiller Sansón le dijo: “Eso no haré, sólo me contento con que el gran Don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla.”

Con la colonización española nos llegó la formación del bachiller como paso previo para ingreso a la educación superior. En España era un título de reconocimiento que podía acompañar el apellido del graduado.  Por estas tierras, a comienzos de los años de la conquista anduvo Martín Fernández de Enciso que en los libros de historia se le llama el “El Bachiller Enciso”: Se dice que fue bachiller en leyes, pero también se asegura que estuvo cerca de la graduación, pero nunca obtuvo tal título. Posiblemente fue quien nos trajo a estas tierras la falsificación del diploma de bachiller.

Titularse de bachiller en Colombia era un asunto restringido para los hombres. La habilitación legal de las mujeres sólo se hizo a partir del decreto 227 de 1933 que en su artículo primero afirmó: “Las disposiciones del Decreto número 1487 de 1932, sobre reforma de la enseñanza primaria y secundaria, se hacen extensivas a la enseñanza femenina.” Hasta hace pocos años en Colombia el título de bachiller habilitaba para ser maestro, como se observa en los estatutos docentes de 1979 y 2002. Se creó la figura del bachiller pedagógico.

Seguimos en las mismas. Un servicio educativo que es excluyente, de hombres y mujeres, con un bachillerato que no forma para ningún oficio, sólo para una posibilidad de acceso a la educación superior, donde no hay cupos, pero sí criterios de admisión nada flexibles, con planes curriculares fuera de los requerimientos formativos para la buena ciudadanía en el siglo XXI, ni como soporte para una formación previa que habilite para cualificación posterior pertinente. Es un bachillerato impregnado de una rancia herencia medioeval. Los planes curriculares, por mandato de la ley general de la educación, tienen nueve áreas de formación, con dos adjetivos de superlativo peso obligatorias y fundamentales, más seis áreas de “enseñanza obligatoria”, más la cátedra de la paz. Carga horrible a la que se suman las áreas adicionales para los grados 10 y 11 (ciencias económicas, políticas y la filosofía) y variedad de especialidades en la educación media técnica. Cantidad de asignaturas que no caben en ningún ejercicio serio y sano de pedagogía activa, contexto creado donde educadores y alumnos son forzados a métodos arcaicos y pasivos, con jornada escolar recortada, ambientes escolares deteriorados, recursos educativos desuetos, y maestros maltratados, mal pagados y con servicios mediocres de atención en salud. No es el camino cierto para llegar a ser “los mejores educados”.

Los esfuerzos de adaptación a las nuevas realidades globales en ciencias, tecnología, política y cultura se han quedado en planes decenales y planes de gobierno que no logran las metas que se fijan. Se requieren cambios y reorientación, lejos de la herencia medioeval. Un modelo educativo que, centrado en la calidad y oportunidad de los procesos formativos, permita que estudiantes y maestros tengan oportunidades genuinas de enseñar, aprender, crecer y ser felices.

Antioquia avanza en la propuesta de un cambio educativo que se concibe orientado para la vida, la sociedad y el trabajo, con la meta de alcanzar mayor competitividad, contribuir a la prosperidad de sus habitantes y del país, a la transformación sustancial del campo, e igualdad de oportunidades con seguridad y justicia. Ojalá que, con el liderazgo de Antioquia, se logre que este propósito se consolide y generalice para todo el país.

Siguiendo avances significativos en el ámbito global, hoy se requiere formar a los educandos, desde preescolar hasta grado 11, para que cuando sean bachilleres conozcan los fundamentos e importancia de las ciencias; usen diversas tecnologías reconociendo su valía e implicaciones éticas y sociales; conozcan los principios de la invención creativa, de la innovación y de la creación de modelos y prototipos en diversos campos científicos; desarrollen  habilidades en el campo de las artes y valoren diversas expresiones culturales propias y de la humanidad; tengan razonamiento lógico matemático y usen los conocimiento de las matemáticas en la resolución de problemas; reconozcan la valía de los recursos naturales y de la biodiversidad. La formación social estará apoyada en avanzada capacidad de lectura y escritura, fundados conocimientos y valoración de la historia propia y universal, formados para la ciudadanía y profundización de la democracia en el Estado Social de Derecho. Además, poseerá dominio de una lengua extranjera, por lo menos en el nivel B1 del Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas. En el fondo es la formación de personas para una ciudadanía mundial. 

El proceso, a partir del grado noveno, debe estar acompañado por la formación en campos técnicos laborales o de aplicaciones científicas para que pueda el bachiller, como opción propia, ingresar al mundo laboral con formación que es requerida por la sociedad, o como un primer nivel en la formación superior que corresponda a la masa crítica de técnicos, tecnólogos, ingenieros y otros profesionales que requiere el país.

Clamarán algunos: Traigan al Bachiller Sansón Carrasco, cuerdo y poderoso, para que derrote la caricaturesca figura de nuestro servicio educativo, mandándolo al olvido por el tiempo que le hayamos ordenado. Por ahora, bastará que recordemos que ese bachiller si tuvo oficio, un buen oficio.

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