Reconstitución de los Fines Misionales de la Universidad: Un Adiós a las Universidades sin Buenos Maestros
Reconstitución de los Fines Misionales de la Universidad: Un Adiós a las Universidades sin Buenos Maestros
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
La universidad, así en singular, es una institución de alta significación social y cultural. No debe confundirse con las universidades, en plural, referidas al conjunto de ellas que, de modo disperso, no encarnan con consistencia fines sociales de una construcción cultural que bien pudiera llamarse «La Universidad», como institución social imprescindible. El Estado no requiere de la Universidad, con frecuencia le es contraria; la sociedad sí precisa de ella, transformada y actualizada constantemente en sus fines sociales, abierta para superar, como construcción social, las enraizadas burocracias con las distintas manifestaciones de lucha por el poder dentro de las mismas que destruyen los valores sociales sobre los cuales se fundamenta esta institución social. ¿Cabe hoy una sociedad sin universidad? La universidad es y encarna un propósito social, mas no es un anclaje o salvaguarda, meretriz o celestina de ningún Estado y menos de gobiernos específicos.
Hace cerca de 100 años, en 1930,
José Ortega y Gasset, en una obra titulada «Misión de la Universidad»,
señaló que ella debía cumplir con tres responsabilidades sociales: La formación
de profesionales, el desarrollo de las ciencias y la difusión de cultura. Esta
enumeración fue resumida en tres: la enseñanza, la investigación y la
extensión. Esta última no estuvo inserta de manera explícita en la obra de este
autor. (El lector puede encontrar el texto aquí: https://shorturl.at/1lvN1).
El crucial componente de la cultura fue ignorado y reemplazado por el de la extensión o proyección social. Los procesos de formación en la cultura desaparecieron o se convirtieron en un simple barniz en modelos de universidad estrictamente profesionalizantes, ignaros de que la educación y la cultura en la superficie y en el fondo constituyen procesos sociales firmemente entrelazados y que en la práctica puede el uno hermanar con el otro. Sin una formación en la cultura propia y en la universal, la valía de las ciencias y de las tecnologías para la formación humana, carece la universidad de sus fundamentos esenciales, constituyendo uno de los vacíos principales que han llevado a la crisis que vive el ya añejo modelo de universidad vigente en el mundo. En los ambientes universitarios existe cierto desdén por los creadores de manifestaciones culturales distintas a las de las ciencias y tecnologías. La idea de formación en la cultura parece ofender a muchos; en la práctica se ha reducido a un conjunto de actividades diversas que no consolidan la formación humana que tanto se predica y que se ha requerido.
Parece retumbar en la mente de muchos la lapidaria frase: «Cuando oigo la palabra ‘cultura’ desenfundo la pistola», indistintamente atribuida a Hanns Johst, un dramaturgo alemán, con motivo de un cumpleaños de Adolf Hitler, y también a Heinrich Himmler, Hermann Göring y Paul Joseph Goebbels (criminales de guerra nazis). Gabriel Zaid, en unas reflexiones sobre la hostilidad a la cultura, ha resaltado que: «La cultura ha sido vista como prescindible, desdeñable y hasta peligrosa frente a la vida en serio». (https://shorturl.at/LdRDC).
Como si el constructo social llamado «universidad» correspondiese en su connotación a un solo modelo homogéneo, válido en todo el mundo, y en las diferentes naciones con sus variadas culturas, se generalizó como funciones misionales de la universidad la enseñanza (que podría ser mejor formación y aprendizaje integral y global), la investigación y la extensión o proyección social. Algunos agregaron una cuarta función que llamaron internacionalización, la cual fue ha sido, en general, muy mal concebida, pensada centralmente como la oportunidad, en especial para estudiantes, de realizar pasantías en universidades extranjeras, condición costosa a la que muy pocos pueden acceder. La denominada internacionalización puede entenderse más como una propuesta formativa con una proyección global que incluye, además de los propios valores que configuran la identidad institucional, la formación en el conocimiento, valía y respeto a las diferencias culturales, y promoción de la solidaridad entre pueblos, culturas y naciones.
La internacionalización, como globalización de los ciudadanos, se refiere también a la debida formación actualizada y al logro de conocimiento de los problemas, con sus soluciones posibles, que globalmente enfrenta la humanidad. Se trata de un proceso formativo, de aprendizajes con estrategias renovadas para la formación de los estudiantes en un contexto complejo en el que los certificados académicos han perdido valor; ellos son seres en formación que, además del rumbo perdido o incierto de las universidades, comparten entre sí otros ethos diferentes.
La idea de universidades profesionalizantes, definidas en su propia
identidad institucional, ha sido injustamente degrada y ultrajada. Se ha reconocido que el sobre énfasis en el
componente de la investigación científica ha atrofiado la esencia y naturaleza
misma de la universidad. Mediante ella,
los profesores universitarios han sido compelidos a ser investigadores
científicos, a veces difusores de informes escritos que no lee nadie: se les ha
encumbrado por encima de los buenos maestros,
buenos enseñantes, buenos formadores. El mismo Ortega y Gasset había
afirmado que «muchos investigadores (universitarios) sienten la enseñanza
como un robo de horas hecho a su labor de laboratorio o de archivo». (https://shorturl.at/Sc8DV). También ha señalado el
profesor Efraín Alzate el contexto tóxico en el que se encuentran excelentes
maestros, bien evaluados y apreciados por sus estudiantes, pero carentes de
seguridad en sus trabajos si no pertenece a las cofradías de grupos
estratégicos que se han apoderado de los de los ambientes universitarios. (https://shorturl.at/PILPi).
Algunos profesores investigadores no alcanzan a clasificar como maestros; con frecuencia rehúyen la enseñanza en la formación de los profesionales, porque conciben que eso es un trabajo que se puede relegar a profesores con menos cualificaciones. Así, el investigador rehúye ser maestro, se aleja de la buena enseñanza. El «publish or perish» («publique o muérase») que imperó en universidades europeas y norteamericanas en el siglo pasado se ha generalizado; no importa tanto que lo escrito y publicado en revistas indizadas, tenga muy pocos lectores, ninguno o carencia de impacto en las profesiones o en la sociedad. Se ha configurado alguna forma de minusvalía de los campos sociales y culturales frente a los campos de las ciencias exactas y naturales.
El buen maestro y el cultor de la cultura y de los campos de la
apreciación de lo humano, pasan a un segundo plano y el buen maestro a una
condición secundaria, sujeto a muy pocos reconocimientos y, alta con
frecuencia, a una carga laboral más alta, porque los investigadores tienen muy
poquito de ella. Proponía Ortega y Gasset la formación de profesionales, y en
la ciencia, pero no en una ciencia sin conciencia de la cultura. Por ello, es dable decir que compete a la
universidad formar seres humanos, cultos, hombres y mujeres, por igual para que
con conciencia construyan y vivan en un mundo recorrido de solidaridad y de la
sana y convivencia (https://shorturl.at/v9pjz).
Más allá de la
buena enseñanza para formar en las profesiones, hombres de ciencia con
conciencia social y en el enriquecimiento y creación de cultura, la misión
de la universidad siglo XXI, para que ella sobreviva a los embates diarios de
cambios en todos los frentes, necesita posicionar entre sus elementos
misionales la sostenibilidad ambiental, la democracia participativa, la
formación en los derechos humanos, la creatividad e innovación, la formación de
profesionales como seres cultos imbuidos de responsabilidad social, con amplia
fundamentación ética y autonomía cognitiva y moral. No basta tener como
criterio la empleabilidad de los graduados o el número de publicaciones en
revistas indizadas de sus investigadores, alejados estos de su condición de maestros.
Entonces, ¿para qué se formula a
la enseñanza como un fin misional, si los buenos enseñantes, los buenos maestros
son ignorados y excluidos?
José María Bastero de
Eleizalde, profesor emérito y exrector de la Universidad de Navarra, en su
artículo «El reto de la universidad en el siglo XXI». Resalta que: «La
misión de una universidad va más allá de preparar expertos para un mundo
laboral globalizado y exigente. Es responsable de la formación integral de sus
alumnos en un contexto más amplio, dentro de un clima de búsqueda de la verdad
en el que la libertad, la amistad y el diálogo son el centro de la tarea
universitaria». (https://shorturl.at/HYKKA).
La deshumanización en las
universidades, además de acrecentar la crisis que padecen acentúa la formación
de profesionales igualmente deshumanizados y deshumanizadores.
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