El Supremo Poder de la Escritura

 

El Supremo Poder de la Escritura

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/ 

¿Para qué escribir? Equivale a preguntar: qué construir con los más bellos y humanos sentimientos, qué hacer con el cerebro, el corazón y la razón, cómo preservar los conocimientos, qué forjar con la humana inteligencia, o qué construir con la imperiosa necesidad de comunicación con los demás.

La necesidad y el arte y de escribir son ahora desdeñados. Escribir es una necesidad que muchos no valoran mientras sucumben a un lenguaje oral empobrecido y a descuidados mensajes en distintos medios, incluidas las redes sociales. No importa la precisión, la elegancia y riqueza del lenguaje, ni el respeto a quien recibe la descuidada y con frecuencia ofensiva comunicación. En paralelo, la vulgaridad rampante se ha apoderado de la comunicación oral y escrita con abierta renuncia a la precisión y a la elegancia comunicativa. Tendencia que impera no sólo en las redes mencionadas, sino en los medios de comunicación y en variedad de canales y opciones digitales. Hablar y escribir bien es, para muchos, considerado un lujo innecesario o abiertamente un asunto de generaciones pasadas. Lóbrega actitud en la que también cae la lectura. Sin la lectura no hay enriquecimiento léxico, tampoco información para una mejor comprensión de los hechos y fenómenos que afectan a cada uno en la vida diaria. Es necesaria una oposición al esfuerzo de desterrar la lectura, el buen hablar y el poder que da la palabra escrita. 

Quienes cometen esos atropellos y los consienten, son legítimos herederos de aquellos que, a lo largo de la historia pasada y presente, quemaron y siguen quemando bibliotecas como un esfuerzo, siempre inútil, por destruir el poder clarificador y liberador de la palabra escrita.  Poder que, a lo largo de la historia humana, ha mostrado ser eje cardinal para la construcción y desarrollo de la cultura y el progreso de las sociedades. Sabemos que esa piromanía corresponde a esfuerzos inútiles, pero que, con el mismo poder supremo que nos da la palabra, nos alienta a no decaer en el propósito educativo y social de rescatar el valor de ella, como un bien común, determinante de relaciones más armónicas entre seres humanos, culturas y naciones. 

No es dable desperdiciar el poder que, desde hace 5000 años, cuando se inventó la escritura, permitió a los humanos librarse de cargas inmanejables de datos en el cerebro, información y conocimientos. Ese invento permitió convertir registros cotidianos en archivos dinámicos y productivos que ayudarían a crear historia, a mantener vivas a las culturas, a crear y recrear experiencias con otros seres humanos, a instaurar la conciencia de unidad social. Sin la escritura, la vida sería un conjunto de experiencias altamente insulsas, tediosas, improductivas y carentes de deleite anímico, psíquico y espiritual. 

La escritura creó la enseñanza. Facilitó nuevos y continuos modos de aprender. Fue forjada como parte de la gestación de los procesos que llevaron al desarrollo de nuevos afectos, a la formación del intelecto y también a la configuración de la humanidad como todo un cuerpo unitario de seres inteligentes y sociales. La escritura es la humanidad misma; no puede concebirse la una sin la otra. Serán inútiles todos los esfuerzos conscientes o inconscientes para ignorar y desechar semejante poder. 

Quienes inventaron la escritura descubrieron con rapidez su poder para mejorar las relaciones entre los humanos, comunicar actos administrativos de los gobiernos, llevar cuentas de la producción agrícola y pecuaria y también de las transacciones comerciales en los intercambios que se facilitaron a raíz de su invención. Pero, además, abrió puertas y avenidas para que cada uno de los lenguajes creciera en su riqueza expresiva y facilitara la creación literaria y el enriquecimiento de la comunicación humana mediante bellas y precisas expresiones como las que permiten las figuras literarias desde el simple símil, la elaborada hipérbole o una muy refinada metáfora. La literatura, el canto y la poesía fueron facilitadas en sus desarrollos, modos de construcción y de expresión; se abrieron espacios para ostensibles enriquecimientos de la identidad propia, tanto del cantor como del poeta, así como la de la sociedad en la que ellos surgieron para el gozo colectivo. La literatura, el canto y la poesía se volvieron universales, valores supremos, por el poder omnímodo de la palabra escrita. 

Por centurias, aprender a escribir fue el privilegio de unos pocos, de los que podían tener acceso a textos y que habían recibido instrucción para leerlos y para poder escribir. En determinados momentos de la historia humana, la condición de saber leer era una posesión, un rasgo distintivo, propio de los sabios o de los voceros de las palabras divinas. Era un fuero reservado para los seleccionados, los escogidos, ungidos por un poder o gracia especial. Algunos escritos debían ser leídos y aprendidos de manera literal, sin interpretación distinta a la oficial. 

Cualquier interpretación no ortodoxa, podía ser calificada como apostasía, o desacato, con consecuencias civiles, con censura por el pecado mortal cometido, con el anatema o la excomunión, con el ostracismo, la negación de la bendición divina, o la exclusión del respeto social. Todavía hoy, la lectura abierta, o con pensamientos críticos o independientes, especialmente asociados a asuntos de fe o de ideologías, es una actividad de riesgo. Ahí, se manifiesta el poder de la palabra escrita en reversa, con efectos negativos para quienes escriban conceptos discrepantes de la ortodoxia y también para el lector que comparta la reflexión independiente. 

El pensamiento y las reflexiones independientes, plasmadas en escritos con explicaciones alternativas sobre la realidad históricamente aceptada, han sido condenadas por ser contrarias al orden natural, social o político. Por ello, existe y persiste la censura y las acciones que congregan a determinado grupo social para encender la pira con los libros que contradicen la ortodoxia de algunos, como si las palabras escritas al ser quemadas perdieran su poder. El Ave Fénix nos recuerda que el poder supremo de la palabra renace siempre con perseverante y firme tenacidad de entre sus cenizas. Inundados y corroídos de fanatismo e intolerancia religiosa, algunos han quemado la Biblia y el Corán. Ocurre, más bien, que sus palabras son fortalecidas y adquieren poder adicional, por el efecto curativo, regenerador y nutricio que tiene el fuego, igual que cuando se cuecen alimentos crudos. 

Con paradoja reconocida, el intelecto humano no se apaga, se mantiene encendido; la palabra y su poder superviven, contrario a lo que piensan los bibliopirómanos. Las claras y fundadas ideas en el fuego no se diluyen, el humo y el aire, las toman y las entregan al dios de los vientos para que se difundan más ampliamente; ese es un hecho que da fe de su poder y persistencia. Los escritos llenos de necedades no necesitan fuego; ellos se consumen solos; los que contienen frases sabias, las llamas los purifican. 

La escritura forma parte de las habilidades que debe tener un ciudadano; de ella no puede carecer ninguna persona.  La habilidad para escribir y diseminar pensamientos e ideas se ha asociado a un derecho humano. No se refiere sólo al derecho de saber leer y escribir, sino de expresar libremente, con responsabilidad ética, las ideas; es el fundamento de la libertad de pensamiento y de expresión, la cual da a cada persona la oportunidad de contrastar, oponer, enfrentar y resistir. Pero, a la vez, de crear, colaborar, construir, erigir y cimentar relaciones humanas llenas de la sabiduría que preserva el poder supremo de la escritura.  El poder de un bien humano, el poder de ser y de compartir.

 

 

 

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Estrategias de Aprendizaje STEAMS para un Nuevo Modelo Educativo

El 11 de Noviembre se Conmemora la Verdadera Independencia de Colombia

La Resistencia a la Innovación en Educación