La Apropiación Pública y Social del Conocimiento
LA APROPIACIÓN PÚBLICA Y SOCIAL DEL
CONOCIMIENTO
Enrique E. Batista J., Ph. D.
“La ciencia solo
puede explicar lo que es, pero no lo que
debe ser. Por fuera de sus dominios, juicios de valor de todas las clases
persisten como necesarios”. - Albert
Einstein
La divulgación pública y social de
la ciencia es un derecho que tiene la ciudadanía para acceder al conocimiento y
a los beneficios de la investigación ya sea teórica o aplicada. Esa divulgación
es un deber y un compromiso ético que adquiere el
investigador y el escritor. De ahí que, en cada grupo de investigación, en cada
centro de investigación o de universidad deba configurarse una estrategia
visible, viable y sólida para que el conocimiento científico, tecnológico,
literario, musical, humanístico y ético tenga vigencia y presencia en la
comunidad en general.
Divulgar tiene su origen en el latín “divulgare”
que significa propagar, extender lo que se sabe de manera clara, oportuna y
precisa al “vulgo”; es decir, a la gente del común, a la sociedad en
general. Si bien una de sus acepciones es “publicar” no libera al
investigador, a las universidades y centros académicos y de investigación de llegar
al público con los beneficios del saber que se genera, de sus posibilidades de
beneficios y de las limitaciones o falencias que tiene o puede tener.
El conocimiento fidedigno en cualesquiera
de sus formas de clasificación (científico, tecnológico, humanístico,
filosófico, ético, artístico literario, cultural o ancestral) es patrimonio de
la humanidad y por ello pertenece a la gente, a todos. No puede existir
conocimiento privado. En la inmensa mayoría de los casos el mismo es generado
con dineros y recursos públicos y con otros medios de la gente. Cuando se
generan patentes, y otros derechos de autor, los productos del conocimiento creados
los acabamos pagando todos, absolutamente todas las personas con la compra o el
pago por derechos de uso. Así, en la práctica no hay ni puede haber un conocimiento
que pueda denominarse “privado”; si lo fuese, entonces, es un secreto
sin valor e importancia social.
Aunque bien se sabe que las leyes
protegen los derechos morales y patrimoniales de autor, ello no es óbice para que
las personas tengan acceso al conocimiento y a los productos derivados del
mismo con los cuales se puedan mejorar las condiciones de vida de millones de
personas como, por ejemplo, las que viven en pobreza, enfermos, desnutridos,
excluidos o sin acceso a educación de calidad.
La apropiación pública del
conocimiento permite nutrir la perspectiva de la vida de todos los humanos,
abordar soluciones colaborativas a problemas sociales, políticos, naturales o
ambientales y sentar las bases para la innovación social como práctica
cotidiana que involucre a las comunidades en la comprensión clara de sus
realidades y de los problemas que a diario enfrentan para que puedan satisfacer sus necesidades
esenciales hallando, por una vía bien fundamentada en conocimientos fidedignos,
soluciones oportunas a esos problemas y
garantizar el derecho al disfrute de una vida personal y social plena.
El conocimiento es humano. Siempre
lo es. Se produce por y para la gente y, si se quiere decir, es para el “vulgo”.
No puede estar guardado o engavetado en repositorios de revistas esperando a que
pase un par de años cuando haya perdido su vigencia y posibilidad alguna de impacto
teórico, práctico o social. Sí. Hay mucha publicación inútil. Hay, como se ha dicho,
una privatización del conocimiento público, explotado comercialmente por
algunas empresas editoriales las cuales han trazado un camino comercial que ha
obstaculizado la diseminación y apropiación pública del conocimiento y alejado
a los investigadores y escritores, en los más variados campos, de la meta más
importante de su producción como son los diversos sectores sociales que pueden apropiarse
y hacer uso productivo de la misma.
Diseminar por etimología
significa regar las semillas en todas las direcciones para que germinen y
fructifiquen. Hay investigadores y escritores que no diseminan nada; publican y
no riegan por la sociedad las semillas para que allí se reproduzcan y se
multipliquen sus frutos. Depositan sus escritos en pequeñas y estériles materos
(usualmente con el eufemismo de “revista indizada”) donde esperan que
converjan los iluminados que puedan después citarlos siguiendo la regla pedante
que les dice que lo que más cuenta es aquello que es más citado por sus cofrades
en esas comunidades de sanedrines alejadas del reconocimiento de la validez social
de lo publicado.
No tienen sentido los pergaminos
enriquecidos de un investigador con sus múltiples, y seguramente interesante
producción académica o intelectual, si ésta no tiene espacio y cabida en el
mejor estar colectivo. Tampoco tiene mucho sentido que investigadores y escritores
acumulen una rica hoja de vida para que más temprano que tarde, aun con una primera
leve mirada retrospectiva, encuentren que lo que escribieron y publicaron no ha
tenido vigencia ni valía en la sociedad, que no ha ayudado a comprender o
cambiar al mundo o a satisfacer necesidades y carencias humanas muy
generalizadas y bien conocidas por todos.
En la historia de las ciencias se ha
reconocido al libro de Charles Darwin “El origen de las Especies” (1859)
como el texto de divulgación científica más importante jamás impreso siendo “uno
de los más influyentes pensadores de todos los tiempos y que tuvo más de un
efecto en la vida del ser humano que cualquiera otra obra no religiosa en la
historia de la humanidad”. (https://rb.gy/abrbpa).
Ejemplos abundan de otros grandes
y destacados científicos, como lo físicos teóricos Stephen Hawkins, Carl Sagan
y Michio Kaku quienes se valieron de los medios televisivos e impresos para facilitar
el entendimiento por todos de la importancia y de la belleza de saber para
comprender el mundo en el que vivimos. Bien mostraron que diseminar el
conocimiento en la población en general anula la falsa creencia de que la
ciencia es para unos pocos que, a manera de frailes cenobitas, viven aislados
de la sociedad en medio de una soledad que los abruma con su pacto de divorcio con
la realidad circundante. Con sus solidarios y altruistas esfuerzos comunicativos resaltaron esos cuatro
divulgadores científicos que el conocimiento fidedigno, generado por una
diversidad de métodos validados, es para toda la comunidad, para todos los seres humanos que de una u otra manera, a
veces como sujetos de la investigación, participan en la creación de ciencia,
tecnología, arte y cultura, por lo que no se puede, por esa misma razón,
considerarse como una propiedad privada. El conocimiento se valida en la
realidad cotidiana por la gente.
En los medios académicos no se aprecia
debidamente la valía del divulgador de
conocimientos, por ello recibe poco reconocimiento. No es suficiente generar
discursos esotéricos ni escribir sólo para los especialistas. Hay que promover
y reconocer los esfuerzo de algunos para llegar al común de la gente. Hay que formar
científicos, pero también creadores y divulgadores de cultura, arte, música,
poesía, literatura, tecnologías y ética.
Corresponde a los maestros, desde
preescolar hasta la universidad, ser dedicados y constantes divulgadores de las
ciencias, incluidas las humanas y también de la valía social de los avances tecnológicos.
Más allá de las escuelas y universidades estarán acompañados por el periodismo
científico hoy valido de diversos y muy penetrantes medios de divulgación.
Hay mucha publicación inútil. No
todo lo que se está publicando genera conocimiento. Esa es una de las razones
por las cual sea dicho que hay “mucha investigación académica”, libros y
artículos de calidad marginal. Con frecuencia la motivación última de muchos es
mejorar en el escalafón.
Se ha enfatizado la publicación por
encima y con descuido de la buena enseñanza. Las universidades ya no estimulan
al buen maestro, al que disemina conocimientos y quien forma a los alumnos en
la actitud y métodos de las ciencias y disciplinas con visión y sensibilidad social.
La presión por publicar ha desenraizado la buena enseñanza universitaria,
ha obscurecido la valía de los buenos
maestros y a las necesarias acciones de extensión social apoyadas en el
conocimiento que se genera. Se ha vuelto un mundo al revés. (https://rb.gy/cbnzwr).
La diseminación social del
conocimiento a la población en general es un valioso recurso para desarrollar
las habilidades de pensamiento crítico, la creación, la innovación, la
experimentación, validación de hipótesis y la comprensión cierta de los hechos
y factores que afectan o explican las realidades en que vivimos. Es una manera
de entusiasmar a los más jóvenes para que adquieran los cimientos y la actitud
para la creación y apropiación social de los saberes.
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