El Criterio Moral Esencial para la Humanización de Todos
El Criterio Moral
Esencial para la Humanización de Todos
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Una meta imprescindible de la educación es formar a las nuevas generaciones
en el criterio moral.
Gozamos del lenguaje como un don para la rectitud y el buen vivir.
Desarrollamos conciencia para distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo
injusto, lo conveniente de lo inconveniente. También, poseemos las habilidades
comunicativas para acercar con ternura o para alejar la sana convivencia.
Todavía, en sentido metafórico, existe el árbol del bien, ese que da sombra
y fruto para que recupere fuerzas el exhausto y debilitado peregrino. Simboliza
ese árbol el dominio de lo bueno, siempre presente en la vera del diario
trajinar. Toda la vida transcurriría sobre ríos de néctar y miel si no fuera
porque, cual epífitas, una variedad de plantas, tóxicas enredaderas, se
adhieren desde las raíces para asfixiar el recto árbol del bien, para acabar
con la rectitud y la bondad, para que, en lugar de ellas, reine la distorsión y
el mal.
El conocido dictum, referido a seres humanos, que dice: «Árbol que nace
torcido, su tronco nunca endereza», expresado de esa manera contraría la
naturaleza humana, ya que lleva a inferir que algunos seres humanos, nacen
torcidos, con la semilla del mal en sus genes. Tal impropia concepción deja por
fuera el papel enriquecedor de la familia y de la escuela para formar en el
aprendizaje de conductas referidas al bien, y al consciente propósito humano de
aprender a diferenciar lo bueno de lo malo y de lograr que las nuevas
generaciones desarrollen y consoliden fundamentados criterios morales.
En cuanto a las bases para alcanzar solidificadas relaciones sobre el bien,
alejadas del mal, se precisa poseer un convencimiento auténtico para mantener
una visión positiva y optimista de la condición y naturaleza humanas. El ser
humano está imbuido e inspirado para el bien como parte del fundamento esencial
de su naturaleza social. Así, cualquier distorsión que se dé en los procesos
evolutivos, y en los formativos, frente a reglas y valores esenciales para el
buen vivir, siempre se tendrá la posibilidad real de enderezar el camino, ya
que no se nace con el tronco torcido. Sobre este cimiento de una visión
positiva de la naturaleza humana sobresale el poder inmenso que tienen los
procesos formativos escolares.
Por ello, formar en el criterio moral es condición esencial para la
existencia de las escuelas, con su meta social de lograr que las nuevas
generaciones alcancen la rectitud, representada en la formación moral y ética.
Moral y ética no son asignaturas, son el fundamento y esencia misma de la
escuela, la que debe abundar en sólidas prácticas que permitan a cada persona
distinguir entre lo bueno y lo malo y de ser capaz, por esa vía, de deshacerse
de las epífitas del mal que puedan llevarla a que el tronco del carácter propio
se pueda torcer. Lograr que cada hijo y alumno tenga criterio moral significa
que se ha alcanzado una meta social de alto nivel y suprema necesidad, como lo
es la posesión de una personalidad sana y recta y que, en el camino de la vida,
seguirán adquiriendo las herramientas cognitivas, afectivas y sociales
requeridas para comportarse con criterios morales y comprensiones éticas. En
los términos de la metáfora expresada arriba, es precisa e insustituible la
meta de forma personas capaces de rehuir las tóxicas enredaderas que, con
inusitada frecuencia, aparecen en el camino del crecimiento humano, entorpecen
la expresión de los positivos signos y logros de las sociedades y de las
diferentes culturas.
Hace 100 años que Jean Piaget inició sus estudios para establecer el
surgimiento del criterio moral en los niños. Con el desarrollo de este
criterio, ellos pueden comprender y ser capaces de diferenciar lo que es bueno
y lo que no lo es. En el concepto de Piaget, esto se logra mediante las tres
etapas por las que pasa cada niño en su desarrollo evolutivo; etapas que se
asocian con las habilidades cognitivas más avanzadas o refinadas, a medida que
crece y gana en la experiencia. Hipotetizó Piaget que tal criterio se consolida
como moralidad autónoma hacia la edad de 10 años. Momento evolutivo en el que puede discernir,
con mayor precisión y conciencia, la bondad y la maldad. El
desarrollo moral se manifiesta cuando el niño es capaz de reconocer que existen
reglas que deben cumplirse y que las mismas son importantes para él y para el
bien de todos. (https://shorturl.at/LLyNw, https://shorturl.at/wVOIw).
Esta concepción piagetiana está cercana a la denominada «edad de la
razón» que a lo siete años fijó la iglesia católica para que los niños
puedan acceder a los sacramentos de la confesión y la comunión, bajo el
supuesto de que ya pueden tener conciencia de lo que es pecado y que, por
tanto, viven y experimentan sentimientos de culpa, pueden mostrar
arrepentimiento y poseer la capacidad, por contrición de corazón, para subsanar
las acciones pecaminosas en las que haya incurrido. Antes de lo siete años es
un infante (por etimología, es quien no es capaz de hablar y, en consecuencia,
de entender); es decir, carece del sentido de la penitencia, del perdón y de
asumir responsabilidad moral sobre sus actos. En otras religiones, como en el
judaísmo y en el islam, tal uso de razón se considera que se alcanza en la
pubertad.
La moralidad es un asunto exclusivamente humano; sólo los
humanos tienen conciencia; como tal, es un constructo creado por las sociedades
que se manifiesta en reglas, deberes y derechos, asociados a conceptos como
justicia, igualdad, solidaridad y el bien común. La conciencia de lo moral
permite reconocer la unicidad de la existencia individual y de la construcción
colectiva del sentido de humanidad y de unión planetaria. Así, la conciencia
moral se define como: «La realidad dinámica que capacita al
hombre para captar y vivir los valores morales. Su desarrollo y perfección
dependen del desarrollo y de la perfección de la personalidad de cada hombre».
(https://shorturl.at/Wx3lg).
Con algún sentido de circularidad, se precisa tener conciencia de que
tenemos conciencia moral, la que permite el reconocimiento de todo aquello que
es de valía para sí mismo, para la sociedad, para la armonía social, la
preservación de las culturas, el reforzamiento de los valores esenciales y la
construcción de nuevos, según las circunstancias emergentes, que se dan como
resultado de las acciones y evolución de los ethos en las distintas sociedades.
El ethos, asociado al concepto mismo de la ética, representa, en cada caso, una
predisposición para el acatamiento y la promoción de los valores universales
que permiten consolidar culturas basadas en el bien común.
Por reiteración, una meta esencial en la formación de todos los ciudadanos es la
de tener conciencia de los comportamientos que son buenos o malos, de
diferenciar entre lo justo y lo injusto, de sentir y valorar la moralidad de
sus actos, de emitir juicios morales y, así, desarrollar el imprescindible
criterio moral. Este criterio es la fundamentación de la estructuración del
carácter y de la personalidad de cada uno. Una educación que no forme en el
desarrollo de la conciencia y del criterio moral es una institución social
fallida.
El criterio moral se
construye con normas y valores aprendidos insertos en nuestras culturas y son
esenciales para una vida socialmente productiva y armónica. Los juicios morales
marcan el sendero para la toma de decisiones apropiadas, se derivan de tal criterio
y expresan la percepción de lo correcto o incorrecto, de la bondad o maldad de
determinadas acciones. Sobre los criterios morales y la formación en los
juicios morales recaen las relaciones interpersonales saludables y la
construcción de sociedades más justas y éticas.
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