Disrupciones Educativas Contra el Ostracismo y la Exclusión Social
Disrupciones
Educativas Contra el Ostracismo y la Exclusión Social
Enrique E.
Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
Educar para sociedades
democráticas y formar seres libres, responsables y solidarios, es hoy una tarea
no solo inconclusa, sino pendiente para la construcción de los nuevos caminos
formativos, de las nuevas metas educativas y reconceptualizados paradigmas pedagógicos
para construir, con sociedades humanizadas, la posibilidad real de un futuro en
el que se cubran a plenitud las necesidades básicas de todos, en especial la de
los niños y jóvenes, para que estos se formen como ciudadanos leales y
respetuosos de derechos y deberes en un Estado Social de Derecho, como
trabajadores productivos, cómo constructores del futuro de ellos, el futuro que
les tocara vivir. Ahí está lo que debe ser, como mandato moral, el compromiso
ineludible de gobernantes, legisladores, las familias y, sin exclusión alguna,
de cada uno de los ciudadanos con sus diversas organizaciones. Es decir, de
todos, incluidos los mismos niños y jóvenes.
Para tan magno propósito, inmensa
es la responsabilidad de los maestros. Ellos tienen un importante rol social en
el que son desafiados en su cotidianidad profesional por servicios educativos
arcaicos; esos que, con rampante irracionalidad burocrática, restringen su
capacidad de innovar. Maestros que trabajan en ambientes de enseñanza con
inadecuada habitabilidad para el aprendizaje y con carencia de los recursos
avanzados y apropiados para promover niveles superiores de logros personales y
sociales y la variedad de habilidades adecuadas y necesarias para estos tiempos
recorridos por grandes avances científicos, tecnológicos, cambios en costumbres
sociales, reconfiguración o creación de valores, y la alteración de nuestra
identidad antropológica y de la correspondiente cosmovisión. Todo ello en el
mundo actual, ya construido sobre variadas ideologías políticas y conflictos
armados ante demandas universales por la paz y la igualdad.
Las restricciones para el cambio
en los procesos formativos escolares conllevan a la muy reconocida y acentuada
urgencia de romper las ataduras injustificadas a la diversidad de enfoques
anacrónicos, equivocados e impropios. Enfoques sustentados por la difusa y auto
perpetuada burocracia que no reconoce sino sus propias convicciones validadas
en alejados y obscurecidos cubículos, alienados de la presionante realidad
cotidiana y de los apremiantes cambios que una variedad amplia de necesidades y
de indicadores sociales claman urgente intervención. Con su actuar impiden la
innovación, la transformación y el cambio que es una constante permanente en la
naturaleza y en la sociedad. Sin cambios positivos, no existe vitalidad en la
una y tampoco en la otra.
No existe base moral o ética para
que, como humanos, podamos aceptar la resistencia a los cambios en los procesos
formativos escolares, y tampoco la de mejorar de modo permanente la promoción
de nuevos y valiosos aprendizajes. Hacerlo es negar las oportunidades que
ofrecen la diversas formas y rutas para el aprendizaje constante, enriquecedor
y transformador positivo de vidas. Superar esa resistencia al cambio, tan
generalizada y apoyada en insustentables creencias ideológicas o pedagógicas,
es una tarea universal, de todos. Frente a la resistencia para los muy
necesitados cambios, tanto en la concepción como en la aplicación de procesos
formativos
innovadores, cabe crear el
espacio desde donde se proclamen y se construyan las disrupciones formativas
para evitar que niños y jóvenes (buena parte de ellos ya excluidos social y
educativamente), entren y permanezcan en un estado de ostracismo y de
alienación social permanente.
Muchas de las rutas o vertientes
pedagógicas, con la independencia e iniciativa innovadora de los maestros y con
la inteligencia presente en todos y cada uno de los estudiantes, ofrecen la
oportunidad del progreso personal y de toda la sociedad, en especial de aquellos
que, por una variedad de razones bien conocidas, carecen de la oportunidad de
acceder a procesos formativos de alta significación y que, por lo tanto,
continúan en el ostracismo y la exclusión social y educativa, con abierta
negación de su derecho a ser formado como personas y como ciudadanos en
procesos educativos de alta calidad, con reconocimiento de la valía personal y
cultural de cada uno y del derecho de aprender que cada ser humano tiene para
desarrollar, con autonomía y control propio sus aprendizajes, y ser capaz de
darle validez a estos en diferentes contextos sociales o culturales.
La ola de los avances y cambios
nos arrasará si se persiste en mantener una educación 1.0 o 2.0
correspondientes sociedades ya idas, en la cuales la exclusión de muchos, por
la escuela misma, es permitida bajo enfoques, perdidos en el tiempo, pero
mantenidos vigentes, violando leyes del aprendizaje y principios claros de
conocimientos científicos aportados por las ciencias del aprendizaje. Así, se
sigue avalando un modelo formativo escolar que acepta y garantiza, convalida y
reafirma la exclusión y la discriminación de los grupos y culturas ya excluidos
y marginados.
Superar una sociedad que, con su
modelo educativo, valida la exclusión, exige una disrupción frente a semejante
exabrupto, el cual contradice la esencia y naturaleza misma de los procesos
educativos. Una disrupción frente a la concepción imperante de lo que se ha
entendido por calidad de la educación, la cual es considerada como aquella que,
por la vía de muy cuestionados procesos y técnicas de evaluación, permite
calificar y asignar, como si fuera, un termómetro, grados de logros, con base
en los cuales, tomados sin fundamentos como válidos y objetivos, se emplean
para identificar a los más aptos (o sea, para responder exámenes) y
estigmatizar y separar a los demás, que resultan ser la mayoría.
Concepción tramposa en la que ha
caído buena parte de la sociedad y también de una porción considerable de los
maestros. Impropia y absurda concepción de la calidad de los procesos
educativos que, con base en la examinación como castigo, se yergue, a pesar de
muy abundante evidencia contraria, como la guillotina descabezadora que sirve
al propósito nefasto y nada motivante y formativo de dañar a muchos, contrario
al principio pedagógico que sustenta la obligatoriedad de promover el progreso
individual y colectivo.
Así, la clamada disrupción implica procesos formativos para la promoción constante de cada alumno, procesos que alejen el trabajo escolar de gradación de los alumnos para luego estigmatizar y excluir. Para tal propósito, es obvio que se requieren pedagogos con mentalidad y formación disruptivas, que conozcan y manejen paradigmas innovadores y alternos sobre lo que es y debe ser una educación concebida como de calidad (¿podrá existir una educación que no lo sea?), lejos de cualquier forma punitiva de pérdida de asignaturas o de años y con énfasis en la permanencia delos estudiantes en los procesos formativos permanentes y, obviamente, con la consolidación de la superación de todas las formas de exclusión y discriminación basadas en supuestos "rendimientos". Al respecto, es necesario recordar que la evaluación no es un proceso técnico sino ético, y que también es una actividad social regida por valores, por lo que no existen procesos evaluativos independientes de las culturas (https://rb.gy/6jjogg).
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