Herodes de la Pandemia, Obsecuentes Aliados y Cómplices del Mortal Coronavirus: ¡A Vacunarse! ¡Salvemos a los Niños!
Herodes
de la Pandemia, Obsecuentes Aliados y Cómplices del Mortal Coronavirus:
¡A Vacunarse! ¡Salvemos a los Niños!
Enrique E. Batista J., Ph. D.
https://paideianueva.blogspot.com/
«Vacunarse
es un gesto sencillo, pero profundo de promover el bien común» - Papa
Francisco.
Más y más niños en todo el mundo están siendo
hospitalizados por el COVID – 19 con síntomas graves de la enfermedad. El bien
reconocido Dr. Anthony Fauci ha dicho que «los niños están en peligro».
(https://rb.gy/hrzvmm, https://rb.gy/rxnkzl). A la vez el Papa Francisco recalca que vacunarse es «amor a uno mismo, a los familiares y amigos, es
amor a todos los pueblos; por más pequeño que sea el amor siempre es grande».
(El lector puede ver el corto video de Su Santidad aquí: https://rb.gy/qbihae).
La «generación postpandemial» la configurarán los niños de hoy. No
sobrará insistir en que las principales víctimas, con efectos a corto y muy
largos plazos, de la presente pandemia del coronavirus son ellos. Será muy
necesario y preciso acentuar que muchos adultos con sus actitudes y
comportamientos, desprovistos de amor, les están quitando un futuro
esperanzador y hasta la vida.
Cada vida humana tiene valor supremo sobre cualquier otra consideración,
en especial si es la de los niños. Muchos adultos, en su terquedad frente a las
necesarias medidas de bioseguridad y de la necesidad imperiosa de vacunarse, no
alcanzan a reconocer que de cada tres personas que mueren por la pandemia queda
un niño desamparado. Esto significa que de 4.3 millones de personas fallecidas
a la fecha por la presente pandemia, cerca de 130 millones de menores han perdido
a un padre o persona de quien dependía su diario sustento.
La orfandad y la pobreza en todo el
mundo se agiganta, mientras que en los niños, aquí y allá, se acelera y
profundiza el atraso escolar y su
desarrollo cognitivo, social y afectivo. Ellos ahora, como agravante muy serio
adicional, representan más del 20% de los nuevos casos de infección; la cifra
seguirá creciendo y también sus sufrimientos a menos que todos, sin excepción, apliquemos
las muy conocidas estrategias para acabar
con el demoledor efecto del coronavirus. Los menores también se infectan y
mueren por el coronavirus, pero, a la vez, transmiten el virus infeccioso. (https://rb.gy/blcwew). La incrementada crisis sanitaria
es un efecto directo de los no vacunados.
Así mismo, se cuentan por millones los niños que han entrado en los niveles
más profundos de desnutrición, con los abundantes efectos adversos a muy largo
plazo que ello les causará en todas las facetas de su vida física, mental y
social, en sus posibilidades de progreso escolar y, más adelante, en los ingresos
laborales. Como todos en el mundo,
sufren de ataques diarios de ansiedad difusa, depresión y otros trastornos
psicológicos, frente a los cuales carecen de las fortalezas yoicas, experiencias sociales y recursos mentales para entenderlos
y paliar sus nocivos efectos. Muchos han tenido que abandonar el lugar de su
residencia debido a que sus padres, o
miembros de la familia, perdieron sus
ingresos laborales, lo que constituye un desplazamiento y desarraigo físico y
emocional.
La caída en la atención prenatal
y la interrupción de muchos servicios de
salud han llevado a un aumento devastador de las muertes infantiles y también al
del número de mortinatos, estimados estos en 200.000 adicionales cada 12 meses. A estas
dolorosas y crueles cifras se suman los nocivos perjuicios producidos por los muchos
más altos niveles de desnutrición, según datos de la UNICEF. (https://rb.gy/poczh4).
A todas esas adversas consecuencias,
que muchos ignoran o no quieren ver, se suma el incremento de las tasas de
suicidio en toda la población y en especial entre los más jóvenes, el riesgo
incrementado de violencia intrafamiliar, divorcio, alcoholismo, explotación y
abuso sexual de menores. En un mundo que clama por la inclusión de sexo, estos
efectos perversos de la pandemia se dan mayormente entre las niñas, con las onerosas
consecuencias por el resto de sus vidas. No hay suficiente personal de
psicólogos, consejeros escolares o psiquiatras que puedan atenderlos y
apoyarlos ante estas horribles consecuencias de la pandemia.
En términos de progreso escolar, los
niños han padecido un severo retraso en los procesos formativos académicos y en
la adecuada y oportuna socialización. Se
estima que más de mil millones de niños en el mundo han sido severamente
afectados en su progreso escolar, creando serias dificultades para que el desueto
modelo educativo vigente pueda atender la gravedad del atraso.
A esta tragedia se suma la
deserción escolar permanente. Abandono que no ocurre de súbito sino de manera
progresiva y constante, por lo que la cifra exacta que se pueda estimar ahora será
imprecisa; el abandono escolar necesita no sólo ser proyectado en el futuro
cercano, con frías, angustiantes y acusadoras cifras estadísticas, sino ser evitada. Muchos niños tendrán que
trabajar para suplir las necesidades
hogareñas de manutención, abandonarán los estudios, lo cual, como será
evidente, ocurrirá entre los más pobres, precisamente en aquellos que requieren
con mayor urgencia personal, social, laboral y económica de una educación de
calidad. Sus vidas han cambiado y seguirán cambiando de manera acelerada
e intensa, para lo cual no tienen muchas herramientas que les permitan entender
las afectaciones negativas, defenderse de ellas y superarlas. Así, ellos son hoy, y lo serán en el largo plazo, los más afectados
en múltiples facetas de su vida por la pandemia.
Aquellos adultos, que no toman las
medidas preventivas frente a los devastadores
efectos de la pandemia son lo que mantienen a los niños encadenados e
indefensos para que sufran sus mortales efectos. Los niños se infectan y se
hospitalizan ahora con más frecuencia y sufren secuelas físicas y mentales, a
largo plazo. La imperiosa necesidad de una escuela abierta y renovada en su modelo se sigue postponiendo.
Entre más tiempo fuera de la
escuela se mantengan a los niños, menor será su motivación, se incrementará el
retraso escolar, aumentarán las dificultades de aprendizaje y el abandono
escolar.
La pandemia del coronavirus puso en jaque al modelo trasnochado de educación vigente, a
la naturaleza de muchos de los procesos sociales y laborales, también al futuro
de la sociedad y con todo ello al de niños y jóvenes. Se cerraron las aulas,
maestros y alumnos se exiliaron y confinaron en sus casas. Ante estos hechos
inéditos no ha habido claridad, ni esperanza cierta sobre a dónde nos
lleva esta montaña rusa que parece no tener final con brotes de renovación
sucesivos. No se sabe cuál será ese mundo mejor que tanto se había proclamado
antes del maléfico evento sanitario mundial. Algunos han clamado el
regreso a la normalidad, a la misma escuela de la prepandemia, con profundo
criterio de negación como si nada hubiese pasado. De hecho, muchos niegan la
pandemia e invitan con pensamiento obtuso, lineal y sin escrúpulos regresar para
«ponerse al día» con contenidos no dictados y nada aprendidos, sin ninguna
consideración a las angustias y necesidades
de alumnos y maestros que padecen severos efectos físicos, mentales, sociales
y económicos. Par algunos basta reabrir las puertas de las escuelas.
Desde los gobiernos se ha carecido de arrojo innovador y de la capacidad
o voluntad para tomar, con la coyuntura propicia que ha creado el funesto hecho
sanitario mundial, la oportunidad para crear con innovación social una novedosa
y necesaria nueva escuela, superando la actual muy impropia, recorrida de serias falencias e inadecuaciones; sustituirla para que deje
de ser lo que no debió ser y para poder construir
entre todos la que es menester.
Desde una perspectiva psicológica, los adultos renuentes y abiertamente
contrarios a ser parte activa y solidaria en el combate contra el coronavirus
manejan su propia ansiedad y confusión mediante la negación patológica de la
realidad en la que están inmersos, negación que tiene los efectos conocidos de
mayores niveles de infección, mutaciones del virus, mayor número de muertes,
nuevos brotes y las escuelas cerradas con niños sufriendo el intenso atraso en
sus procesos formativos.
Esas personas se infectan, infectan a otros, prolongan la duración y
efectos perturbadores de la pandemia, y obscurecen mucho más la buena nueva del
derecho a la esperanza para los niños y, con ellos, para toda la sociedad
presente y futura. A esos adultos renuentes y a los dispersores de
información falsa sobre el virus y las vacunas,
no les importa saber que con su actitud seguirá creciendo la
desesperanza y con ella la tasa de suicidio entre los menores; son de
oídos sordos frente al palpable hecho de que la expectativa de vida de
ellos mismos, como la de todo el mundo, también se ha reducido en varios años.
En el caso de los maestros, así
como el personal administrativo y de servicio en las escuelas, aparte del
cumplimiento pleno en las instituciones de educación de los protocolos de
bioseguridad, se requiere que tengan vacunación completa. Los padres de familia
tienen derecho a cuidar la salud y vida de sus hijos y a que en las escuelas
existan y se apliquen dichos protocolos. No podrá ingresar a las escuelas persona alguna que no tenga vacunación
completa.
El derecho a la vida es el
superior de todos los derechos. Cada vida humana tiene valor sobre cualquier
otra consideración. Prima el derecho vital de los niños. Como están siendo
condenados a la enfermedad, al trabajo o al rebusque prematuro, a la pobreza, a
la orfandad, a la enfermedad y hasta la muerte, la vacunación de cada persona debe
ser obligatoria. El derecho de los renuentes llega hasta donde amenace
la salud, integridad y la vida del resto
de la población.
Esos son, con infortunio por
millones, los nuevos Herodes que condenan a los niños al sufrimiento, a la
desesperanza y hasta a la muerte. Vacunarse, como señaló el Papa Francisco, es
un acto pequeño pero grande, un gesto sencillo por el bien común.
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