Juegos Olímpicos - Primera Dimensión: El Tiempo
Juegos
Olímpicos - Primera Dimensión: El Tiempo
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Citius,
Altius, Fortius – Communiter- Lema de los
Juegos Olímpicos.
Cerca de 800 años antes de Cristo y por doce siglos, hasta que fueron
suspendidos por ser considerados una práctica pagana, se celebraron los Juegos
Olímpicos de la antigüedad en la ciudad griega de Olimpia (de ahí el nombre de
Olímpicos). Se realizaban cada cuatro años, por cinco días. Los triunfadores
recibían una rama de palma, por ello hoy se habla del palmarés de un
deportista. En ninguna competencia se medía el tiempo.
El lema de los Juegos Olímpicos de la Modernidad, reiniciados en 1896,
dice: «Más rápido, más alto, más fuerte -- Juntos». El componente «Communiter» fue
agregado en 2021 por el Comité Olímpico Internacional para comunicar la unión y
la solidaridad global mediante el deporte.
El lema, de modo explícito, tiene las tres dimensiones espaciales básicas:
alto, largo y ancho; o arriba-abajo, adelante-atrás,
izquierda-derecha, y de manera
implícita, entrelazada con ellas, la cuarta dimensión, la del tiempo. De ese
modo, tres de las cuatro
dimensiones son espaciales y la otra es temporal.
Mucho de lo que lograrán los atletas en los Juegos Olímpicos estará
asociado a esta última dimensión compleja del mundo físico, de la cual no se
tiene una concepción científica suficientemente bien definida. Filósofos y
científicos, incluido Albert Einstein, han tratado de explicarla. En efecto,
Einstein concibió que el tiempo no
es absoluto, sino que depende del movimiento nuestro como observadores;
concibió que el espacio y el tiempo forman una entidad
singular que se ha denominado el «espacio-tiempo». Las competencias atléticas se llevarán a
cabo en un determinado espacio y en un momento de tiempo preestablecido. Para
todos, presentes allá o en las transmisiones por los medios digitales, no
bastará saber dónde se realizará una competencia, sino que es
absolutamente necesario saber también cuándo o en qué momento. En
términos bastante sencillos, eso es el espacio – tiempo.
Para la
incomprensión de los velocistas en tantas disciplinas atléticas, donde el tic
tac nada solidario del dios Crono es el más castigador y hasta cruel juez, el
científico de la teoría de la relatividad formuló la explicación de que el
tiempo transcurre más lento cuando se va a mayor velocidad. ¿Qué podrán decir y
sentir los velocistas de los 100 metros planos en atletismo, o del kilómetro
contrarreloj individual en ciclismo, con la aparente contradicción de que el
tiempo irá más lento, aunque no los cronómetros? De seguro, el boxeador al
borde del nocaut sí sentirá la agonizante lentitud del tiempo, ante la andanada
de golpes de alta velocidad y la tortura cómplice de la campana que no suena a
tiempo para que ella lo salve.
Hoy es su medición, se concibe que la
unidad básica de tiempo equivale a 0,000000000000000001 segundos (una trillonésima parte de un segundo) o
10-18, medido con relojes atómicos precisos. También es igual a
9.192.631.770 períodos de resonancia de un isótopo de cesio, el Cs-133
(cualquiera que sea lo que eso en la práctica signifique para un atleta); y aún
más, una manera de concebir al elusivo segundo es aquella que lo hace igual a una de las 86.400 partes en las que se divide
un día de 24 horas. Compleja exactitud que importará poco a los atletas que
emplearon tanto tiempo (horas, días, meses y hasta años, que nunca los
convertirán en segundos) para buscar alcanzar una de las siempre esquivas
medallas olímpicas.
Como todos sabemos, hay un tiempo
psicológico, en donde pasa, según distintos estados de ánimo, de manera lenta o
de modo acelerado, momentos en los que se intenta de manera inútil acelerar o
atajar el tiempo, detener o aligerar los gozosos o angustiantes segundos. La
dimensión del tiempo se vive como un esfuerzo mental. Como la concepción del
tiempo es tan variable, no existirá una medición exacta del mismo; estará
recorrida siempre con algún grado de imprecisión; por ello, entre otras consideraciones, el tiempo es relativo. (https://tinyurl.com/bdchkp7z).
El tiempo fue descubierto mirando hacia
arriba, hacia el sol y las estrellas, cuyas posiciones se tomaron como
referencia para determinados acontecimientos que ocurrirían en la Tierra.
Algunos han resaltado que el tiempo, relacionado con la física del universo, es
el mayor descubrimiento astronómico. Los astronautas que viajen a velocidades
cercanas a la luz vivirán un envejecimiento más lento que quienes permanezcan
en la Tierra. O sea, que entre más rápido se mueva una persona, el tiempo
transcurre más lentamente. Los atletas en ciertas competencias dirán, por fuera
de la explicación científica, que no entenderán que entre más rápido corran,
menor será el avance del cronómetro.
Mientras agoreros embaucadores y
sedativos arúspices adivinan hasta el tiempo pasado, los físicos teóricos y
astrónomos buscan descifrar la naturaleza del tiempo considerando variables
como la velocidad de la luz (299.792,458 kilómetros por segundo; mejor
redondear: 300.000 kilómetros por segundo) y de la omnipresente fuerza de la
gravedad, los atletas de los de los 100 metros planos se preparan para correr
esa distancia a una velocidad máxima de 35 kilómetros por hora. «Más rápido»,
nos urge de modo inclemente parte del lema olímpico.
En los Juegos Olímpicos, se establecerán
marcas, se descalificarán a los corredores que arranquen a destiempo, o salida
en falso, en las competencias de pista en atletismo cuando su tiempo de
reacción sea inferior a 0.100 de segundos. En ciclismo,
algunos correrán
«contra el reloj», mientras que en muchos de los deportes no competirán
contra los demás atletas, sino «contra el tiempo», como si fuese posible
correr contra tan inexorable dimensión.
Como a lo largo de la vida de todos,
para los atletas el tiempo será el aliado para unos, y aciago y ominoso enemigo
para otros. Existirá buen tiempo y mal tiempo. Estarán los que tendrán los 10
segundos más largos al oír el conteo de 10 al ser noqueados. El tiempo será el
principal juez; existirá el gol del último segundo que aleja una medalla;
llegarán aquellos a los que faltó el tiempo, como si el tiempo alguna vez
sobrara, para estar mejor preparados y alcanzar un exitoso desempeño, y a la
vez, los que harán un «swing» tardío a un lanzamiento a 105 millas por
hora en beisbol, o el que es muy lento para llegar «safe» a una base y
alejar la posibilidad de un triunfo.
Con frecuencia a los humanos se les endilga ser esclavos del tiempo. Hay
relojes en abundancia dispuestos alrededor de los espacios vitales en donde nos
desenvolvemos. Tal vez una excepción deliberada es en los casinos, en dónde no
hay relojes visibles con la expresa intención de que los apostadores ignoren el
transcurso del tiempo y seguramente puedan seguir apostando y perdiendo a la
vez su dinero y también su tiempo, como si el tiempo se pudiese perder; no se
pierde, siempre está ahí.
Hoy es común escuchar a las personas que: quieren «hacer rendir
el tiempo», «no hay tiempo que perder» o «ahorrar tiempo». Resulta,
como todos sabemos, que son pretensiones inútiles en la medida en que el
tiempo, en sí mismo, no da rendimientos
como lo dan los ahorros y determinadas transacciones comerciales; no se puede
ahorrar el tiempo porque éste, de manera inexorable, sigue su marcha constante
e inexorable. El tiempo no se pierde,
ni «hay que darle tiempo al tiempo»
para curar males (o simplemente procrastinar), ya que es irónico e
incomprensible que al mismo tiempo le agreguemos más de sí mismo.
Hay un tiempo para todo, incluso para olvidarse del tiempo. La creación de
la dimensión del tiempo por los humanos es la negación de la eternidad; en la
eternidad no existe tal dimensión; mientras la humanidad persista en manejar la
dimensión del tiempo, estará negada la eternidad.
El tiempo, acompañado hoy por las tecnologías para medirlo, es una
dimensión que rige nuestras vidas, el cual ha llegado hasta incluir la ilusión
de convertirlo en oro, porque ya lo dijo, hace cerca de tres siglos, el tío más
sabio de Rico McPato, Benjamin Franklin: «el tiempo es oro», como lo será la medalla de quienes ganen una
competencia olímpica. Desde entonces, el tiempo se convirtió en un valor
económico con serias implicaciones en la vida diaria, en las concepciones de la
sociedad y de la naturaleza humana, creando cambios fundamentales en los
procesos culturales, en la naturaleza del trabajo y en lo que, con una
disonante impropiedad, se ha llamado «tiempo libre».
Viven en confusión los que están «secuestrados por el tiempo», los
que el tiempo se les pasa como agua o «como un suspiro», los que se les
«agotó el tiempo», los que en suprema angustia claman ayuda para sobrevivir a los «estragos
del tiempo» y los que lamentan que «todo tiempo pasado fue mejor».
Nos quedan las inquisidoras preguntas de naturaleza cosmológica: ¿Para qué
ir más veloz? ¿Qué hay más allá del tiempo? ¿Si se agota el espacio, que
hacemos con el tiempo? ¿Cómo superar o congelar la dimensión del tiempo para
que al fin se alcance la añorada, y seguramente ilusa y quimérica eternidad?
Por ahora, sin «perder el tiempo», gocemos de los Juegos Olímpicos
en «communiter», en común, en comunidad, tal como lo reclama el lema: en
unión y solidaridad universal.
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