Un Año Nuevo Para Enverdecer con la Educación el Cuerpo y Espíritu de los Niños y Jóvenes

 Un Año Nuevo Para Enverdecer con la Educación el Cuerpo y Espíritu de los Niños y Jóvenes

No hay acción con más sentido político que la de renovar, transformar y adecuar a los tiempos y necesidades la institución social llamada «escuela».

El propósito humano más fundamental es la formación y debida socialización de niños y jóvenes. Si deseamos que ellos tengan prosperidad en este año, y por siempre en el futuro, es necesario concordar la educación con las necesidades formativas que ellos tienen y con las exigencias que la sociedad informatizada les exige. Esa es una labor fundamental de los adultos y de los gobiernos.  

Entre los ciudadanos de todos los países del mundo existe una generalizada queja, que es necesario convertirla en una meta inaplazable, sobre la necesidad de transformar las prácticas y las metas formativas educativas, de tal manera que las nuevas generaciones dispongan de una mejor oportunidad para vivir en ambientes sociales y naturales sanos. Se precisa iniciar el año nuevo con un encargo ciudadano global, de todos y cada uno de nosotros, para que niños y jóvenes tengan una educación que, con el conjunto de procesos formativos apropiados e innovadores, faciliten su desarrollo personal y social. 

A diestra y siniestra se iza la bandera, y se proclama, la necesidad de transformar los procesos formativos escolares para que, desde ya, se ofrezca una educación de mejor calidad; pero las concepciones de lo que es esa «calidad» son difusas, equivocas y usualmente referidas a premisas y criterios, con sabor a agrio añejamiento, alusivos a la manera como las anteriores generaciones fueron, o fuimos, educadas. No son concepciones centradas en las nuevas necesidades, los nuevos valores y derechos, ni tampoco en las condiciones, sustancialmente diferentes, que se afrontan hoy, con acelerada diversificación.

Se ha clamado, con reiteración, y amplia fundamentación, que  la educación hoy no puede ser una para asimilar contenidos de manera pasiva e insensible, una educación que no permitan la vigencia de la inteligencia y de la formación en el carácter, en los criterios morales, cívicos, políticos, sociales y éticos, una educación que  no consienta en que los alumnos  fracasen en alcanzar  las metas de alta deseabilidad social que los habilite para llegar a ser  personas íntegras, con responsabilidades claras frente a sí mismos, frente al futuro de las sociedades y sus culturas, amantes y propulsores de relaciones pacíficas en la escuela misma, en la familia, en los  lugares de trabajo y de recreación,  así como entre culturas y países.

Mucho de los cambios que se exigen a los gobiernos, y a la sociedad en general, han sido reiteradamente reclamados, y también recalcados, por filósofos y pedagogos a lo largo de los siglos. Desde que se fundó la primera escuela, los fines de la educación y de los procesos formativos de niños y jóvenes, han sido una inquietud de todas las generaciones. La primera escuela se fundó precisamente por la preocupación de la sociedad y por el desasosiego que podría causar la indebida formación de las nuevas generaciones. Así, Aristóteles señaló, hace 2300 años, que la educación es el alma de la sociedad; mientras que Platón precisó que el objetivo de una buena educación debía ser la enseñanza para amar la belleza. Por su parte, a principios de del siglo XX, John Dewey resaltó que la educación no es una preparación para la vida, sino que es la vida en sí misma, mientras que Jean Piaget afirmó que el principal logro de la educación en las escuelas debía la creación de hombres y mujeres capaces de forjar cosas nuevas, no simplemente repetir lo que las generaciones anteriores lograron. Una variedad de otros pensadores ha afirmado que la educación permite retroceder la pobreza, la exclusión, la ignorancia, el obscurantismo político, el absolutismo, la opresión autocrática, la barbarie y la guerra, (https://shorturl.at/abt35, https://rb.gy/5wjm9r, https://shorturl.at/bevVW). 

Sobre las muy necesarias habilidades socioemocionales, sin formación en las cuales no puede hablarse de una educación con calidad, Emma Goldman, en el siglo pasado, resaltó que: “Todavía nadie se ha dado cuenta de lo que valen la simpatía, la amabilidad y la generosidad ocultas en el alma de un niño. El esfuerzo de toda verdadera educación debe ser sacar a relucir ese tesoro”; mientras que, también en el siglo pasado, Jacques Delors afirmó que «La educación es un factor indispensable para que la humanidad pueda conseguir los ideales de paz, libertad y justicia social». Mucho antes, Confucio, hace más de 2.000 años, proclamó: «Cuando un niño o niña se educa, se siembra en su interior la posibilidad de crecer con valor, confianza, esperanza y libertad». Según señaló Plutarco, filósofo moralista griego, hace más de 1900 años: «La raíz y florecimiento de la honestidad y la virtud se encuentran en la buena educación. (https://shorturl.at/abt35, https://shorturl.at/qyPV8  https://shorturl.at/bevVW). 

Reclamos actuales, en mitad de despotismos y de democracias imperfectas, como son los de derechos a la igualdad y la inclusión, han estado presentes en la historia de la humanidad desde hace muchos siglos. El filósofo y matemático griego Pitágoras, el mismo del famoso teorema sobre los triángulos rectángulos, afirmó, hace más de 2500 años, que la educación en la igualdad y el respecto equivale a formar contra la violencia. Por su parte, Platón insistió en una educación igualitaria, desde edades tempranas, para alcanzar sociedades recorridas por la justicia. El filósofo y pedagogo checo Comenio, en los años 1600, promulgó como ideal que: «La educación estuviera al alcance de todos, sin importar género, clase social, edad, religión o nacionalidad (algo que aún no hemos podido lograr). Rousseau, también filósofo y pedagogo, recalcó, en los años 1700, la importancia de formar a las nuevas generaciones en los fundamentos de la libertad.

Tampoco han estado ausentes desde tiempos atrás las consideraciones sobre el maestro. El historiador Henry Brooks Adams resaltó que: «Un maestro trabaja para la eternidad: nadie puede predecir dónde acabará su influencia», mientras que Albert Einstein destacó que: «El arte supremo del maestro es despertar el placer de la expresión creativa y el conocimiento». No se puede educar en serie, fijó como principio Erich Fromm, psicoanalista autor del libro El Arte de Amar. John Dewey recalcó que: «El rol de ser maestro conlleva a que el alumno sea considerado y tratado como un sujeto activo en su propio aprendizaje, y que es tarea del maestro generar entornos estimulantes para desarrollar y orientar esta capacidad de actuar». Como reflexión sobre el pensamiento de John Dewey se ha afirmado que: «La educación va más allá de los años escolares y de los exámenes de ingreso a la universidad, pues la educación de un ser humano sólo termina cuando no hay nada más por aprender, y eso sólo pasa al final de la vida». (https://shorturl.at/adls6, https://shorturl.at/hATZ2).

Con esos antecedentes históricos, hoy finalizando el primer cuarto del siglo XXI, la calidad de la educación requiere ser repensada con énfasis en la promoción de logros afectivos, actitudinales y cognitivos, en la armonía entre los humanos, culturas y países. Se tratará de escuelas fundadas en la democracia, con espíritu enverdecido y enverdecedor e instituida formación sobre la vida en el planeta y sus ecosistemas. Escuelas renovadas y vigorizadas en sus múltiples ambientes interactivos de aprendizaje, en los cuales los alumnos encuentren y reconozcan sus propios potenciales de aprendizaje, su capacidad creativa y la importancia de lo que deben aprender, con acrecentamiento en la apropiación de la valía de la misma escuela como institución social esencial.

Se precisa la transformación de los procesos formativos escolares, teniendo como designio una educación que no aliene a los estudiantes, ni los arrastre, cual tormenta en alta mar u hojas secas en medio de una ventolera, al abandono temprano de la escuela y al deseo de no continuar aprendiendo, en lugar de avanzar en el proceso constante de aprendizaje de las muy importantes y necesarias habilidades para llegar a ser un ciudadano solidario, democrático y productivo para sí, en la sociedad y en el campo laboral. 

Como se ha señalado con insistencia, se necesita en este año y en los siguientes, para un futuro próspero de todos, una calidad de la educación basada en la innovación de la institución escolar misma, de la misma pedagogía y de las estrategias de enseñanza y de aprendizaje. Debe ser una calidad de la educación que renueve a la escuela de modo permanente e ilumine las posibilidades de aprendizaje y progreso de cada uno de los estudiantes, sin excepción. Ellos asisten a la escuela para ser formados y no deformados mediante variedad de estrategias de exclusión vigentes y avaladas por perversas e inveteradas prácticas enraizadas en viejas e impropias concepciones pedagógicas. También, debe ser una escuela  con una educación innovada, e innovadora en sí misma, en donde los maestros puedan libremente crear, renovar, transformar y experimentar para alcanzar un desempeño con remozados roles diferentes a los tradicionales, para así superar con su creatividad y esfuerzos los modos inefectivos de enseñar aplicados alrededor del mundo según los modelos que orientan las instituciones que los forman, pero también convalidados por las burocracias estatales que impiden la innovación y que, con reglamentarismo burocrático extremo, vedan la necesaria transformación de las vetustas prácticas educativa.

Entonces, se requiere el compromiso ciudadano permanente para enverdecer a los brotes y capullos que son nuestros menores, entre quienes surgirá y florecerá una nueva escuela como centro innovador de excelencia y promotor de la inteligencia. Una escuela que responda hoy a la naturaleza misma de las concepciones que sobre el mundo y la educación tienen las nuevas generaciones, entre ellas la denominada «Generación 8 G» (https://shorturl.at/fopIR), con los ocho grandes desafíos que enfrentan, lo cual  quiere decir que la educación tiene que responder a los retos particulares que afrontan esas nuevas generaciones, mientras crecen y se preparan para abordar un mundo cada vez más complejo, con difícil anticipación de los cambios que se producirán, hecho  que pueden abrumar y confundir a esas generaciones.    

Cada año, en enero, la epifanía de los tres Sabios de Oriente nos recuerda que todos tenemos nuestra estrella, una que no puede ser raptada.  Ella, cada nuevo año, nos seguirá marcando el camino imperecedero del amor y la dicha de la paz. 


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