Calificaciones Escolares: Creadas en una Zapatería en los años 1700

 

Calificaciones Escolares: Creadas en una Zapatería en los años 1700

 

Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/

 

A lo largo de la historia, la educación de las nuevas generaciones ocurrió con algún nivel de espontaneidad o con acciones muy cercanas a lo que hoy se denomina educación no formal. La familia jugaba un papel central en el proceso formativo; también lo hacía la Iglesia y las diversas comunidades religiosas, los ancianos o las personas sapientes en las diferentes comunidades que reunían a los jóvenes para recibir lecciones de vida, de fe y de moral. Aprender un oficio dependía de la experiencia que se tenía dentro de la familia o mediante asignación a un tutor que enseñaba al ávido aprendiz. De ese modo, un zapatero formaba en el oficio a los jóvenes que la familia entregaba para que aprendieran esa labor.

Así fue por muchas centurias. La historia cambió de manera radical a medida que el mundo laboral, con los avances en los conocimientos científicos y el surgimiento de tecnologías disruptivas, fue cambiando de manera radical los requisitos para desempeñar determinados oficios o para ser erudito en alguna de las profesiones.  

Las primeras escuelas formales funcionaron bajo el modelo de «un maestro, un aula», sin que hubiese diferenciación por grados escolares; los estudiantes eran de diversas edades y permanecían en la escuela hasta que hubiesen adquirido conocimientos básicos y estuviesen en capacidad de vincularse al mundo de los nuevos trabajos. No existía diferencia entre las escuelas del campo y las de las ciudades. Todas eran muy parecidas: «Funcionaban en un edificio pequeño y barato, con poco equipamiento, maestros sin mucho nivel de formación, con bajos salarios y poca supervisión»; bastante similar a las condiciones de hoy (https://shorturl.at/73Ry7). Los maestros eran mujeres, trabajaban nueve horas al día; ya en el siglo XX, ellas supervisaban la alimentación y realizaban todas las tareas administrativas y, en algunos lugares, manejaban el bus escolar. El tamaño promedio de las clases era pequeño, no existían problemas de drogas y muy pocas contravenciones disciplinarias. (https://shorturl.at/MlGpJ). 

El modelo de «un maestro, un aula», conocido después como «escuelas unitarias», tiene vigencia todavía en muchos países, en especial para atender poblaciones rurales. Existen en Colombia, Brasil, India, Bangladés, Estados Unidos, Australia, Canadá, y varios países europeos. (https://shorturl.at/quH9j). 

En los años 1700, a los zapatos fabricados se les asignaba un grado de satisfacción, según los estándares adoptados; a los trabajadores se les pagaba por el trabajo hecho a satisfacción, o no recibían pago si el grado de calidad no era satisfactorio. Aconteció que William Farish un profesor de química y filosofía natural en la Cambridge University, observó que los zapatos con mejores acabados y que, a modo de control de la calidad, habían recibido un mejor grado de calificación, se vendían más rápido y a mejor precio que los de más bajo grado.  Le pareció a este profesor que esa era una muy buena idea para aplicarla a sus alumnos, como efectivamente procedió y empezó a aplicarla. (https://shorturl.at/n54Nj). 

Esta idea del profesor Farish le pareció excelente a muchos; con rapidez se convirtió en reconocida práctica en las instituciones educativas para valorar el progreso escolar en todos los niveles educativos en Inglaterra. Y de ahí, se expandió al resto de Europa y, a través de sus colonias, al resto del mundo.  Una herencia globalizada de una fábrica de zapatos. 

Evaluar y calificar se asumieron erróneamente, desde hace más de 300 años, como conceptos iguales y paralelos, a manera de imagen especular (o virtual) del proceso de dar puntadas a pedazos de cuero para crear un zapato de buen grado que tuviese mercado. Fabricar zapatos y asignarles a ellos un grado llevaba a la exclusión, al castigo de algunos al no recibir remuneración y, con frecuencia, la pérdida del empleo o la abierta exclusión. El proceso de añejas zapaterías inglesas que está presente en todo el mundo, conservado en el modelo de calificaciones escolares, permite, como en las fábricas de zapatos de hace más de 300 años, castigar con compulsiva repetición a los alumnos y excluir y discriminar a aquellos que, por la gradación que reciben, no son vendibles, no pueden ingresar al mundo laboral e incluso son forzados a abandonar los estudios porque no clasifican como buenos productos. Con la gradación, muchos «pierden el año» y el derecho inalienable a una educación de calidad. 

Las calificaciones escolares, como la de los zapateros ingleses del siglo XVIII, han sido así una forma de gradación comercial del talento de los humanos.  No sólo se asignaron grados de supuesta calidad al progreso escolar, sino que la idea que le pareció genial a un tutor de la Cambridge University, de equipar el desempeño de los alumnos con el proceso de fabricación de zapatos, hace ya más de tres centurias, abrió paso para que los estudiantes fuesen asignados a grados escolares; o sea, al surgimiento de la escuela por grados. 

Es preciso recordar que el profesor Farish usó el voquible «grade», que en inglés, en su polisemia, significa «calificación». En castellano, «graduar», tiene también el significado de recibir un grado, por ejemplo, de bachiller, ingeniero o doctor, con el insostenible sustrato de que es completitud y finalización formativa de por vida. 

Todavía está pendiente que se den condiciones para que alumnos y maestros puedan facilitar el progreso continuo de todos los alumnos y reconocer los hechos de que todos tienen las habilidades para aprender y crear, que todos tiene el potencial para mejorar sus potenciales cognitivos y afectivos, y que la gradación (calificaciones) de los alumnos, a lo largo de su progreso escolar constante, no es connatural a las escuelas, es un asunto de zapatería de tiempos idos; pero, en educación hasta las inicuas ideas, con alto sesgo de inmoralidad, perduran al ser asumidas y mantenidas de manera acrítica. 

Pobres los zapateros, pobres los estudiantes con tanta gradación, han sido, desde hace muchísimas décadas, arrojados en su dignidad y nobleza, que la mente prefería no recontar, por insondables precipicios. Podría ser recordada la condición que vivían los zapateros del señor William Farish,  el profesor de la Cambridge University, cuya iniciativa de seguro merecería algunas puntadas con leznas de zapateros remendones, porque los alumnos han recibido mazazos con el martillo redondo que ha aplanado cueros así como infinidad de prodigiosas mentes. Bien se ha destacado que «las calificaciones tienen, en más de un sentido, valor monetario, en donde los valores son robados a unos y entregados a otros sin merecerlos». (https://shorturl.at/H1ill). El economista Thorsten Velben, ha afirmado,  que: «El sistema de calificaciones y créditos académicos... somete cada vez más la enseñanza actual a sus pruebas mecánicas y esteriliza progresivamente toda iniciativa y ambición personal que se encuentre dentro de su alcance». (https://shorturl.at/XoG3k).

No hay zapatos para una escuela que cojea. Ellas están dañadas en sus entrañas con los grados y las calificaciones, que son una indeseable carga pesada que altera el trasegar hacia progresos más ciertos de los alumnos, y que niegan tanto su riqueza interior como la nobleza e inteligencia de cada uno de ellos. Carga de longevidad histórica, que condiciona el trabajo y la creatividad de tantos buenos maestros como los que todos hemos tenido. Alumnos, maestros y escuelas, en ruptura crítica,  deben dejar de ser gradados, como si fuesen ángulos en trigonometría, desde los sótanos de sociedades y de gobiernos.

 



 

 

 

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