Hacia Escuelas sin Calificaciones
Hacia Escuelas
sin Calificaciones
Enrique
E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Uno de los lectores de mis artículos, un destacado jurisconsulto,
constitucionalista, profesor universitario y joven parlamentario, a raíz de lo
que escribí sobre las calificaciones escolares, me indaga sobre si existen
experiencias de procesos educativos sin calificaciones.
Evaluar es para asegurar el progreso de cada uno de los alumnos. Las leyes
del aprendizaje escolar bien señalan que todos los estudiantes poseen la
capacidad de aprender y de progresar acorde con sus propias habilidades. La
evaluación es para el progreso en las múltiples dimensiones del ser de cada
estudiante.
Es preciso recordar, para que se tome en serio, que el derecho a una
educación de calidad es universal, es para todos. Sabemos que las
calificaciones interfieren con ese derecho. El muy necesario proceso de
evaluación del progreso de los alumnos no puede confundirse con examinar para
calificar y, de paso, excluir. La experiencia cotidiana muestra a todos,
incluidos los estudiantes, sus padres y la sociedad en general, que por el
hecho de que se hayan asignado calificaciones no significa que se ha evaluado, y
promovido, debidamente, el progreso de los estudiantes.
Existe la tiranía de las calificaciones y la confusión de estas con la
necesaria evaluación en los procesos formativos. Las calificaciones que se han
convertido en creadoras de angustia y de estrés en los estudiantes y también en
los asustados padres de familia que se aproximan a recibir el informe de
calificaciones con esa misma angustia y temor.
La meta de la evaluación es la de mejorar los aprendizajes, no la de
calificar o degradar a los estudiantes sobre supuestos logros medidos por
exámenes elaborados de cualquier manera. Con frecuencia, las calificaciones
promueven formas de comportamientos no deseables en los estudiantes, entre
ellos la indebida competencia, las conocidas trampas escolares y hasta acciones
delictuosas con tal de engañar o de derrotar al abominable juego de «a que te
cojo ratón» de las calificaciones. Una debida evaluación de los procesos
educativos también es importante para mejorar la enseñanza, de modo que permita
a los maestros reorientar sus estrategias formativas para asegurar el
cumplimiento de las metas centrales de la educación: el progreso permanente de
los alumnos.
Desde los orígenes de la educación, y por muchos siglos hasta los años
1700, la educación procedió sin calificaciones. Por lo tanto, el empleo de
ellas es más bien un reciente invento, creado en búsqueda de eficiencia
comunicativa a partir de la primera revolución industrial. De hecho, su
generalización puede bien centrarse en el primer tercio siglo XX, lo cual
reafirma que es un desarrollo reciente, incluidas aquellas que se refieren a pruebas
a estandarizadas de carácter global bastante bien conocidas y criticadas.
Con la innovación en los métodos de enseñar y de aprender, pierden
importancia los procesos rutinarios de examinar para asignar calificaciones a
los estudiantes. Las calificaciones encierran una ideología particular que es
congruente sólo con la abundancia de métodos de enseñanza y de aprendizaje
pasivos, esos que fuerzan a los estudiantes a fijar como meta no lo que deben
aprender sino las calificaciones que deben obtener y, a la vez, lleva a que en
la sociedad en general no se indague por lo que efectivamente se ha aprendido,
sino por las calificaciones que se han obtenido, sin importar mucho cómo se
lograron, ni tampoco los medios, mecanismos o procesos objetivos mediante los
cuales los maestros asignan las calificaciones.
Reiteró que las calificaciones fueron introducidas en las escuelas en los
años 1700 por el profesor William Farish de la Universidad de Cambridge, después de que tuvo una iluminación súbita al observar la manera como se
calificaban (se le asignaban grados) a los zapatos en una fábrica. Por eso,
bien se afirma que las calificaciones escolares surgieron de una zapatería, no
de las escuelas mismas. (https://tinyurl.com/mutdw955). Desde ahí, pareciera que la educación, con sus
calificaciones, parece centrarse más en la talla de los pies de los alumnos más
que en su cerebro y corazón.
A
finales de los años 1700, en los comienzos de la primera revolución industrial,
el rector de la Universidad de Yale en Estados Unidos, Ezra Stiles, les asignó a
sus estudiantes de último año grados (grades = calificaciones, en
inglés) así: optimi, second optimi, inferiores, y perjores. Desde
entonces, siguiendo al profesor Farish y al rector Stiles, se han diseñado los
distintos modos de comunicar esas calificaciones, con el insuperable problema
de la consistencia y de la significación de estas entre un maestro y otro,
entre una escuela y otra, y entre países. Al leer un informe de calificaciones,
o un expediente académico, es claro que contienen una determinada calificación
o un conjunto de ellas, pero no los criterios objetivos en los que ha basado la
expresión final de las mismas. A contrario sensu, se sigue manteniendo
la incorrecta creencia de que ellas reflejan muy bien cuáles son los
estudiantes exitosos que pueden ser promovidos a niveles o grados superiores. (https://tinyurl.com/4v5hc7cy).
En el
siglo XIX las escuelas crecieron en tamaño y mucho de la personalización del
aprendizaje desapareció, con apoyo en la idea de eficiencia, tanto en la presentación de contenidos como en la
comunicación sobre qué habrían aprendido los estudian; una consecuencia grande
fue la estandarización del llamado currículo, y de su ya fenecido modelo, que
llevó por la vía de la eficiencia anotada a dictar información, a la pasividad
en el aprendizaje. Una consecuencia asaz visible fue que tal estandarización
opacó la individualización de los aprendizajes; lo que se introdujo fue una
dispersión y variación en los modos de atender la educación, ya que ni las
metodologías, ni los mecanismos de calificación tienen equivalentes. Se cerró
la puerta para la innovación y la experimentación constante en educación. Hoy
los estudiantes asisten a la escuela por una razón distinta de la que ella
misma encarna. Las calificaciones no forman parte de la esencia de la escuela.
La escuela existió y puede existir sin ellas. Se pretende fomentar el
aprendizaje por una razón equivocada. (https://tinyurl.com/bde4fpbk,
https://tinyurl.com/bdzkwh94).
En distintas partes del mundo, se han dado experiencias y decisiones
gubernamentales sobre la pérdida de énfasis en los procesos de asignar
calificaciones a los alumnos. Son
conocidos los antecedentes en los modelos Montessori, Waldorf y Summerhill.
En Singapur, se han
eliminado los exámenes en los dos primeros grados, se han excluido los rankings
de estudiantes, y los expedientes escolares no muestran indicación de
aprobación o no del año escolar. En Finlandia también hay un enfoque
cualitativo más allá de calificaciones numéricas, con privilegio en la
formación integral de los estudiantes. (https://tinyurl.com/yxrz43uk, https://tinyurl.com/5n7mnypv).
En la provincia canadiense
de la British Columbia se eliminaron las
calificaciones entre preescolar y el grado noveno; hoy, en su reemplazo, los
estudiantes reciben un informe que destaca sus avances, con comentarios
escritos de sus profesores. El informe llamado «valoración descriptiva»
resalta si el progreso es incipiente, de positivo desarrollo, de logros
resaltables o de expansión. (https://blog.planbook.com/no-grade/).
El tan conocido Elon Musk creó una superescuela, sin calificaciones, para sus hijos y
algunos de sus empleados dispuestos a pagar 7000 dólares a la semana de costos;
tiene flexibilidad en la estructura formativa de los estudiantes, centradas en
habilidades STEM, aprendizaje personalizado, basado en proyectos y en los
desafíos que surgen frente a dilemas éticos,
morales y científicos. La idea es formar a los líderes del futuro con claro
pensamiento crítico y con especial deseo de aprender y de enfrentar los
problemas y soluciones del mundo tecnológico. La escuela, que se rediseña cada
año y tiene sedes en Texas y California, se llama Astra Nova (del latín = Nuevas
Estrellas). Tiene Musk la intención de reorientar la educación en Estados
Unidos. (https://shorturl.at/1LLHL, https://shorturl.at/7hymR).
Las imperfectas y alienadoras
calificaciones llenan de angustia y alejan de los alumnos de la alegría y
motivación intrínseca para aprender con libertad y controlar su propio
aprendizaje. Con reiteración, las calificaciones no son esenciales para que existan
y tengan éxitos las escuelas. Las calificaciones son el resultado de emplastos
que le pegaron a la escuela desde la primera revolución industrial, con el
resultado adverso de llegar a oscurecer el futuro de millones de estudiantes
cada año.
Se han reabierto espacios para
fijar humanos senderos para una escuela más amigable con los alumnos y para
liberar a los maestros de las ataduras que les impone el modelo educativo de
calificar para clasificar y excluir.
Es preciso evaluar para fomentar
y asegurar el aprendizaje de cada alumno. Y, no se puede seguir confundiendo la
evaluación, y el fomento del progreso permanente de cada estudiante, con
calificación.
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